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CAPÍTULO TRES

Traducido por Laura

Nikolai agitó su cabeza y miró a Sergei Yakut acercarse al estrecho callejón. El vampiro Gen Uno paseaba por delante de sus dos ansiosos guardaespaldas, su escueta e inmutable mirada se movió casualmente desde Niko hasta el macho de la Raza que todavía sostenía con una pistola. Con un asentimiento de reconocimiento, Niko puso el seguro de la pistola de nuevo y lentamente bajó el arma. Tan pronto como el aflojó el agarre, el hijo de Yakut le lanzó una maldición y se alejó de su alcance.

“Insolente bastardo” gruñó él, todo veneno y furia ahora que permanecía a una distancia segura. “Le dije a Renata que este perro era una amenaza, pero ella no me escucha. Déjame matarlo, padre. Déjame hacerle daño”.

Yakut ignoró la petición de su hijo y su presencia, en vez de tomárselo en silencio donde Nikolai permanecía esperando de pie.

“Sergei Yakut” dijo Niko, girando la descargada pistola y ofreciéndosela con un gesto pacífico. “Muchos vehículos de bienvenida tienes aquí. Mis disculpas por tomar a uno de tus hombres. El no me dio elección”.

Yakut meramente gruñó mientras tomaba la pistola tendida al guardia más cercano a él. Vistiendo con una túnica con gasa de algodón y pantalones de piel parecía mas como erosión oculta, sus pelo castaño claro y barba salvaje y demasiado grande, Sergei Yakut tenía el aspecto de un astuto caudillo feudal, siglos fuera de su época.

Entonces, de nuevo, a pesar de su cara sin arrugas y alta, musculosa complexión, que le envejecía en la vecindad en sus tempranos cuarenta al menos, solo los gruesos dermaglifos del macho de la Raza marcando sus desnudos brazos le dieron una indicación de que Yakut era un miembro mayor de la Raza. Como Gen Uno, podía tener mil años o más.

"Guerrero," dijo Yakut con muy malos ojos, su mirada inquebrantable, lasers gemelos se cerraban en el objetivo. “Te dije que no vinieras. Tu y el resto de la Orden están perdiendo el tiempo”.

En su visión periférica, Niko captó las miradas intercambiadas de sorpresa que viajaron entre el hijo de Yakut y el resto de sus guardias. La mujer especialmente – Renata, se llamaba- parecía completamente sorprendida de oír que el era un guerrero, uno de la Orden. Tan rápidamente como la sorpresa hizo aparición en su Mirada, se desvaneció, ida como si hubiera forzado toda emoción de sus rasgos. Ella estaba plácidamente calmada ahora, mientras estaba de pie a unos pocos metros detrás de Sergei Yakut y miraba, su arma todavía en la mano, su postura provisional y preparada para cualquier orden.

“Necesitamos tu ayuda” dijo Nikolai a Yakut. “Y basándonos en que vas a estar cerca de nosotros entre Boston y algún lugar con población de la Raza, vas a necesitar nuestra ayuda también. El peligro es muy real. Muy letal. Tu vida está en peligro, incluso ahora”.

“¿Qué sabes sobre eso?” gruñó el hijo de Yakut a Niko. “¿Cómo demonios puedes saber algo sobre eso? No le hemos dicho a nadie sobre el ataque de la semana pasada…”

“Alexei”. El sonido de su nombre en los labios de Yakut su señor acallaron al joven como si una mano hubiera tapado su boca. “No hables por mí, niño. Sé útil”, dijo el, gesticulando hacia el vampiro que Nikolai había tenido que disparar a matar. “Lleva a Urien a la azotea y déjale allí para que tome el sol. Después limpia este callejón de toda evidencia”.

Alexei miró durante un segundo, como si la tarea estuviera por debajo de él pero no tuvo las agallas de decirlo. “Ya oísteis a mi padre”, gruñó a los otros guardias parados de pie alrededor de él. “¿A qué estáis esperando? Deshaceos de ese inútil montón de basura”.

Cuando comenzaron a moverse ante la orden de Alexei, Yakut miró hacia la mujer. “Ahora Tú, Renata. Puedes llevarme de vuelta a casa. He terminado aquí”.

El mensaje para Niko era claro: El no era invitado, bienvenido a quedarse en los dominios de Yakut. Y, por el momento, despedido.

Probablemente la cosa más inteligente que hacer sería contactar con Lucan y el resto de la Orden, decirles que el había dado su mejor apuesta con Sergei Yakut pero que había sido en balde, después dejar Montreal antes de que Yakut decidiera arrancarles sus partes. El mal genio del Gen Uno había sido peor con otros por pecados menores.

Sí, recoger y marcharse era definitivamente la acción más sabia en este punto. Excepto por que Nikolai no estaba acostumbrado a no tener una respuesta, y la situación enfrentándose tanto a la Orden como a la Raza, humanos incluidos, no marchaba sin duda pronto. Estaba haciéndose más volátil, más catastrófica con cada segundo que pasaba.

Y entonces allí estaba el borrón despreocupado de Alexei sobre un reciente ataque…”¿Qué ocurrió aquí la semana pasada?” preguntó Nikolai, una vez que estuvieron solos en el callejón Yakut, Renata y él. El sabía la respuesta pero formuló la pregunta de todos modos. “Alguien intentó asesinarte…como te avisé que ocurriría, ¿no es cierto?”

El macho anciano de la Raza miró con el ceño fruncido a Niko, sus astutos ojos brillando. Niko sostuvo esa Mirada desafiante, viendo a un tonto arrogante de larga vida que se creía fuera del alcance de la muerte, incluso aunque hubiera estado llamando a su puerta hace tan solo unos pocos días.

“Hubo un intento, sí”. Los labios de Yakut se curvaron en un ligero mohín, un hombro subiendo en un encogimiento de hombros. “Pero sobreviví- tan seguro como tu lo harías. Ve a casa, guerrero. Lucha las batallas de la Orden en Boston. Deja que yo me ocupe de lo mío”.

El movió su barbilla a Renata, y la silenciosa orden la puso en movimiento. Mientras sus largas piernas la llevaban fuera del alcance de oído del callejón, Yakut arrastró las palabras: Mi agradecimiento por el aviso. Si este asesino es lo suficientemente idiota para atacar de nuevo, estaré preparado para él”.

“El atacará de nuevo” contestó Niko con total certeza. “Esto es peor de lo que sospechamos en un principio. Dos Gen Uno más han sido asesinados desde que hablamos por última vez. Eso lleva la cuenta a cinco ahora – menos de veinte de tu generación todavía existen. Cinco de los más antiguos y poderosos miembros de la nación de la Raza, han muerto en el espacio de un mes. Cada uno aparentemente localizado y eliminado por medios expertos. Alguien los quiere a todos muertos, y ya tiene un plan en marcha para que eso ocurra”.

Yakut pareció considerar eso, pero solo un momento. Sin otra palabra, el se giró y comenzó a alejarse.

“Hay más” añadió adustamente Niko. “Algo que no fui capaz de decirte cuando hablamos por teléfono hace un par de semanas. Algo que la Orden ha descubierto oculto en una cueva montañosa en la República Checa”.

Mientras el anciano vampiro continuaba ignorándole, Niko exhaló en voz baja una maldición.

“Era una cámara de hibernación, una muy antigua. Una cripta donde uno de los más poderosos de nuestra especie había estado guardado en secreto durante siglos. La cámara había sido hecha para proteger a un Antiguo”.

Finalmente Niko tuvo su atención.

Los pasos de Yakut se ralentizaron, después se detuvieron juntos. “Los Antiguos fueron asesinados en la gran guerra contra la Estirpe” dijo él, recitando la historia que hasta hace muy poco había sido aceptada por toda la Raza como hecho irrefutable.

Nikolai conocía la historia del alzamiento tan bien como cualquiera de su especie. De los otros salvajes de otro mundo que habían engendrado la primera generación de la Raza vampira en la Tierra, ninguno sobrevivió la batalla con el pequeño grupo de guerreros Gen Uno quienes habían declarado la guerra contra sus propios padres para la protección tanto de la Raza como de los humanos. Estos pocos y valerosos guerreros habían sido guiados por Lucan, quien ese día retuvo su papel como líder de lo que iba a llegar a ser la Orden.

Yakut lentamente se giró para dar la cara a Nikolai. "Todos los Antiguos habían estado asesinados durante setecientos años. A mi propio señor le clavaron una espada entonces – y justamente. Si el y sus hermanos alíen hubieran sido dejados sin restricciones, habrían destruido toda vida en este planeta en su insaciable sed de sangre”.