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– Tengo que irme. -La expresión de su cara decía que ya se había ido, que ya se había olvidado de Brunetti, o lo había descartado por insignificante.

Brunetti echó la silla hacia atrás y se levantó, pero Tassini ya estaba en la puerta. Abrió, salió y cerró.

CAPITULO 11

La conversación, el interrogatorio o lo que fuera que había mantenido con Tassini, dejó descontento a Brunetti. Lo contrariaba la forma en que lo había inducido a hablar de su hija, con engaños. ¿Quién podía saber lo que el pobre hombre sufría por causa de la niña? ¿Y qué efecto le producía la presencia del hermano sano? ¿Era un consuelo que, por lo menos, uno de los dos no estuviera disminuido? ¿O su salud y vitalidad acentuaban el sufrimiento por contraste con la profunda minusvalidez de la pequeña?

Brunetti, sin ser religioso ni supersticioso, si en aquel momento hubiera sabido a qué divinidad dirigirse, le habría dado las gracias por la salud y seguridad de sus hijos. No obstante, nunca se sentía del todo libre del temor de que pudiera pasarles algo. La preocupación era constante. Unas veces, veía esta manera de ser con benevolencia, considerándola un componente femenino de su carácter; otras, por el contrario, le parecía una forma de cobardía que lo mortificaba. Paola, que no perdía ocasión de hacerle sentir el toque cáustico de su lengua, nunca hacía alusión a esta tendencia, señal de que la consideraba consustancial con su carácter y, por lo tanto, inatacable.

Brunetti llegó a la questura sumido en estas cavilaciones y, buscando la manera de ahuyentarlas, fue directamente al despacho de la signorina Elettra. Quizá el vicequestore había encontrado una nueva directriz que marcara la estrategia para tratar a los adolescentes reincidentes.

Ella sonrió al verlo entrar y preguntó:

– ¿Se lo ha dicho Vianello?

– ¿Decirme qué?

– Que viniera a verme cuando hubiera hablado con el signor Tassini.

– No, no lo he visto. ¿Qué ha encontrado?

Ella levantó un fajo de papeles, lo agitó en el aire, luego lo puso en la mesa y fue enumerándolos uno a uno:

– El informe del altercado del signor De Cal, sin arresto; el permiso de conducir de Ribetti y su expediente de conductor, es lo único que tenemos de él en el archivo; el informe del arresto de Bovo, por agresión, aunque data de hace seis años; las copias de las cartas que ha estado enviando Tassini desde hace más de un año y los historiales médicos de su esposa y su hija.

Aún quedaban encima de la mesa varios papeles cuando ella acabó de hablar.

– ¿Y ésos? -preguntó Brunetti.

Ella lo miró con gesto de contrición.

– Son copias de las declaraciones de la renta de De Cal de los seis últimos años. Una vez me pongo a buscar, no sé parar. -Sonrió con lo que una persona menos sagaz hubiera podido tomar por sincero remordimiento.

Brunetti asintió dando a entender que también él sabía lo que era el espíritu del cazador.

– Lo más interesante son los informes médicos, especialmente si los coteja con las cartas de Tassini.

– ¿Me explica lo que ha visto en ellos o prefiere que los lea y luego cambiamos impresiones? -preguntó él, muy serio.

– Creo que eso será lo mejor -dijo ella entregándole los papeles-. Pero ya subiré yo a su despacho cuando usted quiera que los comentemos. No estoy segura de que al vicequestore le hiciera mucha gracia encontrarnos leyendo documentos de un caso inexistente.

Él le dio las gracias, tomó los papeles y subió a su despacho a leerlos. Aunque Brunetti confiaba en el criterio de la joven, respecto a que los primeros documentos no encerraban gran interés, los leyó de todos modos, y sacó la misma conclusión. El informe de la policía exoneraba a De Cal de intento de agresión; el relacionado con Bovo indicaba todo lo contrario, pero el caso se archivó cuando la otra parte retiró los cargos; y el historial de Tráfico de Ribetti era impecable.

Brunetti pasó a los informes médicos. Vio varias anotaciones y, encima de la primera, en la letra de la signorina Elettra: «Barbara lo ha revisado.» Su hermana, por ser médico, estaba capacitada para valorar los informes y, a juzgar por las anotaciones que había hecho al margen en lápiz, los había examinado con atención.

El caso que revelaban los informes era muy triste. Una mujer embarazada decidía, de acuerdo con su marido, dar a luz en su domicilio. Aun a sabiendas de que era un parto doble, ambos mantuvieron su decisión. En el informe de los reconocimientos de obstetricia se leía «tutto normale» escrito en lápiz en el margen. Dos semanas antes de salir de cuentas, la mujer fue sometida a un examen no programado. En el informe se recomendaba una cesárea y se hacía constar la indicación: «Rechazada por la paciente.» En el margen había un signo de admiración.

Un intervalo de dos semanas y, al volver la hoja, Brunetti se encontró con el informe del nacimiento de dos criaturas, en el que se decía que una de ellas y la madre estaban en la sala di rianimazione. En una nota al margen se leía: «Adjunto informe 118 de llamada telefónica recibida a las 3.17 AM», lo que remitía a Brunetti a la última hoja, en la cual se describía brevemente la petición de asistencia médica, y se indicaba que el barco ambulancia había salido a las 3.21. Cuando, diecisiete minutos después, el equipo médico llegó a Murano, la signora Sonia Tassini ya había dado a luz una criatura. La segunda se había quedado atrapada en el canal del parto. La ambulancia llegó al Ospedale Civile a las 4.16, lo que denotaba una rapidez sorprendente.

Brunetti volvió al informe médico. El segundo alumbramiento, mediante cesárea, fue difícil tanto para la madre como para la criatura, que, al parecer, había estado sin oxígeno durante los minutos finales.

Sara Tassini permaneció en el hospital más de dos semanas, aunque al quinto día fue dada de alta. La segunda criatura, una niña a la que se impondría el nombre de Emma, había permanecido en rianimazione cuatro días más y había sido trasladada a una habitación con su madre y su hermano, donde estuvieron una semana. Cuando salieron se indicó a la madre que cada dos semanas debía llevar a la niña al hospital, donde se le harían pruebas y se seguiría su desarrollo tanto físico como neurológico.

Durante los seis primeros meses; los Tassini iban al hospital con la niña, pero no habían acudido a las diversas instituciones de asistencia a personas en circunstancias similares. Al leer «circunstancias similares», Brunetti murmuró «Gesù Bambino» y volvió la página. Se decía en el informe que la niña era más pequeña de lo normal y que seguramente seguiría siéndolo toda su vida. Aunque su grado de discapacidad sólo podría apreciarse con el tiempo, todos los médicos que la habían examinado atribuían el daño a la falta de oxígeno que había padecido el cerebro durante el nacimiento, y afirmaban que era irreversible.

Como eran muchos los cuidados que precisaba la niña, cuando los gemelos tenían seis meses, la familia se mudó a casa de la madre de la signora Tassini, viuda y con domicilio en Castello. A partir de entonces, la signora Tassini dejó de llevar a su hija al hospital, y las cartas de Tassini empezaron a llegar a la policía y a otras varias oficinas municipales. Meses después, la signora Tassini se sometió a un tratamiento contra la depresión en Palazzo Boldù. Padecía ansiedad, provocada por un sentimiento de culpabilidad por haber consentido en dar a luz en casa, a instancias de su marido.

Se acompañaba un informe de Palazzo Boldù en el que se reflejaba su gradual recuperación de la depresión. Aunque seguía culpándose, decía el informe, el sentimiento ya no la incapacitaba. Por otra parte, la signora Tassini manifestaba que su marido estaba todavía muy afectado, pero que él trataba de combatir la depresión buscando otras explicaciones a la desgracia de la niña. Decía que, durante algún tiempo, la había atribuido a la contaminación de los alimentos que constituían su dieta vegetariana, después a la incompetencia de los médicos y, más adelante, a un defecto genético. Durante sus conversaciones con el médico, ella en ningún momento aludió a las cartas que escribía su marido, lo que hizo pensar a Brunetti que quizá ignoraba su existencia.