– Nada más, de momento. Yo me encargaré de que un juez firme la orden para que Bocchese pueda tomar más muestras. Y dígale que vale más que se deshaga de las que tiene. Es una investigación nueva, y no quiero que haya pruebas de que ya hemos indagado.
– Sí, señor -dijo Brunetti poniéndose en pie.
– Y vuelva usted a hablar con los fontaneros, pero aquí, delante de una cámara de vídeo. -Brunetti asintió y Patta prosiguió-: Asegúrese de que describen ese tubo de la pared trasera y pregúnteles si sabe qué minerales hay en los residuos que se llevan y si son peligrosos. Y pregúnteles otra vez cuándo les parece que pusieron esa plancha en el tubo.
– Sí, señor.
– Puede venir a recoger la orden después de comer, y en cuanto la tenga, quiero allí a Bocchese -dijo Patta con creciente perentoriedad. Y añadió-: Y que lleve consigo a los de Medio Ambiente. No quiero que puedan decir que las muestras han sido contaminadas. Quizá también los de Medio Ambiente deberían tomar muestras y hacer sus propios análisis, al mismo tiempo que Bocchese.
– Entendido.
– Bien. -Patta sonrió con fruición-. Eso será suficiente.
– ¿Suficiente para qué, señor? ¿Para demostrar que tenía un motivo para asesinar a Tassini?
Patta no habría mostrado más estupefacción si a Brunetti se le hubiera incendiado el pelo de repente.
– ¿Quién ha hablado de asesinato, Brunetti? -El vicequestore ladeó la cabeza y miró al comisario como si dudara de que habían estado todo el rato en este mismo despacho, hablando del mismo asunto-. Lo que yo quiero es pararle los pies. Si consigue el cargo y nombra a un nuevo consistorio, ¿en qué quedarán las relaciones que he estado tejiendo durante diez años? -inquirió-. ¿Se le ha ocurrido pensarlo? -Estudió la expresión de Brunetti y agregó-: Y no vaya a creer, Brunetti, que Fasano utiliza esas monsergas del medio ambiente con fines políticos. Él se las cree. -Patta levantó las manos ante la idea-. Yo le he oído hablar. Es un fanático, como todos los conversos. Es lo único que le importa. Si Fasano sale elegido alcalde, ya puede usted despedirse del metro del aeropuerto, de los diques de la laguna y de las licencias para la construcción de más hoteles. Hará que la ciudad vuelva atrás cincuenta años. ¿Y qué haremos entonces?
Atónito, Brunetti no pudo decir sino:
– No lo sé, señor.
Sonó el teléfono y Patta lo cogió. Al oír la voz del otro extremo, agitó una mano, despidiendo a Brunetti, que salió del despacho.
CAPITULO 27
Brunetti, como gran lector que era, estaba familiarizado con Juggernaut, el ídolo de Krishna en la religión hindú, que es llevado en procesión en un enorme carruaje bajo cuyas ruedas se arrojan los piadosos, con el resultado de que muchos de los imprudentes son aplastados. Era la imagen que se le aparecía una y otra vez al ver cómo todos los indicios que podrían conducir al esclarecimiento de la muerte de Tassini iban cayendo o siendo arrojados, uno tras uno, bajo las ruedas de la investigación promovida por Patta.
Desde el momento en que Bocchese, acompañado por los inspectores de Medio Ambiente, envueltos en sus monos protectores, y armado de un mandamiento firmado por el más acérrimo ecologista de los jueces locales, se presentó en la fábrica de Fasano, éste emprendió el contraataque. Respaldado por su abogado y seguramente alertado por el artículo del Gazzettino, se encaró con Bocchese en el campo de detrás de la fábrica. En un principio, trató de impedir que los inspectores pusieran los pies en su propiedad, pero cuando Bocchese mostró al abogado la orden del juez, Fasano tuvo que claudicar.
Una vez que los técnicos empezaron a cavar, recoger, etiquetar y guardar, Fasano señaló que se encontraban trabajando sobre la línea que separaba su propiedad de la de De Cal, y que fuera lo que fuese lo que estuvieran buscando -aquí hizo alarde de su ignorancia-, debía de proceder de su vecino. Los técnicos hicieron oídos sordos, y al fin Fasano y su abogado volvieron a la fábrica y los dejaron trabajar en paz.
Brunetti pensó otra vez en Juggernaut dos días después, cuando el Gazzettino publicó una foto de la excavadora gigante que iba descubriendo la tubería que se extendía desde el descampado -muy contaminado- hasta la vetreria. Revelaba el artículo que, al acercarse a las fábricas, la máquina había puesto al descubierto la unión de dos tuberías más pequeñas, procedentes cada una de una fábrica.
Brunetti miraba la foto, consciente de que, bajo las anchas huellas de la oruga que con tanto empeño perseguía la destrucción de las aspiraciones políticas de Fasano, quedaba enterrada toda esperanza de que Patta se interesara por esclarecer la muerte de Tassini. Patta, siempre dispuesto a aprovechar cualquier oportunidad en beneficio de sus intereses, se volcó en la tarea de demostrar que Fasano había incurrido en el delito en cuya denuncia había basado su carrera política: la degradación de la laguna. Una condena por delito contra el medio ambiente frustraría sus aspiraciones políticas, y esto era suficiente para satisfacer a Patta y, de paso, a los estamentos a los que el vicequestore esperaba complacer con la destrucción de Fasano. Este objetivo era seguro, mientras que la solución del misterio de la muerte de Tassini implicaría una larga y complicada investigación que muy bien podía no acabar en una condena. Así que mejor dejarlo, considerarlo muerte accidental y archivarlo todo.
Brunetti siguió el caso a distancia y -gracias a la signorina Elettra- leyó las transcripciones de las sesiones grabadas en vídeo, durante las cuales Fasano, y después De Cal, fueron interrogados por un magistrado y por el teniente Scarpa.
De Cal lo admitió todo desde el principio, dijo que él había hecho lo que cualquier empresario sensato haría: utilizar el recurso más barato para resolver un problema de producción. Los tubos ya estaban allí en tiempos de su padre y él había seguido utilizándolos. Cuando el juez ordenó que se purgaran los tanques de sedimentación, en todos ellos se encontró, a unos cuarenta centímetros del borde superior, un segundo tubo de desagüe que atravesaba la pared. Cada tubo estaba provisto de un disco, lo mismo que los de la fábrica de Fasano, que podía hacerse girar para abrir o cerrar el tubo y regular así el caudal del desagüe que vertía los residuos a la laguna. El encharcamiento del campo se debía a una fuga de la centenaria tubería. La excavadora puso al descubierto que llegaba hasta el borde del agua, y allí se adentraba en la laguna, por debajo de un muelle abandonado.
Cuando se le notificó que sería multado, De Cal se quedó impasible, porque sabía que la multa sería irrisoria. El magistrado le preguntó si le constaba que el signor Fasano utilizaba el mismo sistema, a lo que De Cal contestó riendo que eso debía preguntárselo al signor Fasano.
La reacción de Fasano a las preguntas del juez fue totalmente distinta. Explicó que él se había hecho cargo de la dirección de la fábrica hacía sólo seis años y que no sabía nada de los tubos. Seguramente, los habría puesto su padre, cuya memoria él veneraba, pero que era un hombre de su tiempo y, por lo tanto, no se preocupaba por los problemas ecológicos de Venecia. Por supuesto, Fasano había sido informado de la fuga del tanque de sedimentación y del trabajo del fontanero. En aquel momento, él se encontraba en Praga, en viaje de negocios, y del asunto se había ocupado su encargado, que le había puesto al corriente a su regreso. Era tarea del encargado atender los pequeños problemas de la vetreria. Para eso lo tenía.
Scarpa, provocado sin duda por la altanería de Fasano, intervino para preguntar -al leer el informe, a Brunetti le parecía oír el sarcasmo en la voz del teniente- si era también su encargado el que se había ocupado de la muerte de uno de sus trabajadores.