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'Ven, ven, estaba tan equivocada antes', pensé. 'Ocupa de nuevo este lugar a mi lado, no había sabido verte. Ven. Ven conmigo. Regresa. Y quédate aquí para siempre.' Seguían pasando las noches y yo no oía palabra alguna que se asemejara a estas, nada equivalente, ni un murmullo contradictorio o un falso eco. Quizá tenía razón Pérez Nuix, quizá estaba allí sólo a la espera, 'waiting without hope’como dijo un poeta inglés al que luego han copiado tantos. Pero si la voz no llegaba nunca, por teléfono o por inesperada carta, o en persona cuando por fin visitara a mis hijos, habría un día en que me despertaría con la sensación de ya no estar esperando ('Anoche todavía sí, pero, ¿y hoy? Soy una jornada más viejo, es la única diferencia y sin embargo mi existencia ha cambiado. Ya no aguardo'). Descubriría esa mañana que me había acostumbrado a Londres, a Tupra y a Pérez Nuix, a Mulryan y a Rendel, a la oficina sin nombre y a mi trabajo diario y a Wheeler de tarde en tarde, el cual había conocido a Luisa y se convertiría de pronto en el vínculo con mi olvido. Descubriría que me había acostumbrado del todo, quiero decir, hasta el punto de no extrañarme al abrir los ojos ni preguntarme más por ninguno de ellos. Serían mi cotidianidad y mi mundo, lo que es sin porqué y el aire, y a Luisa no la echaría de menos, ni a mis pasadas ciudad y vida. Sólo a los niños.

Bajé la ventana, empezaba a notar algo de fresco y sobre todo observé que lo notaba ella: no llevaba ya medias, la veía tentada de estirarse la falda para protegerse los muslos y así privarme de esa visión que me agradaba. Pero permanecí aún en el sitio, dando la espalda a la calle, al cielo, a la lluvia. Y también pensé: 'Esta mujer lleva camino de convencerme, como sin duda tenía previsto. Pero todavía está en mi mano responder "Sí" o "No", o "Puede"'.

—Antes has dicho que no tendría que mentir en casi nada —le contesté—. ¿Cuál sería exactamente ese 'casi'? ¿Qué debería decirle a Tupra que no veo o sí veo en Incompara y que sí veré o no veré, probablemente? Sea lo que sea, también él lo verá o no lo verá, ¿no te parece?

La joven Pérez Nuix ya no bebía apenas. O se le había pasado la sed furiosa o conocía perfectamente su aguante, y lo medía. Sí fumaba. Encendió otro cigarrillo Karelias, debía de haberle gustado el picor leve. Descruzó las piernas con el mechero en la mano y no las dejó demasiado juntas, y entonces, desde donde yo estaba, me pareció ver el fondo entre ambas, el pico de unas bragas blancas. Procuré que mis ojos no se quedaran fijos en ello, se habría dado cuenta en seguida. Tan sólo les permití fugaces pasadas.

—Algunas cosas fundamentales no es nada fácil advertirlas, en un encuentro, en una conversación o en un vídeo, no sé si habrá alguno de Incompara que te pueda enseñar Bertie. No es probable pero puede, él consigue de casi todo el mundo. No es sencillo advertir, por ejemplo, que una persona es cobarde, y que en el momento de mayor peligro va a dejarte en la estacada, sobre todo si es peligro físico, o qué sé yo, de cárcel. A mí me ha dado la impresión de que Incompara es así, el par de veces que lo he visto. Puedo estar equivocada, pero no convendría, en ningún caso, que el informe reflejara eso, le haría un daño irreparable. Quienes lo han encargado no querrían saber nada de él si se le atribuyera esa característica, seguro. Eso a nadie le gusta, eso lo hace sentirse a uno frágil, y en precario. De hecho es lo que más miedo da, tener el convencimiento de que si se tuerce un asunto o se pone feo, el que debería ayudarnos se va a largar, va a escaquearse y a dejarnos colgados, o aún peor, a cargarnos el muerto para salvarse. Si tú también percibes eso, no debes contárselo a Bertie, haría falta que ahí mintieses, o que te lo callases, vamos. Y si lo percibe él, debes intentar persuadirlo, con tiento, de que Incompara no es así, de que en él no hay ese rasgo. —Hizo un alto mínimo y se le abstrajo la mirada, como si en verdad estuviera pensando, o desentrañando, a la vez que hablaba, y eso no es frecuente en nadie—. Es de los más difíciles de apreciar, lo mismo que su contrario. Es en lo que más patinamos, y hasta cuando creemos saberlo nos queda siempre un resto de duda que no se disipa hasta que se nos presenta una ocasión de comprobarlo. No hay que esforzarse, por tanto, para sembrar esa duda. Lo que las personas anuncian o proclaman respecto a esa cuestión, respecto a su carácter valeroso o pusilánime, no sirve apenas. De hecho es lo que mejor esconden, y ni siquiera resulta muy apropiada esa palabra: la mayoría de las veces lo hacen tan bien porque en realidad lo ignoran, tanto como el novato al que todavía no ha llegado su bautismo de fuego. La gente se lo imagina, cómo responderá, de acuerdo con sus deseos o con sus temores; pero casi ninguno tenemos certeza de cómo reaccionaremos en una situación de riesgo. A lo sumo lo averiguamos cuando se nos pone a prueba, pero eso no ocurre a menudo en nuestras vidas normales y puede no ocurrir nunca, lo habitual es que atravesemos los días sin sobresaltos ni peligros grandes... Ni siquiera nos asegura nada descubrir que en una oportunidad concreta nos condujimos con valor o con cobardía, porque a la próxima podríamos comportarnos de muy distinta manera, incluso de la opuesta. Nunca tenemos garantizados el arrojo ni el pánico, y si uno mismo se desconoce en esa faceta, es un mérito enorme que un observador, un intérprete, logre distinguirlo con acierto en alguien, es decir, logre prever lo que hasta el interesado ignora, el interesado va medio ciego en ese campo. Por eso estás tú aquí, entre otras razones: tú tienes buen ojo para discernir ese rasgo, aún mejor que el de Rendel y no es que lo opine yo, se lo he oído comentar a Bertie y él los elogios con cuentagotas. Seguramente se fía de ti en ese terreno más que de ningún otro, incluido él mismo. Así que no te costaría mucho hacerlo vacilar ahí, no caería en saco roto lo que tú dijeras. Sí te resultaría más difícil en otros aspectos, por ejemplo en lo relativo a la falta de escrúpulos, a la dureza de Incompara hacia quienes tiene en el puño, a su brutalidad por delegación que te he mencionado. Pero en todas esas cosas no tendrías que mentir, ni que callar siquiera; no serían obstáculo, ya te he dicho, para que quienes lo investigan se asociaran con él o lo admitieran o lo que sea, sino más bien ventajas y virtudes. La cobardía no, en cambio, en ella no hay beneficio alguno. Eso es indeseable para todo el mundo. Me refiero a la del otro, claro, no a la propia. Con la propia todos llegamos a términos. —Tampoco aquí le salió la expresión española, y tradujo literalmente ‘to come to terms with’que significa ‘adaptarse', o 'aceptar', o 'alcanzar un compromiso' o 'llegar a un acuerdo'. O quizá es 'habérselas'. Tal vez sí estaba algo cansada, o bebida sin denotarlo apenas. Es cuando más fallan las lenguas.

Era verdad, casi nadie lo sabe, ni una vez sometido a prueba. Si aquella noche me hubieran preguntado cómo reaccionaría ante un hombre que sacara una espada en un lavabo público y amenazara con cortarle a otro el cuello en presencia mía, no habría tenido la menor idea o me habría equivocado, de aventurarme. Me habría parecido tan improbable, tan anacrónico, tan inverosímil, que quizá me habría atrevido a responder, con el optimismo que traen las figuraciones de lo que no va a ocurrir, o lo que es sólo hipotético y por lo tanto imposible: 'Se lo impediría, le sujetaría el brazo y le pararía él golpe, lo obligaría a soltarla, lo desarmaría'. O bien, si la imagen se me hubiera aparecido vívida y le hubiera dado crédito o carta de realidad durante un instante, habría podido contestar: 'Qué dices, qué pesadilla, qué espanto. Me echaría a correr sin volver la vista, saldría por piernas, no fuera a caerme a mí un mandoble, no fuera á llevarme yo el tajo'. Eso había sucedido no mucho después de aquella noche de lluvia, y me había quedado a medio camino, por expresarlo de alguna manera. Ni me había enfrentado al hombre ni había huido. No me había movido ni había cerrado los ojos como los cerró De la Garza y los cerré yo más tarde en casa de Tupra, con menos peligro real o físico pero más peligro moral acaso, o para la conciencia; había permanecido allí atónito y aterrado y le había gritado, había recurrido a la palabra, que a veces detiene tanto como la mano y es más rápida y a veces no sirve de nada ni tan siquiera es oída, y también había mirado con impotencia, o fue quizá con prudencia, más preocupado por mi piel aún a salvó que por la de la víctima ya condenada, a la que no se podía librar de su sino. No sé si eso es natural o es cobardía. Sí, tenía razón Pérez Nuix: ni siquiera se sabe lo que es casi nunca, en qué consiste esa actitud. Para ella hay infinitos disfraces y máscaras, o jamás se presenta en estado puro. Las más de las veces ni se la reconoce, porque no hay modo de separarla de lo demás que nos configura, de desgajarla del núcleo de cada uno, ni de aislarla, ni de definirla. No se la reconoce en uno mismo y sí en los otros, sin embargo, ahí sí se la distingue, extrañamente, cuando se manifiesta. Yo no estaba nada seguro de lo que ella afirmaba y al parecer también Tupra, de que estuviera especialmente capacitado para percibirla en la gente antes de tiempo, para predecirla. De lo que estaba seguro era de que en mí yo no sabía verla, como el Valor tampoco, ni antes ni después de manifestarse* Resulta oprimente ignorar eso y además saber que no va nunca a aprenderse, pero así vivimos.