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– Deja que te la enseñe.

– Es precioso -dijo con sinceridad al ver el gran águila de cristal y plata.

– Ocupará el primer lugar de la nueva colección que presentaremos en breve. Estoy ansioso por ver vuestros diseños.

La nueva colección Larezzo aún no estaba acabada, pero eso no se lo diría.

El caballo se veía muy simple al lado del espectacular águila, y Salvatore debió de verlo en la cara de Helena porque le dijo:

Seguro que tu caballo es la donación que más dinero recauda.

·Es muy amable por tu parte, pero no lo creo. Apuesto a que sí. ¡Franco!

Un hombre regordete se giró al oírlo y sonrió. Después de que Salvatore los presentara, dijo:

– A Franco no hay nada que le guste más que hacer apuestas. Pues aquí va una: apuesto a que por la pieza de Larezzo de Helena se pagará más dinero que por mi águila.

Di una cantidad -dijo Franco entusiasmado. Diez mil euros.

[elena y el hombre se miraron.

·Confío en mis instintos -añadió-. El caballo es una pieza hermosa, como todo el cristal Larezzo. ¿Qué me dices, Franco?

·¡Hecho! -dijo el hombre, que sacó una libreta y comenzó a anotar apuestas a medida que más gente se iba arremolinando a su alrededor.

– ¿Qué estás haciendo? -le murmuró Helena a Salvatore-. Podrías acabar pagando una fortuna y entonces… ¿cómo ibas a comprarme la fábrica?

Pero como no vas a vendérmela, no importa.

– Supongo que no.

·Además, si pierdo, seguro que ya no podré comprarte nada y te sentirás más segura.

Ni en un millón de años se sentiría segura al lado de ese hombre, pero se limitó a sonreír.

– Te prometo que ya me siento muy segura. Lo único que me preocupa eres tú.

– Qué amable eres al preocuparte por mí, pero por favor no lo hagas. Te aseguro que me he protegido bien.

– Te creo. Otra cosa no me la creería, pero si me dices que estás tramando algo, te creo.

·¿Es que no estás tramando algo tú?

– Eso espero.

Franco había terminado de anotar las apuestas de la gente.

·Entiendo que ninguno de los dos va a pujar por vuestros propios artículos.

– Hecho -dijo Salvatore.

·Hecho -añadió Helena.

En ese momento la orquesta dio comienzo al baile que se celebraría antes de la subasta.

– Baila conmigo -dijo Salvatore llevándola a sus brazos.

Capítulo 5

ELENA sabía que no era muy sensato bailar con él, pero no le había dado opción a negarse.

Le había puesto la mano en la cintura y la había llevado contra su cuerpo, de manera que podía sentir sus piernas rozándose con las suyas a través de la delicada seda del vestido. Durante unos instantes fueron dos bailarines excelentes danzando en perfecta armonía, y cuando la música terminó, él le tomó la mano y se la besó galantemente.

– Ha sido un verdadero placer.

Un hombre se acercó y, tras presentarse, expresó su deseo de bailar con ella. Salvatore se retiró.

Su siguiente pareja fue un joven atractivo pero después de haber bailado con Salvatore era como beber agua del grifo después de haber tomado champán. Cuando terminó la canción, Helena le dio las gracias con amabilidad y rechazó las peticiones de baile que siguieron.

Cuando llegó el momento de la subasta, Clara dio un discurso sobre el hospital para el que querían recaudar fondos y terminó diciendo:

– Finalmente os presentaré a nuestras dos estrellas de la noche, el signor Salvatore Veretti, propietario de Perroni, y la signora Helena Veretti, propietaria de Larezzo. Por lo general, estas dos fábricas de cristal son enormes rivales…

Aplausos y vítores dirigidos a la pareja de rivales interrumpieron a Clara.

– Imagina lo que están pensando -murmuró Salvatore.

– Sea lo que sea, se alejará mucho de la verdad -respondió ella.

– Pero esta noche -continuó Clara-, en apoyo a nuestra causa benéfica, han dejado de lado la rivalidad… o casi de lado ya que, como podéis ver, han competido para ver quién donaba el obsequio más generoso -dijo, entre más aplausos, señalando á las dos figuras de cristal.

La subasta comenzó y todas las piezas fueron vendiéndose muy por encima de su valor hasta que por fin sólo quedaron las dos figuras de cristal, iluminadas por unos focos.

– Y ahora el momento que todos estábamos esperando -anunció Clara-. ¿Por cuál pujamos primero?

– Por el mío -dijo Salvatore-. Dejemos que mi rival vea el precio que alcanza mi águila y que tiemble.

Helena se rió con el comentario, aunque en realidad la hizo sentir incómoda. La magnífica águila superaba al caballo y todo el mundo lo sabía.

Una parte de ella le decía que había caído en una trampa y que Salvatore se burlaría de ella, pero la otra parte se negaba a creerlo. Su instinto le decía que ese hombre era cruel, pero que no era tan mezquino.

– Confía en mí -le dijo Salvatore al verla mirándolo, como si le hubiera leído el pensamiento.

Cuando se vendió el águila por cuarenta mil euros, llegó el momento del caballo de cristal y en el momento en que el precio se detuvo en treinta y cinco mil, una voz masculina gritó:

– Cincuenta mil euros.

Era Salvatore el que había hecho la puja

. -Cincuenta y cinco -dijo otra voz.

– Sesenta -gritó Salvatore.

– Eh, espera -dijo Franco-. Habíamos acordado que no haríais esto.

– No, el trato era que no pujaríamos por nuestras piezas -le recordó Salvatore-. No hay nada que me impida pujar en contra de mí mismo.

·Pero eso no puedes hacerlo.

– Sí que puede -dijo Helena entre risas-. Puede hacer lo que quiera.

– Me alegra que te hayas dado cuenta de eso -le dijo Salvatore en voz baja.

– Setenta -gritó una voz.

·Ochenta -respondió él.

– Noventa.

·¡Cien!

– A la una, a las dos, vendido… por cien mil euros. La gente estalló en aplausos, pero Helena se sintió Incómoda.

·Esto ya no me parece divertido.

– Has ganado. Deberías estar encantada.

·¿Y qué me dices de toda esa gente que ha apostado contigo? Parecen muy contrariados, pero no se les puede culpar. ¿Por qué iban a pagarte cuando has empleado una táctica muy dudosa?

– Eso confirma la opinión que tienes de mí y deberías estar satisfecha.

– Salvatore, has hecho trampa. No puedes quedarte con su dinero.

– Acabas de decir que puedo hacer lo que quiera. En ese momento era una broma, ahora no lo es. -Helena, todas las personas;que han apostado son extremadamente ricas. Para ellos pagar no supondrá nada.

– Pero ésa no es la cuestión. Por favor, Salvatore, no les obligues a pagarte.

Él se la quedó mirando con una expresión que ella no pudo interpretar y después le dijo, lentamente:

– Me han desafiado y, si no se molestan en revisar las reglas al principio, ése es su problema. Lucho para ganar y, si es necesario, lo hago de una manera sucia. Creía que ya lo sabías.

Helena dio un paso atrás, consternada. Hasta ese momento la noche había sido agradable, pero ahora estaba viendo lo ingenua que había sido al pensar que él tenía otra cara más amable.

– Bastardo -murmuró-. Eres un despiadado…

– Ahórratelo. No tengo tiempo de escucharte. Para horror de Helena, Salvatore fue hacia la mesa y alzó las manos para pedir silencio.

·Algunos os sentís muy ofendidos por el modo en que he ganado vuestras apuestas. Estaréis preguntándoos si voy a decir que ha sido una broma y que no tenéis que pagar, pero deberíais conocerme mejor. Comenzad a escribir -se detuvo un segundo antes de añadir con una sonrisa-: Que todos los cheques vayan destinados al fondo benéfico.

Hubo silencio y después una ovación cuando se dieron cuenta de cómo los había engañado. Clara lo abrazó enormemente agradecida. Se vio a la gente escribir rápidamente y entregar los cheques de diez mil euros, al igual que Salvatore sacó su chequera y le dio a Clara su cheque de cien mil.