– Estoy… estoy muy enfadado.
Y estás planeando tu venganza.
– No planeándola. Estoy llevándola a cabo.
Y mientras decía esas palabras, la llevó hacia sí y la besó, rodeándola con los brazos, tan fuerte, que ella no tuvo oportunidad de escapar y se quedó inmóvil ante lo que fuera que él quisiera hacer.
Y lo que él quería era acariciarla suavemente para recordarle su «otro campo de batalla».
– ¿A eso le llamas venganza? Esto es venganza.
Le devolvió su ataque con un intenso beso. Era una batalla de Titanes.
– Debo irme -susurró ella-. Tengo muchas cosas que hacer.
Fue hacia la puerta, se detuvo y miró atrás. -Recuerda mi advertencia. Ten cuidado con el oponente que sabe algo que tú no sabes.
Y se fue.
Esa noche Salvatore fue a ver a Valerio Donati. Siempre era bienvenido en la casa del director del banco y estaba impaciente por planear su siguiente movimiento, pero las cosas no salieron como él esperaba.
– Es la última vez que te escucho -le dijo Donati cuando se sentaron a cenar-. Dijiste que no podría afrontar el pago del préstamo, pero lo cierto es que le resultó muy fácil;dado quien es.
– ¿Y quién es, aparte de la viuda de Antonio? -¿Estás diciéndome que no sabes que has estado tratando con Helena de Troya?
– Claro que no -dijo la mujer de Donati-. Él no lee las revistas de moda. Dicen que antes de retirarse estaba entre las modelos mejor pagadas del mundo. Debe de valer una fortuna.
Salvatore sonrió, pero por dentro estaba agitado mientras recordaba las palabras de Helena. Ése era el secreto que ella había sabido y él no. Se había burlado de él 'y había ganado.
No tardó en marcharse de casa del director y, durante el camino de vuelta al palacio, le pareció que Helena estaba a su lado, riéndose por cómo lo había puesto en evidencia.
Al llegar a casa se encerró en su despacho y se conectó a internet. Escribir las palabras «Helena de Troya» generó una gran cantidad de información sobre cómo había triunfado siendo apenas una niña y cientos de fotografías. En ellas se veía a una joven con una mirada inocente y confiada, pero a medida que iban pasando lá imágenes notó que estaba más triste, más envejecida y que ese cambio no había sucedido por el paso del tiempo, sino de manera repentina. Entonces recordó cómo Helena se había fijado en las dos fotografías de su madre y cómo él se había negado a hablar sobre un tema que no podía soportar.
Se levantó y fue de un lado a otro de la habitación intentando sacarse esos recuerdos de la mente. Salió al pasillo y se dirigió al dormitorio que una vez había sido el de su madre. Allí se detuvo.
¿Cuántas veces se había quedado allí para escuchar sus sollozos, deseando reconfortar a esa angustiada mujer aun sabiendo que no podía? Y en un momento de su vida ese dolor que había sentido por su madre se había convertido en una furia que aún seguía con él, años después de su muerte. Y allí estaba otra vez, haciéndole golpear la puerta con su puño.
Finalmente volvió a su despacho y continuó estudiando a su enemiga. Descubrió que no era la mujer de dudosa moral que había pensado que era, sino una mujer de éxito con un cerebro muy astuto que contaba una historia mientras que su apariencia contaba otra.
Era toda una actriz, seductora y sexy un momento y reservada y virginal al siguiente. Vio su rostro en la pantalla, esos labios, esa mirada entrecerrada que daban un mensaje claro: «Ven a mí, tócame, deja que te enseñe lo que puedo hacer por ti».
Pero la siguiente fotografía daba un mensaje igualmente claro: «Mantente alejado. Me pertenezco sólo a mí››.
Juntó las dos imágenes y se recostó en su silla mientras intentaba ordenar sus ideas. Ese contraste significaba que ella era un misterio y que le sacaba la delantera, algo que él no podía tolerar.
Helena lo había desafiado en lo personal y en lo profesional, ganando en ambos terrenos. Tenía que distinguir qué le importaba más y se alarmó al descubrir que no lo sabía. En cualquier otro momento no habría dudado que lo primero eran los negocios y que las mujeres quedaban en segundo plano, pero esa mujer no era como las demás.
Sin embargo, le llegaría su momento. Cuando la llevara a la cama y la tuviera desnuda en sus brazos, cuando la oyera gritar con el placer que sólo él podía darle, entonces Helena no sería diferente a cualquier otra mujer.
Y de ahora en adelante Salvatore viviría únicamente para el día en que eso sucediera.
Capítulo 6
AHORA Helena pasaba todo su tiempo en Larezzo, aprendiendo, absorbiendo información, disfrutando como nunca.
Sus empleados la adoraban por su apasionado interés, por proteger la fábrica a toda costa, pero también por el hecho de que no interfería en nada.
·Aún no -les prometió-. Por el momento sólo voy a observaros para aprender y a concentrarme en ganar más dinero para invertir. No habrá más préstamos bancarios.
Todos los empleados se mostraron encantados con esas palabras y más todavía cuando añadió:
·A lo mejor hasta tengo que volver a ejercer como modelo por el bien de nuestro futuro.
A uno de los trabajadores se le oyó decir que debería haber vendido la fábrica a Salvatore, pero la indignación de los demás lo acalló.
– Tal vez deberías despedir a Jacopo -dijo Emilio-Ya sabes lo que estará haciendo ahora mismo, ¿verdad?
– Contándoselo a Salvatore. ¡Pues vamos a darle algo que contar!
Después de eso, las cosas fueron más deprisa de lo que se había imaginado. Leo, el joven diseñador y su más ferviente admirador, aceptó de mucho grado sus instrucciones pare crear una pieza que se pareciera a la cabeza de Salvatore pero que se asemejara a un diablo, con las cejas puntiagudas y cuernos.
·¿Cuánto se tardará en hacerlo en cristal? -le preguntó.
·Un par de días si trabajo rápido.
·Maravilloso. Creía que os llevaba años producir vuestras creaciones.
·Eso es lo que le digo a Emilio para que me suba el sueldo.
Los dos se rieron.
·Haz esto por mí y te pagaré un dinero extra.
La cabeza de cristal era una obra maestra y tenía una semejanza inconfundible con Salvatore, a pesar de los añadidos.
– ¿Vas a enviársela? -le preguntó Emilio.
·Claro que no. Simplemente la dejaré aquí, donde Jacopo pueda verla fácilmente.
No tuvieron que esperar mucho. Unas horas después, se vio a Jacopo entrando en la fábrica de Salvatore y al día siguiente volvió al trabajo con cara de pocos amigos.
– Salvatore lo hizo marcharse con las orejas gachas -supuso Helena.
– No creo -le dijo Emilio
– Yo creo que sí.
– No olvides que lucha para ganar.
·A menos que sepa que no puede hacerlo -murmuró Helena con un aire de misterio.
Una noche cuando volvía al hotel, el chico de recepción le dijo que habían dejado un paquete para ella. Una vez en su habitación, lo desenvolvió y se sentó a contemplar su belleza.
Era una cabeza, pero no una que pudiera reconocer, no se parecía a nadie en particular; simplemente era un rostro bello con el cabello peinado hacia atrás. Cualquier mujer se sentiría orgullosa de pensar que un hombre podía verla de ese modo.
No llevaba una nota que dijera quién lo había mandado, pero llamó a Salvatore, que respondió con un tono de voz impaciente, uno que demostraba que había estado esperando. En cuanto oyó su voz, Helena dijo:
·Me rindo.
·¿Qué significa eso exactamente?
·Significa que en esto eres mejor que yo. Significa me has pillado desprevenida. Significa «gracias, maravilloso».
·Esperaba que te gustara -dijo él con calidez en la voz ¿Estás libre para cenar conmigo esta noche? Conozco un restaurante que creo que te gustaría mucho.
·-Suena estupendo.
En esa ocasión no hubo gondolero. Salvatore fue a buscarla al hotel a pie y por casualidad Helena estaba mirando por la ventana cuando llegó. Lo vio cruzar un pequeño puente, detenerse en lo alto para asomarse y mirar la laguna.