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– No! Helena, por el amor de Dios, creí que eso ya lo habíamos dejado atrás. Me equivoqué, ahora lo sé. No te casaste con Antonio por su dinero. La prensa dice que ganaste una fortuna durante tu etapa como modelo -al verla enarcar las cejas se apresuró a ariadir-: Te he buscado en Internet, aunque no había mucha información, ni siquiera mencionaban que te habías casado con Antonio…

– Nadie lo sabía. Queríamos que nos dejaran tranquilos.

·Antonio ni siquiera se lo contó a la familia.

· -Creo que sabía que no me aceptaríais.

Viendo el peligro acercarse, Salvatore se apresuró a cambiar de tema…

– Como te he dicho, no había demasiada información, pero sí muchas fotografías. Prácticamente te he visto crecer, de bonita a preciosa a increíble. Supongo que por eso Antonio se enamoró de ti.

– No, según él. No me conoció siendo modelo, ya lo había dejado cuando nos conocimos. En ese momento casi perdí todo mi dinero por culpa de un embaucador. Fue una suerte que Antonio estuviera en el mismo hotel y conociera la reputación de ese hombre. Me salvó y así fue como nos conocimos. El resto del mundo me veía como una mujer poderosa que podía tener todo lo que quisiera, pero Antonio me vio como a una inocente que necesitaba la protección de un hombre. Y eso fue lo que me atrajo de él, nunca nadie había cuidado de mí y él lo hizo. Durante dos años nos cuidamos el uno al otro.

Se quedó en silencio un instante, mirando al infinito con una ligera sonrisa en los labios.

– ¿En qué estás pensando? -le preguntó él con delicadeza.

– En él, en cómo era, en las tonterías que solía decir, en cómo nos reíamos juntos.

– No estés triste -le dijo Salvatore cuando ella lo miró

– No lo estoy. Siempre lo tendré conmigo.

Esperó a que el camarero les sirviera el café y el postre y dijo:

– Me gustaría que me hablaras de él. ¿Cómo era de joven? Y que no te dé vergüenza hablarme de sus conquistas. No creo que haya muchas que no me haya contado.

– . Te lo contaba?

– Eramos muy, muy amigos.

De pronto una gota de agua cayó en la mano de Helena y después otra.

– Está lloviendo -dijo Salvatore-. Será mejor que vayamos dentro.

Una vez dentro, él habló con alguien por teléfono. -La góndola estará aquí en un minuto.

– ¿Góndola?-¿Con este tiempo?

– Espera y verás -le respondió él sonriendo.

Lo entendió todo en cuanto llegó la embarcación. Se le había añadido un pequeño camarote hecho con un techado y unos soportes con cortinas en los cuatro lados.

– Claro, tiene un felze. Antonio me dijo que en un tiempo todas las góndolas las llevaban para que la gente pudiera tener su intimidad, pero que ahora ya no se ven mucho.

– No, ahora los pasajeros suelen ser turistas que lo que quieren es ver las vistas.

El gondolero descorrió las cortinas de un lado y la ayudó a entrar mientras que Salvatore la sujetaba por detrás hasta que ella se dejó caer sobre los cojines. Después él se sentó a su lado y volvió a correr la cortina.

– ¿Estás bien?

– Sí, creo que sí… ¡Vaya!

– La góndola se ha sacudido porque el viento está removiendo el agua. Agárrate a mí.

Helena sintió la mano de Salvatore sobre su cuello y llevándola contra su cuerpo. En la oscuridad, sus bocas se tocaron en un apasionado beso.

Salvatore le desabrochó los botones de la camisa y descubrió que no llevaba nada debajo y que podía acariciarle los pechos, algo que hizo hábil y delicadamente.

Sabía cómo acariciar para dar el máximo placer y, tras juguetear con su pezón hasta hacerlo endurecer, colocó los labios entre sus senos. Cuando ella comenzó a acariciarle la nuca, Salvatore se apartó ligeramente.

– No pares -le susurró ella.

Y al instante él bajó la cabeza y la besó por el cuello, dejando un rastro de excitación y calor allí por donde se movía. El cuello de Helena era largo, como el de un cisne, y él le prestó total atención, tomándose su tiempo, sin avanzar hasta que estuvo seguro de que le había dado placer.

– Helena…

– ¿Sí?

Pero la góndola se detuvo de pronto.

– Hemos llegado al hotel -dijo él con la voz entrecortada-. Ahora tenemos que volver a ser unos ciudadanos respetables.

Ella lo abrazó.

– No estoy segura de poder hacerlo.

– Yo tampoco, pero tendremos que fingir -le dijo mientras le abrochaba los botones.

Lograron llegar a la habitación del hotel sin tocarse, pero una vez dentro de ella fue difícil saber quién de los dos se movió primero. Enseguida ya estaban el uno en los brazos del otro, besándose desesperadamente.

Él comenzó a quitarle la ropa y a tirarla al suelo. Se desabrochó la camisa revelando un pecho fuerte, velludo y excitante.

Dentro de esa habitación a oscuras el cuerpo de Helena se encendió y recobró vida con cada caricia. Se echó hacia atrás hasta que pudo sentir su propio cabello rozar su cintura.a medida que él la besaba más y más abajo, entre sus pechos. La calidez que la embargó se extendió a todas sus extremidades y le hizo desear que ese momento durara para, siempre.

«Lo que me está pasando es exactamente lo que Salvatore quería», pensó. Esas palabras le recordaron que seguían estando en guerra, que lo suyo era una lucha por la supremacía y que la atracción sexual que sentían no era más que otra arma de las que empleaban, si bien la más deliciosa y la más letal.

Su excitación comenzó a morir cuando la asaltaron las dudas. Hacía tanto que no estaba con un hombre en la cama que veía ese momento como si fuera virgen y sabía que tenía miedo.

·¿Qué pasa? -preguntó él.

– Nada… sólo dame un momento. No… ¡No! Suéltame.

·¿Llegamos hasta este punto para luego decirme que te suelte? -dijo al separarse de ella.

– Lo siento, no puedo seguir. Esto… no debería estar pasando.

·¿Y qué debería estar pasando, Helena? -le preguntó furioso, agarrándola de los brazos y zarandeándola-. Si pensabas que iba a alejarme como un cachorro al que han apaleado, te engañabas a ti misma. Te avisé que no jugaras conmigo.

– No es lo que piensas, es sólo que no estoy preparada…

– No te hagas la inocente conmigo. Sabías lo que iba a pasar cuando hemos cruzado esta puerta. Lo sabías antes, incluso, en la góndola, en el restaurante…

– Suéltame, Salvatore, lo digo en serio. Suéltame ahora.

Capítulo 7

PARA alivio de Helena, Salvatore la soltó, aun'que la siguió hasta la ventana mientras le gritaba:

– No has subido a la habitación conmigo esperando darnos la mano simplemente. Dio mio!, no me equivoqué contigo. Lo tenías todo planeado.

Ella estaba a punto de explicarse para defenderse, pero se detuvo cuando una luz que provenía de la calle iluminó la habitación y pudo ver la magnificencia de la desnudez del hombre que tenía delante.

Y entonces también vio la ironía del momento. Él era todo lo que había deseado, era la realización de lo que había soñado y se había hecho realidad en el peor momento posible. Porque aparte de ver sus largas y musculosas piernas, su plano abdomen, su excitación intentando ser reprimida y su acelerada respiración, muestra de su intenso deseo, lo que destacaba por encima de todo era esa terrorífica mirada; una mirada de puro odio.

Era como si otro hombre lo hubiera poseído; un hombre violento.

El sentido común la avisó de que acabara con eso rápidamente, que lo calmara y que se librara de él lo antes posible, pero lejos de estar asustada, comenzó a llenarse de una energía y unas ganas de enfrentarse a él contra las que el sentido común no podía competir.

– No he planeado nada, pero lo que pasa es que siempre estás dispuesto a pensar lo peor de mí.

Llevas dándome un mensaje toda la noche que no se corresponde con el que me has enviado ahora y supongo que sé por qué. Así es como funcionas, ¿verdad? Así es como te diviertes. ¿Cuántas veces has provocado a un hombre, lo has llevado hasta el límite antes de entregarte a ellos?