·No me ha insultado -dijo Salvatore examinando el reto con interés-. Es una pieza muy buena y, si no equivoco, la ha diseñado Leo Balzini, un joven diseñador al que llevo persiguiendo meses -se rió-. Ha logrado hacer que se parezca a mí.
·No seas absurdo. ¿Quién iba a pensar que un demonio podría parecerse a ti?
·Cualquiera que me hubiera visto por dentro tanto tanto ella… -su voz se apagó.
·¿Qué es eso que estás farfullando?
·Nada. Tú sólo ten por seguro que no es un insulto.
· iHum! Me cuesta creerlo. Una mujer como ésa…
·Por favor, no te refieras a ella de ese modo -dijo él instante.
·Te he oído a ti hablar así de ella.
– Pero técnicamente es parte de la familia y lleva el apellido Veretti.
·Pero no tenemos por qué aceptarla. ¿Tienes idea espectáculo que ha dado en la última semana?
·Es modelo. Es lógico que atraiga todas las miradas
·Se la ha visto en compañía de un hombre distinto cada noche, incluso con Silvio Tirani. Sé que formó una escena en un restaurante y eso es lo último que nuestra familia necesita. Debemos ignorarla.
– Creo recordar que te caía muy.bien Antonio -señaló Salvatore.
Oyó a su abuela tragar saliva y recordó, demasiado tarde, que habían sido unas palabras desafortunadas. A pesar de ser quince años mayor que Antonio, la signora se había encaprichado 'de él y había sido incapaz ocultarlo. Se decía que ésa era la razón por la que Antonio se había marchado de Venecia y ya formaba te de la leyenda familiar. Pero Salvatore no lo había dicho con esa intención y se apresuró a añadir:
– ¿Cómo se sentiría si ignoraras a su viuda? Creo que es hora de que conozca a toda la familia.
– ¿Quieres decir que la invitemos a venir aquí? Jamás.
·No es necesario que lo hagas. En mi propia casa soy yo el que extiende las invitaciones.
Furiosa, su abuela fue hacia la puerta, pero antes de salir dijo:
– Creo que te has vuelto loco.
·Estoy empezando a creer que sí -murmuró él cuando la mujer ya se había alejado.
El problema de qué hacer después de haber pasado la noche con Salvatore lo había resuelto al descubrir que aún tenía la cabeza de cristal que le había prometido. La empaquetó y se la envió con una nota que era cordial, aunque no demasiado efusiva, y después esperó a que él contactara con ella,
Cuando pasaron los días y no recibió noticias, afrontó los hechos: Salvatore había conseguido lo que quería y después le había dado la espalda.
Día tras otro, iba a la fábrica y se concentraba en aprender más del negocio para no pensar en él. Era únicamente por la noche cuando quedaba desprotegida ante los recuerdos de- su cuerpo contra ella, dentro de ella, y ante la humillación de imaginar lo que él habría estado pensando todo el tiempo.
Lo que siguió, aquel momento en el que Salvatore pareció preocuparse por ella, había sido sólo una ilusión y desde entonces él había empleado el silencio para mostrar su verdadero desdén.
Finalmente, los rumores que siempre corrían por Venecia le dijeron que Salvatore se había marchado de la ciudad a la mañana siguiente, tomando a todo el mundo por sorpresa.
– Ha surgido de repente -le dijo Emilio mientras se daban un descanso en la fábrica.
– ,Sabe alguien cuándo volverá? -preguntó Helena intentando mostrarse indiferente.
Al parecer no. Ojalá no volviera en años, así estamos a salvo de cualquier acción que pudiera tomar contra nosotros. Siempre hay que mirar el lado bueno las cosas.
·Sí -respondió Helena con tono apagado-. Siempre hay que mirar el lado bueno.
Se quedaba trabajando hasta tarde, alargando el día todo lo posible, pero al final siempre tenía que enfrentarse a la noche. Su popularidad había aumentado por la ciudad y siempre había alguien con quien salir a cenar,si quería pero no lo lograba porque allí siempre estaban unas imagenes y unos recuerdos atormentándola. Cerraba los ojos y se acurrucaba, temblando.
Sin embargo, nunca lloraba. Nunca.
Según la nota que recibió, se le comunicaba a la signora Helena Veretti que había sido invitada por el signor Salvatore Veretti a la Festa della censa, que se celebraría en dos semanas.
·Es un honor -le dijo Emilio- ¿Te habló Antonio alguna vez del festival?
·Un poco. Se remonta a siglos atrás, cuando el dux lanzaba un anillo de oro al agua para celebrar el matrimonio de Venecia con el mar.
·Así es, se festeja todos los años y en él participan figuras más importantes de Venecia. Estarás en buena compañía.
Suponiendo que acepte la invitación.
La gente mata por conseguir una de esas invitaciones. Piensa en todos los contactos que puedes conseguir para el negocio.
·Sí, claro, debo pensar en eso.
Mientras pensaba si llamar a Salvatore o mandarle la respuesta por escrito, el teléfono sonó.
·¿Has recibido mi invitación?
– Estaba a punto de llamarte.
– Vamos a almorzar. Nos vemos en una hora… -le dio el nombre de una cafetería y después se oyó un clic. Había colgado.
La cafetería era pequeña, modesta y alegre. Salvatore la estaba esperando en una mesa en la calle con vistas a un pequeño canal. Le sirvió una copa de vino, que ya había pedido.
Al verlo, a Helena le pareció estar mirándose en un espejo. Si esa mirada no la engañaba, Salvatore había pasado tantas noches sin dormir como ella.
– Gracias por la cabeza. La he guardado con llave en un lugar seguro para evitar que mi abuela la destroce. Le indigna que alguien pueda verme como a un demonio, pero le he dicho que se lo explicarías cuando os conozcáis.
– ¿Qué? ¿Y qué voy a decirle?
– Eso decídelo tú -le dijo sonriendo-. Yo sólo seré el árbitro.
La sonrisa de Salvatore iluminó su mundo, por mucho que intentó no admitirlo. Después de una semana de amargura, ahora se sentía feliz por estar con él.
·No me equivocaba al convertirte en un demonio. Tienes el mismo descaro.
– ¿Así que aceptas mi invitación?
– Espera un minuto, yo no he dicho eso.
– ¿Por qué ibas a negarte? ¿Porque la invitación viene de mi parte? -le preguntó con una expresión encantadora a la que ella no pudo resistirse.
Digamos que me resulta sospechoso que, me invitaras.
– Pero ahora eres toda una celebridad y quiero que me vean contigo, por el bien de mi reputación.
– ¿Vas a dejar de decir tonterías?
– Lo digo en serio. En mi posición, tengo que asegurarme de que te ven conmigo y no con otros hombres. No puedo tener competencia de… digamos… Silvio Tirani
Sí, claro. Me lanzaría a sus brazos en cualquier momento.
– Toda Venecia dice que lo hiciste salir de un restaurante con las orejas gachas. Para ser sincero, me identifico con él.
·¡Oh, vamos!
A mí me has hecho lo mismo varias veces. Tal vez Tirani y yo podríamos formar una sociedad, «Los rechazados por Helena de Troya».
Los dos comenzaron a reírse a carcajadas y una sención de calidez y cercanía flotó entre ellos, no sólo un ardiente calor sexual, sino algo más delicado, reflejo de dos mentes en armonía.
·¿Estás bien? -le preguntó Salvatore, esperando que ella recordara la pregunta que le había hecho una vez. Ella lo recordó al instante y respondió:
Estoy muy bien.
– ¿No te hice daño aquella noche, verdad? Porque si lo hice, jamás me lo perdonaría.
Su voz era tierna y preocupada y lo mismo reflejaban sus ojos. Por un momento la guerra había quedado en suspenso y ellos habían dejado de ser combatientes.
·No me hiciste daño -insistió ella con firmeza.
· -Pero algo te preocupaba -dijo él, con delicadeza-.
· Me gustaría que me lo contaras.
Por un momento pensó que Helena confiaría en él y su corazón se iluminó, pero entonces ella le sonrió y supo que se había cerrado a él una vez más. La sonrisa era su armadura.