·¿Quieres probar? Iré hacia la puerta, intenta detenerme y veremos quién de los dos sale peor parado.
– Stregai -ya la había llamado bruja antes, pero en aquella ocasión había sido a modo de cumplido. Ahora sonó como una palabra cargada de veneno.
·Buenas noches, signor Veretti. Gracias por una noche tan agradable, pero debo irme ya. Me despediré de tu familia y después me iré.
·¡No lo harás!
·¿Es que vas a insistir?
Por un momento Helena creyó que se pondría a discutir con ella allí mismo, pero él se controló a tiempo, no sin antes lanzarle una advertencia con la mirada diciéndole que eso no quedaría así. Después, con mucha educación, le ofreció a su barquero para que la llevara al hotel.
·No, gracias. Prefiero ir paseando.
– Yo te acompañaré…
·No, iré yo…
– Yo me he ofrecido primero…
Mientras los jóvenes competían por ir con ella, Salvatore la agarró por el brazo y le susurró:
·¿Vas a estar tan loca de irte con ellos?
·No te preocupes. Si alguno se me acerca demasiado, los demás lo tirarán al canal. Buenas noches. Y así se marchó, seguida por una multitud.
Tal y como había supuesto, sus admiradores se comportaron y ya en el hotel les recompensó tomándose una copa con ellos en el bar antes de retirarse a su habitación y de negarse categóricamente a que la acompañaran arriba.
Exactamente una hora después alguien llamó a su puerta. La abrió y, tal y como había esperado, allí estaba Salvatore.
·Supongo que sabías que vendría -le dijo una vez dentro.
·Me lo imaginaba.
·¿Qué demonios creías que estabas haciendo?
·-Ser una buena invitada y pasármelo bien.
– Tú lo has pasado bien y también todo el mundo viendo cómo te exponías.
– Si pretendes que me lo tome como un insulto, no lo has conseguido. Así es como me gano la vida, exponiéndome.
Eso lo enfureció del todo y ella se alegró de verlo. Tal vez estaba corriendo un riesgo al provocarlo, pero no le importaba. Se sentía poderosa, desesperada por provocarlo más y más.
·Pero claro, tienes que saber cómo hacerlo… lo meor es ser sutil.
Se quitó la falda y la tiró al suelo. Salvatore la observaba respirando entrecortadamente y le quitó la parte de arriba de un tirón. Después, se desnudó y la tendió en la cama.
·¿Y si ahora te pidiera que te fueras? -le preguntó
– ¿Es que vas a insistir? -repitió sus palabras de antes.
Delicadamente, Salvatore la despojó de su ropa interior negra y por fin se situó entre sus piernas y se adentró en ella, sin permiso, llenándola, poseyéndola.
Algo dentro de ella explotó. Ya recuperaría su independencia más tarde, ya lo desafiaría y lo retaría, pero por el momento estar con él era lo único que le importaba.
– ¿Qué dices ahora? -le preguntó él.
Lentamente, ella giró la cabeza sobre la almohada, Lo miró a los ojos y murmuró:
Lo que digo es… ¿por qué has tardado tanto en venir?
Capítulo 10
ESTABAN tumbados en la oscuridad. Ya casi estaba amaneciendo y se habían amado hasta el agotamiento. Pero ahora simplemente estaban tumbados, desnudos, descansando.
– Tendré que volver pronto y pasar el día desempeñando mi papel de anfitrión. Pero mañana por la mañana se irá el último de los invitados y entonces vendré directamente aquí. Quiero estar a solas contigo.
·Suena de maravilla, pero ¿es posible estar a solas en Venecia?
– Lo es donde voy a llevarte.
– ¿Y qué lugar es ése?
·Espera y verás -le respondió sonriendo-. Lo único que te diré es que… lleves ropa cómoda.
– Define «cómoda».
·Camiseta y pantalones.
A regañadientes, Salvatore salió de la cama y comenzó a recoger su ropa del suelo. Cuando había terminado de vestirse, se sentó en la cama y le tomó la mano.
– Lo siento si antes he dicho algo que haya podido ofenderte.
– Lo sé -Helena se sentó en la cama y apoyó la mejilla en su hombro-. A veces las cosas se nos van de las manos
– Gracias. Eres muy generosa.
– Por cierto, cuando llegues a casa, no entres de puntillas. Asegúrate de que todo el mundo sepa que has estado fuera durante horas.
– ¿Quieres decir…?
·¡Así esos jovencitos sabrán que has conseguido lo que ellos no han logrado!
·Eres una mujer muy, muy malvada -le respondió él entusiasmado antes de besarla.
– Lo sé, ¿no te parece divertido? Ahora vete. Necesito dormir mucho antes de volver a ser malvada.
Helena pasó la mayor parte del día durmiendo y descansando y a la mañana siguiente recibió un mensaje de Salvatore diciéndole que estuviera preparada a las diez en punto. Y a esa hora exactamente llegó él conduciendo una gran lancha motora blanca.
– Me dijiste que me pusiera pantalones -se defendió Helena ante su mirada de sorpresa.
·Pero no unos de cadera tan baja y tan ajustados que… bueno…
·Son los únicos que tengo.
– Ya. Bueno, sube, que yo intentaré concentrarme n conducir. No será fácil, pero lo intentaré.
Hacía un día maravilloso, lleno del encanto de los días del inicio del verano.
·¿Adónde vamos? -gritó ella por encima del ruido del motor.
·A una de las islas.
Helena sabía que había multitud de islas en la laguna, lugares tan pequeños que nadie vivía allí.
– Es diminuta -dijo al llegar, impresionada.
– Así es. Vamos hasta esos árboles, desde ahí podrás verla entera.
– Es una maravilla. ¿Es tuya? -preguntó una vez llegaron a los árboles, desde donde podía divisarse Venecia a lo lejos.
Sí. Era de mi madre. Me traía aquí cuando era pequeño y me prometió que algún día sería mía Dijo que era un lugar en el que refugiarte cuando el mundo se te hacía demasiado grande. Y tenía razón.
– No puedo imaginarme que alguna vez hayas pensado que el mundo era demasiado para ti.
·Claro, pero aquí puedes esconder tus debilidades para luego resurgir más fuerte ante la gente.
Fue como si Salvatore hubiera abierto una diminuta ventana a su interior, como si fuera un hombre distinto. Pero volvió a cerrarla otra vez diciendo:
·Deja que te enseñe la casa. Está allí, detrás de esos árboles.
Era tan pequeña y sencilla que Helena ni siquiera se había percatado de que estaba allí.
De camino a la pequeña construcción, él le tomó la mano y, al llegar, Helena comprobó que a pesar de su aislamiento, tenía todo tipo de comodidades, incluso agua corriente, electricidad y calefacción.
·Entonces aquí podrías tener un ordenador para trabajar.
– Nada de ordenadores. Tengo un teléfono móvil para que puedan contactar conmigo en caso de emergencias y una radio, pero nada más.
Encantada, pudo ver que ése lugar estaba diseñado para que una persona se evadiera del mundo.
Estando en la cocina, Salvatore sacó una bolsa que había llevado y que contenía pan fresco, patatas, un par de bistecs y ensalada.
·Espera a probar cómo cocino.
·¿Un hombre que vive en un palazzo sabe cocinar? No me lo creo.
– ¿Me estás desafiando?
·Si quieres verlo de ese modo…
Se puso manos a la obra mientras ella echaba un vistazo por la casita, que tenía dos dormitorios, un salón y una pequeña librería, todo ello con un mobiliario muy sencillo, nada que ver con el lujo que normalmente rodeaba a Salvatore.
Comieron en la terraza con vistas al mar.
·Sienta bien alejarse un poco antes de que empiece a tener mucho trabajo. Voy a presentar una nueva línea de cristal en pocos días.
– Yo la lanzaré un poco más tarde. Emilio está emocionado con la idea.
– Muchos compradores vienen a adquirir la colección y harás la mitad de tus ventas esa primera semana. Te irá bien. Tu colección es muy buena.