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Gideon giró hacia el sur. Había oscurecido, y el parque se estaba vaciando.

– ¿Interesante? ¿Por qué?

– Por lo que te dije. Tienen un montón de pautas.

– ¿Como cuáles?

– Números repetidos, series decrecientes, cosas así. Por el momento me cuesta definir lo que significan. Acabo de ponerme con ellos, pero en cualquier caso no son un código.

El Central Park Reservoir apareció ante Gideon, y se metió por el camino de los joggers. El agua estaba en calma y oscura. A lo lejos, por encima de la copa de los árboles, Gideon vio el perfil del centro de la ciudad recortándose contra el cielo del anochecer.

– ¿Cómo lo sabes?

– Cualquier código como Dios manda tiene una serie de números que parecen dispuestos al azar. Naturalmente no lo están, pero todas las pruebas matemáticas de aleatoriedad demostrarán que sí. En este caso, incluso el test más sencillo dice que no son aleatorios.

– ¿Test? ¿A qué test te refieres?

– A cuadrar los dígitos. Una serie verdaderamente aleatoria tiene aproximadamente un diez por ciento de ceros, un diez por ciento de unos y así sucesivamente. En cambio, tus números tienen más ceros y más unos.

Hubo un silencio. Gideon contuvo el aliento e intentó que su voz sonara lo más natural posible.

– ¿Y las radiografías que te di?

– Ah, sí. Se las entregué a un médico de la facultad, como me pediste.

– ¿Y?

– Se suponía que tenía que llamarlo esta tarde. Lo siento, se me olvidó.

– Pues qué bien.

– Lo llamaré mañana a primera hora.

– Sí, no lo olvides -repuso Gideon, pasándose la mano por la frente. Se encontraba hecho una mierda.

De repente, lo asaltó la sensación de que lo estaban siguiendo. Miró a su alrededor. Era casi de noche y se encontraba en medio de un parque.

– ¿Hola? ¿Sigues ahí? -preguntó O'Brien, todavía al teléfono.

Gideon se dio cuenta de que no había colgado.

– Sí. Escucha, tengo que cortar. Nos vemos mañana.

– Vale, pero no antes de las doce.

Cerró el móvil y se lo guardó en el bolsillo. Echó a andar a paso vivo en dirección oeste, pasando junto a las pistas de tenis sin salirse del camino. No había visto nada ni a nadie… ¿o sí? Hacía tiempo que había aprendido a fiarse de sus instintos. Gracias a ellos, aquella misma mañana había salvado el pellejo.

Se dio cuenta de que al seguir el sendero de los joggers le estaba poniendo las cosas más fáciles a su perseguidor, si es que había uno. Mejor sería que se dirigiera hacia el norte, saliera del camino y atajara por la zona de árboles que rodeaba las pistas. De ese modo, su perseguidor tendría que acortar la distancia y él podría ingeniárselas para darle esquinazo y pillarlo por la espalda.

Salió del camino y se adentró entre los árboles que había más abajo de las pistas. El suelo estaba cubierto de hojas que crujían a su paso. Siguió caminando y se detuvo bruscamente, fingiendo que se le había caído algo. También oyó que el sonido de las hojas aplastadas a su espalda cesaba bruscamente.

En ese momento supo que lo seguían, y su estupidez se le hizo patente. No tenía un arma y estaba en medio de un parque desierto. ¿Cómo se había metido en semejante problema? Se había distraído pensando en Orchid, que había demostrado tener un corazón tan tierno como el de una adolescente, y en el expediente médico de Glinn, y como resultado había bajado la guardia.

Echó a andar de nuevo, caminando deprisa. No debía delatar que sabía que lo seguían, pero tenía que salir del parque lo antes posible y perderse entre la gente. Rodeó las pistas de tenis y giró bruscamente a la izquierda, siguiendo las vallas del recinto. Cuando llegó a una zona de arbustos, dio media vuelta y zigzagueó de vuelta al lago.

Con eso esperaba despistar a ese cabronazo.

– ¡Un paso más y es hombre muerto! -exclamó una voz, saliendo de la oscuridad y apuntándole con una pistola.

28

Gideon se detuvo, listo para saltar, pero se contuvo. Aquella voz era de mujer.

– No sea estúpido. Levante las manos despacio.

Gideon obedeció, y la figura dio otro paso adelante. Lo encañonaba con una Glock que sujetaba con ambas manos, y sus movimientos le indicaron que estaba perfectamente entrenada en su manejo. Era delgada, atlética y llevaba el cabello largo y castaño recogido en una cola de caballo. Vestía una cazadora de cuero negro encima de una pulcra blusa blanca y pantalón azul.

– Apoye las manos en ese árbol y separe las piernas.

«¡Joder!», se dijo Gideon. Obedeció, y la mujer lo registró sin dejar de apuntarle. Luego dio un paso atrás.

– Dese la vuelta sin bajar las manos.

Hizo lo que le decía.

– Me llamo Mindy Jackson, de la CIA. Le mostraría mis credenciales, pero en este momento tengo las manos ocupadas.

– Está bien -repuso Gideon-. Ahora, si quiere escucharme, señorita Jackson…

– Cállese. La que habla aquí soy yo. Quiero que me diga para quién demonios trabaja y qué coño cree que está haciendo.

Gideon intentó relajarse.

– ¿No podríamos hablar de esto…?

– ¿Qué pasa? ¿No sabe seguir instrucciones? ¡Hable!

– De lo contrario, ¿qué? ¿Piensa dispararme en pleno Central Park?

– En Central Park muere mucha gente tiroteada.

– Dispare esa pistola y este lugar estará abarrotado de polis en menos de cinco minutos. Piense en el papeleo que eso supondría.

– Responda a mis preguntas.

– Quizá.

Se hizo un silencio tenso.

– ¿Cómo que quizá? -preguntó ella finalmente.

– ¿Quiere que hable? De acuerdo, pero no a punta de pistola ni aquí. Si de verdad es de la CIA, entonces estamos en el mismo bando.

Vio que meditaba y que al final se relajaba y guardaba la pistola bajo la fina cazadora.

– Está bien -dijo ella.

– En el Ginza's de Amsterdam Avenue hay un buen bar, si es que sigue funcionando.

– Sí, funciona.

– O sea, que es usted de Nueva York.

– Déjese de cháchara, ¿quiere?

29

Se sentaron en la barra. Gideon pidió sake, y Mindy Jackson, un Sapporo. No dijeron nada mientras esperaban las bebidas. Con luz y sin la chaqueta pudo verla mejor: labios carnosos, nariz pequeña, un leve rastro de pecas, abundante cabello castaño y ojos verdes. Treinta y pocos años. Elegante, pero quizá demasiado dulce para su profesión, aunque nunca se podía estar seguro. Lo importante era que, aunque no sabía de qué iba todo aquel asunto, ella tenía información que podía llegar a interesarle. De eso estaba seguro. Y para conseguirla, debía ofrecerle algo a cambio.

Llegaron las bebidas, y Mindy tomó un sorbo antes de volverse hacia él con cara de pocos amigos.

– Muy bien, ahora dígame quién es usted y por qué está interesado en Wu.

– Verá, del mismo modo que estoy seguro de que usted no puede contarme los detalles de su misión, yo tampoco puedo hablarle de la mía. -Gideon había tenido tiempo de pensar una historia mientras se dirigían al Ginza's y siempre había sido de la opinión que la mejor mentira era la que menos se apartaba de la verdad-. Ni siquiera tengo una placa, como usted. Y ya que lo mencionamos, me gustaría que me enseñara la suya, aunque solo sea por cortesía profesional.

– Nosotros no tenemos placas, sino identificaciones -repuso secamente mientras se la enseñaba por debajo de la barra-. Ahora dígame, ¿para quién trabaja?

– Sé que esto no le va a gustar, pero trabajo para una empresa privada contratada por el departamento de Seguridad Interior. Querían que recuperara los planos del arma de Wu.

Mindy lo miró fijamente, y él se dio cuenta de que se sentía contrariada.

– ¿El departamento de Seguridad Interior? ¿Por qué demonios está metiendo las narices en nuestros asuntos? ¿Ha dicho que trabaja para una empresa privada?