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Arrastrados por la multitud, salieron por la boca del túnel. La gente saltó una barrera de hormigón y se dejó caer por una breve ladera que daba a Hung Hing Road, donde se desparramó en una masa vociferante hacia el Hong Kong Yatch Club. La multitud derribó rápidamente la garita de la entrada con los vigilantes todavía en su interior, saltó la barrera y se perdió en el recinto del club.

– No te separes de mí -ordenó Mindy, alejándose del tumulto.

Se metieron por una carretera auxiliar, cruzaron unas vías de tren y saltaron una valla de alambre. Al fin se alejaron de la multitud y corrieron por un paseo desde donde se dominaba Victoria Harbour. El camino describía una curva y enlazaba con un muelle de hormigón que se adentraba en las aguas del puerto. Mindy, que llevaba un rato hablando a gritos por el móvil, lo cerró con un golpe seco.

– Por allí -dijo, indicando el muelle asfaltado.

– Pero ¡si es un callejón sin salida! -gritó Gideon.

Entonces vio que había una gran «H», rodeada por un círculo, pintada en el suelo. Alzó la vista y en ese momento oyó el ruido de un helicóptero que se acercaba volando bajo y a toda velocidad. La aeronave sobrevoló el muelle, descendió y se posó. Los dos corrieron hacia las puertas que se abrieron. El helicóptero despegó tan pronto estuvieron a bordo y se alejó, sobrevolando el puerto.

Mindy Jackson se abrochó el cinturón de seguridad y se volvió hacia Gideon, mientras sacaba papel y lápiz.

– Acabo de salvarte la vida, así que vas a dejarte de gilipolleces y me darás esos malditos números.

Gideon se los dio.

36

Subieron al primer avión que salía del país, un vuelo de Emirates con destino a Dubai, utilizando sus visados diplomáticos para saltarse el control de pasaportes. Llegaron a su destino a las nueve de la noche, hora local. Su vuelo a Nueva York no salía hasta la mañana siguiente.

– El hotel Bur Dubai está muy bien -comentó Mindy mientras cruzaban la aduana y se dirigían hacia la cola de los taxis-. Me debes una bien grande y fuerte.

– ¿Te refieres a una copa? -preguntó Gideon haciéndose el inocente.

– Pues claro. Menuda mente retorcida tienes.

Subieron a un taxi.

– Al Bur Dubai -dijo ella al chófer y se volvió hacia Gideon-. El Cooz Bar es un local especializado en música jazz y habanos y tiene un ambiente muy especial, con sofás de terciopelo rojo, taburetes de piel de leopardo y mucha madera clara.

– Tiene gracia, no te hacía fumadora de puros.

El taxi se incorporó al denso tráfico nocturno y al cabo de un rato los dejó delante del hotel, dos estructuras ultramodernas que se curvaban para cruzarse en lo alto. Fueron directamente al bar sin registrarse, justo a tiempo para la segunda actuación.

Se sentaron, y la orquesta empezó a tocar. Como era previsible, la primera pieza fue de Ellington, «Caravan». Gideon escuchó con atención, no lo hacían nada mal. El camarero se acercó.

– Yo tomaré un martini de Absolut -dijo Mindy-, con dos aceitunas y… -echó un vistazo a la carta de puros- un Bolívar Coronas Gigantes.

Gideon, tras los excesos de la noche anterior, decidió tomarlo con calma y pidió una cerveza. El camarero regresó con las bebidas y el cigarro.

– ¿Vas a fumarte eso? -preguntó Gideon, contemplando el tubo de aluminio del tamaño de un torpedo.

– Yo no, pero tú sí. Me gusta ver a un hombre fumando un puro.

Cediendo a sus instintos más básicos, Gideon sacó el habano y se lo pasó por debajo de la nariz. Era excelente. Lo cortó con el cortapuros y lo encendió.

Mindy lo miraba de soslayo.

– Como pensaba. Te sienta bien fumar puros.

– Pues esperemos que no pille un cáncer y tengan que amputarme los labios.

– Con unos labios tan bonitos sería una lástima -dijo ella, tomando un sorbo de su martini sin dejar de mirarlo-. ¿Sabes?, no he conocido a nadie que tenga tu aspecto, un pelo tan negro y ojos azules.

– Irlandés moreno, salvo que no soy irlandés.

– Apuesto a que te quemas fácilmente con el sol.

– Por desgracia, sí.

Allí, tan lejos de casa, Mindy Jackson parecía una persona distinta.

– ¿Tienes alguna idea de qué pueden significar esos números? -le preguntó Gideon.

– Todavía no. Acabo de mandarlos.

– Si averiguan algo me gustaría saberlo.

Mindy permaneció en silencio. La orquesta empezó otra pieza clásica de Ellington: «Mood Indigo».

Ya que le había entregado los números, Gideon pensó que podía hacerle alguna otra pregunta.

– Cuéntame algo más de ese personaje, el tal Nodding Crane. Suena como un personaje salido de una película de James Bond.

– Y en cierto modo es verdad. Se trata de un asesino nato. Sabemos muy poco acerca de él, que proviene del oeste de China, que es de origen mongol y que parece ser una especie de Gengis Kan. Creemos que creció en una unidad de entrenamiento especial que lo educó en la cultura estadounidense. Según parece trabaja para la Oficina 810.

– ¿Qué es eso?

Mindy lo miró con extrañeza.

– Para un agente, incluso tratándose de uno privado, eres inusualmente ignorante.

– Es que acaban de reclutarme.

– La Oficina 810 es la versión china de la Gestapo o el KGB, solo que en más pequeña y concentrada. Responde exclusivamente a las órdenes directas de un puñado de altos funcionarios del Partido Comunista. Nodding Crane es uno de sus mejores agentes y dicen que lo han reforzado química y hormonalmente. Está bien entrenado, pero no es la tosca máquina de matar que podrías pensar. Es muy inteligente y, como te he dicho, está muy impregnado de la cultura popular estadounidense. Leí un informe que aseguraba que toca blues con su guitarra y domina la técnica del slide.

– Cuesta de creer; pero si es tan bueno, ¿cómo es que la pifió con Wu?

– ¿Que la pifió? Sus órdenes eran liquidar a Wu y escapar, y eso fue exactamente lo que hizo. Los daños colaterales no le importan.

– Pero no consiguió recuperar los planos.

– No lo pretendía. Esa es la segunda fase y está trabajando en ella.

– ¿Por qué me persigue?

– Vamos, Gideon, hay media docena de testigos que te vieron escribiendo esos números. Crane no necesita hacerse con ellos. Le basta con asegurarse de que todos los que los han visto estén muertos.

Gideon meneó la cabeza y dio una calada al cigarro.

– Si es tan bueno, yo debería estar muerto.

– Hasta ahora has demostrado ser muy astuto, aunque también puede que hayas tenido la suerte del principiante. Supongo que ir a Hong Kong era lo último que esperaba que hicieras.

– Tú lo imaginaste.

– En absoluto. Los aeropuertos están en alerta general contigo, así que se nos advirtió de tu salida. Cuando regreses a Estados Unidos, Nodding Crane te estará esperando. No creo que sobrevivas. -Sonrió, cogió una de las aceitunas del martini y se la llevó a la boca.

– Gracias por el voto de confianza, pero debería añadir que, a partir del momento en que te he dado los números, tú también te has convertido en su objetivo.

– No te preocupes por mí.

Dio otra calada.

– De todas maneras, ¿cómo es posible que Wu lograra escapar con los planos?

– Es posible que llevara tiempo pensando hacerlo. Era uno de sus mejores científicos y tenía libre acceso a todo. Tal vez esa trampa sexual fue el último empujón que necesitaba.

– ¿Cómo sabíais que llevaba los planos consigo?

– Esa fue la información que recibimos. No nos salió gratis y estaba contrastada.

– ¿Y no es posible que ese científico fuera una trampa, que todo fuera un montaje?