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A continuación, el DVD mostró una serie de secuencias breves en las que Wu caminaba por la terminal, entraba en la zona de control de pasaportes para los viajeros que no eran residentes en Estados Unidos, hacía la interminable cola, pasaba las aduanas y bajaba por la escalera mecánica, camino de la salida.

– ¡Eh, ese eres tú! -exclamó Mindy-. Pareces un conejo sorprendido por los faros de un coche.

– Muy graciosa.

El DVD finalizaba en la salida, con una imagen del Lincoln saliendo tras el taxi.

Gideon se pasó las manos por la cara. Se sentía como un idiota por habérsela jugado en el aeropuerto por nada.

– Estoy cansada -dijo Mindy-. Arrastro el cambio de hora del vuelo y, encima, anoche no pegué ojo gracias a ti. ¿Te importaría…?

Gideon contemplaba la imagen del coche, inmovilizado en la pantalla.

– Un momento. Hay algo que me gustaría volver a ver.

– Vete.

– No, de verdad. Hay algo que quiero revisar. Está justo al principio.

– ¿Qué es?

– Cuando Wu pasa entre esa gente que está esperando. ¿Te fijaste en que había una mujer asiática con un niño?

– Había un montón de asiáticos.

– Sí, pero quiero verlo otra vez.

Mindy suspiró y volvió a sentarse ante el televisor mientras las imágenes pasaban de nuevo.

– ¡Ahí está! -dijo Gideon bruscamente, sobresaltándola.

– Yo no he visto nada.

– Vuelve a mirar -repuso, rebobinando y poniendo el reproductor en cámara lenta.

– Sigo sin ver nada. De verdad, Gideon, nuestros expertos han examinado esta grabación con todo detalle.

– Calla y observa… ¡Aquí! -Congeló la imagen-. El clásico escamoteo. Un pase de mano invertido.

– ¿Un qué?

Gideon sintió que se ruborizaba.

– He estudiado magia -confesó, omitiendo por qué lo había hecho-. Aprendes a manipular pequeños trozos de papel. Los magos los llaman «pases». Normalmente los hacen cuando trabajan con cartas. -Rebobinó el DVD y lo puso en marcha de nuevo, esta vez fotograma a fotograma-. Observa bien. El niño deja caer su oso de peluche justo cuando Wu se acerca…, ella se agacha para recogerlo…, todos los que estén observando seguirán la mano que recoge el oso, pero… observa su mano izquierda. ¿Ves que tiene la palma vuelta hacia fuera, con la muñeca recta? A continuación, Wu pasa…, y ella tiene ahora la mano cerrada y la muñeca ligeramente doblada.

Volvió a reproducir la escena, fotograma a fotograma.

– Creo que lo he visto -dijo Mindy, que no estaba del todo segura-. Él le da algo a ella.

– No, no. ¡Al revés! Ella le da algo, y lo hace de tal modo que lo esconde de la vista desde cualquier ángulo.

– ¿Por qué iba ella a darle algo a Wu?

– No tengo ni idea.

Gideon detuvo el DVD, cogió una hoja de papel del taco del hotel que había en la mesilla y le demostró el pase.

– ¡Que me ahorquen! -exclamó Mindy-. Pero si ella le entregó un papel, ¿dónde está?

– Ni idea. Imagino que Wu lo destruyó al ver que lo seguían.

– Esa mujer es la clave -dijo Mindy-. Tenemos que encontrarla.

Gideon asintió.

– Nos repartiremos el trabajo -propuso la agente de la CIA-. Tú buscas al niño, y yo a la mujer.

– ¿Cómo demonios voy a encontrar a ese chico…? -objetó, pero se calló de repente al darse cuenta de que en el vídeo había algo más, algo en lo que ni ella ni nadie había reparado.

Gideon se estaba poniendo el abrigo y se disponía a marcharse.

– Llámame si averiguas algo. Yo haré lo mismo.

40

El rostro sin afeitar de Tom O'Brien resbaló de la palma de la mano en la que descansaba, y se despertó con un sobresalto. Miró el reloj con ojos soñolientos. Las diez. Se había quedado dormido en su mesa durante horas, y notaba un hormigueo en las piernas. Había vuelto a ocurrirle: se había entusiasmado tanto con la extensión de manejo de datos Python que estaba codificando que se había pasado la noche trabajando y se había olvidado de dormir.

Se levantó con un gruñido y se masajeó las piernas. Comida: eso lo despertaría.

Puso un CD de Sacramentum en el reproductor, subió el volumen y fue hasta la cocina arrastrando los pies. Apartó las pilas de platos sucios para tener espacio, sacó una baguette de su envoltorio, la cortó longitudinalmente y se preparó un bocadillo con mantequilla de cacahuete, rodajas de plátano y mini nubes. Un poco de salsa agridulce le dio el toque final. Presionó las dos mitades, se metió el bocata bajo el brazo, sacó una botella de litro de Dr. Pepper de la nevera y volvió a su mesa.

Dio un respingo al ver que en el salón había alguien. El bocadillo y la bebida se le cayeron y se esparcieron por el suelo. Entonces vio que era Gideon Crew.

– ¡Maldita sea, deja de hacer esto! -gritó a su amigo-. Si me muero de un ataque al corazón, ¿quién te resolverá tus pequeños problemas? -Se agachó y empezó a recoger los ingredientes de su bocadillo y a quitar los pelos de gato de la salsa agridulce.

– ¡No me digas que sigues comiendo bocadillos de mantequilla de cacahuete! Supongo que no te interesa llegar a viejo para disfrutar de tu pensión, ¿no? -comentó Gideon.

– No te preocupes por mí. No es a mí a quien persiguen la mitad de los chiflados de Langley. -Le lanzó una mirada hosca-. Y antes de que me lo preguntes te diré que no he tenido tiempo de trabajar más en tus números.

– Ah, ¿no? ¿Por qué?

– A diferencia de algunos, no me queda más remedio que trabajar para ganarme la vida.

– Sí, profesor ayudante en Columbia. Cuándo vas a dejar de ser el eterno aspirante y vas a conseguir por fin esa cátedra.

– ¿Y tener que enfrentarme con el mundo real? -Dio un mordisco al bocadillo y fue hacia su mesa mientras Gideon lo seguía-. Además, no es únicamente por mi trabajo, sino por el tipo de problema que me has traído. Ya te lo dije, es como tener una receta sin los ingredientes: tres cucharadas de equis, doscientos gramos de y griega y un pellizco de zeta. ¡Sin los ingredientes no puedo hacer nada!

– Hay algo más en lo que necesito tu ayuda.

– ¿Me has dado otro de mil?

Gideon hizo caso omiso del comentario y sacó un DVD del bolsillo de su abrigo.

– Contiene una grabación de una cámara de vídeo. Necesito que me amplíes la imagen con el mayor detalle posible.

O'Brien cogió el disco con expresión de alivio.

– Eso es fácil.

Gideon señaló el reproductor de CD y puso mala cara.

– ¿Te importa apagar eso antes de que empecemos? No me consta que haya música cancerígena, pero esta podría serlo.

O'Brien lo miró con fingido horror.

– ¿No te gusta el black metal?

– No, ni siquiera cuando se supone que es el mejor. -Gideon miró a su alrededor, buscando un sitio donde sentarse, pero en el diminuto y abarrotado estudio solo había una silla, y la ocupaba su amigo-. Nunca he visto tanta basura amontonada en un espacio tan pequeño. ¿Cuándo harás una buena limpieza?

– ¿Basura? ¿Limpieza? -preguntó O'Brien con aire ofendido-. Todo esto es de vital importancia para mi trabajo. -Hizo rodar la silla y cogió un artefacto metálico que estaba encima de un antiguo terminal UNIX. Lo enchufó a la corriente y lo conectó a su ordenador.

– ¿Qué es eso? -preguntó Gideon.

– Un VDT.

– Repito la pregunta: ¿qué es eso?

– Es un aparato que normalmente se usa para transferir distintos tipos de archivos de vídeo de un formato a otro. Sin embargo, este en particular es muy útil en el trabajo forense.