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– Ya lo sé, pero ahora tienes que dormir un poco. Mañana nos espera un día muy agitado.

Ella lo miró de soslayo.

– ¿Dormir? -Lo rodeó con los brazos y lo atrajo hacia ella-. Quítate ese estúpido maquillaje y te enseñaré cómo vamos a dormir.

44

Nodding Crane estaba sentado ante la iglesia de San Bartolomé, rasgando su Beard Road-O-Phonic con el estuche abierto delante de él y recogiendo monedas pequeñas. Eran las nueve de la mañana y las aceras estaban llenas de banqueros y agentes de bolsa que pasaban, camino del trabajo, sin dirigirle una sola mirada.

I'm looking funny in my eyes

(Me veo raro)

Rasgueó las cuerdas, cantando con voz grave, la que había cultivado tras haber pasado muchos años escuchando a Bukka White. Se sentía tranquilo después de haber estado al borde de un ataque de pánico, aquella mañana, cuando Crew casi se le había escapado con su maniobra de las habitaciones y la repentina aparición de una mujer. Había estado a punto de burlarlo. A punto. De no haber sido por los andares característicos de Crew, lo habría engañado.

And I believe I'm fixing to die

(Y creo que me dispongo a morir)

Crew había salido con la mujer, y él había decidido no seguirlos porque sabía que volverían. Nodding Crane había aprendido tiempo atrás que a menudo resultaba peligroso y contraproducente seguir obsesivamente a la presa. E innecesario: todo el mundo se regía según determinadas constantes. Era mejor informarse sobre ellas y adelantarse en lugar de seguir inútilmente todos los pasos. El momento de seguir a la presa llegaba cuando esta se apartaba de la norma y tomaba una nueva dirección.

I'm looking funny in my eyes

(Me veo raro)

Los tipos trajeados pasaban ante él, ocupados en asuntos de dinero. Empezó a irritarse porque nadie le echaba unas monedas en el estuche de la guitarra. Todos aquellos poderosos desfilaban ante él sin mirarlo. Entonces, inesperadamente, alguien dejó caer un billete de veinte.

And I believe I'm fixing to die

(Y creo que me dispongo a morir)

Eso estaba mejor. Estados Unidos era un país maravilloso. Lástima que estuviera condenado.

45

Gideon Crew se apeó del vehículo y contempló el ala de admisiones de la academia Throckmorton. Ante ellos se alzaba una estructura de granito gris de estilo neorrománico en medio de setos y parterres impecablemente cuidados. La placa de bronce atornillada a la pared les informó que el ala, siguiendo la costumbre WASP de llamar «cottage» a lo que eran auténticas mansiones, respondía al nombre de Swithin Cottage. Aquella, concretamente, rezumaba dinero, privilegios y una presuntuosa superioridad.

– Esto es una tontería -dijo Orchid, de pie en el aparcamiento, mientras se alisaba la americana de su espantoso traje chaqueta de color naranja-. No lo entiendo. Parecemos un par de paletos. Van a echarnos de una patada en el culo.

– Puede -repuso Gideon, sujetando una carpeta llena de papeles que le había llevado horas preparar. Se ajustó la chaqueta a cuadros y la corbata de poliéster y se encaminó hacia la entrada.

– No sé por qué nos hemos vestido de esta manera -susurró Orchid, furiosa-. Aquí no pegamos ni con cola.

Él la cogió por el brazo para tranquilizarla.

– Tú sígueme la corriente. Ya lo comprenderás. Te lo prometo.

Entraron en la lujosa sala de espera. La recepcionista los miró.

– Buenos días, ¿en qué puedo ayudarlos? -preguntó inexpresivamente.

– Hola -contestó jovialmente Gideon, acercándose y estrechándole la mano-. Somos el señor y la señora Crew. Estamos aquí para matricular a nuestro hijo Tyler en este colegio.

– ¿Tienen hora?

– Sí.

– ¿Con quién?

Rebuscó en sus papeles

– Con el señor Van Rensselaer. -Era uno de esos apellidos neoyorquinos antiguos y lo pronunció mal.

La mujer se levantó y desapareció en un despacho. Salió instantes después.

– El señor Van Rensselaer los recibirá de inmediato -dijo, poniendo énfasis en la correcta pronunciación.

El responsable de admisiones era como Gideon había confiado que fuera: alto, relajado, amigable y vestido con discreta elegancia. El cabello, ligeramente largo, y las gafas de diseño actual indicaban que si bien no era un hombre de mente abierta, sí se consideraba tolerante y moderado.

Perfecto.

Van Rensselaer les dio la bienvenida y solo su mirada dejó entrever brevemente la inquietud que le provocaba la forma de vestir de sus visitas.

– Muchas gracias por hacernos un hueco -dijo Gideon, tras las presentaciones-. Queremos matricular a nuestro hijo Tyler en segundo curso. Es un muchacho muy especial.

– Desde luego. Como comprenderán, en Throckmorton tenemos un procedimiento de admisión exhaustivo que requiere entrevistas con los padres, el futuro alumno, referencias de los profesores de este y toda una serie de pruebas de aptitud. La verdad es que tenemos muchos más solicitantes de los que podemos aceptar. Tal como creo que le expliqué por teléfono, en la actualidad no disponemos de plazas en segundo grado.

– Sí, pero Tyler es especial.

Van Rensselaer no se había sentado.

– Como le dije, estaré encantado de enseñarle el colegio, pero no estaría bien por mi parte malgastar su tiempo sabiendo que no hay ninguna posibilidad de que pueda matricular a su hijo. Naturalmente, si queda libre alguna plaza, lo llamaremos. Ahora, si le parece, le organizaré la visita.

– Gracias, pero he creído que lo mejor era traerle esta carpeta con una muestra del trabajo de Tyler. -Gideon mostró la carpeta a Van Rensselaer, que la miró con disimulado desprecio.

– Se lo agradezco, pero no será necesario.

– Al menos permítame que le deje su sinfonía.

– Perdón, ¿su… qué?

– La sinfonía. Tyler ha compuesto una sinfonía.

Se hizo un largo silencio.

– ¿Cuántos años me ha dicho que tiene su hijo?

– Siete.

– Ya, ¿y alguien lo ha ayudado a componer esa sinfonía?

– ¡No, por Dios! -exclamó Orchid de repente, haciendo resonar su voz ronca de fumadora en el pequeño despacho-. ¡Qué sabemos nosotros de música clásica! -Soltó una risotada.

Conteniendo una sonrisa, Gideon entregó la partitura a Van Rensselaer y este la cogió.

– Utilizó GarageBand -explicó Gideon-. Suena de miedo, con muchas trompetas. Le he incluido un CD. Debería escucharlo. Seguro que le gusta.

Van Rensselaer hojeó la partitura.

– Seguro que alguien lo ayudó.

– No, de verdad. Ni siquiera sabíamos lo que estaba haciendo.

– ¿Y dice que ni usted ni su mujer tienen inclinaciones musicales?

– A mí me gusta Lady Gaga -contestó Orchid con una risita.

– ¿Y de dónde ha sacado Tyler su afición musical?

– No tengo ni idea -repuso Gideon-. Es adoptado, ¿sabe? Coreano.

– Coreano… -repitió Van Rensselaer.

– Sí. Algunos de nuestros amigos empezaron a adoptar a niños asiáticos y pensamos que estaría bien, ya que nosotros no podemos tener hijos. Así sería algo que tendríamos en común, ya sabe, para tener algo de que hablar. De todas maneras, la sinfonía no es lo único. También le he traído unos dibujos. Son copias, de modo que puede quedárselos.

Le entregó unas hojas. Era sorprendente lo que se podía conseguir por internet. Antes de copiarlos les había añadido una pequeña firma: «Tyler Crew».

Van Rensselaer los examinó.

– Este es nuestro perro. A Tyler le encanta. Y esa es una vieja iglesia que sacó de un libro.