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Manteniéndose entre los árboles, se acercó a la parte trasera del cobertizo donde estaban a resguardo las dos retroexcavadoras. En su anterior incursión en la isla se había fijado en que se trataba de unas Caterpillar casi nuevas. A su regreso se había informado de cómo manejarlas y puentearlas. Aun así, confiaba en que las llaves estuvieran puestas.

Esperó, bien escondido, aguzando el oído y la vista. Cada relámpago le permitía ver el entorno iluminado por un instante. No había rastro de Nodding Crane, pero eso no quería decir nada. Intuía que el asesino no andaba lejos.

Gideon salió de entre los árboles y rodeó lentamente el cobertizo, ocultándose entre la vegetación con infinito cuidado al tiempo que examinaba el techo. Estaba hecho de troncos que unían las viejas paredes de ladrillo y cubierto con planchas onduladas atornilladas a las vigas. Todo estaba medio carcomido, pero no hasta el punto de derrumbarse.

En cualquier caso, le confirmó lo que deseaba saber: que el techo podía aguantar el peso de un hombre.

Se arrastró pegado a la pared hasta que alcanzó una de las excavadoras. Alargó la mano y abrió la puerta de la cabina, que estaba entornada. Subió con un ágil movimiento, se agachó en su interior y cerró la puerta sin hacer ruido.

Las llaves estaban puestas.

Miró la hora. Mindy debía de llevar diez minutos en posición.

«Ha llegado la hora del primer asalto», se dijo. Dispuso los controles, puso la mano en la llave y giró el contacto.

La máquina cobró vida con un rugido grave. Muy bien. Se manejaba con una palanca multifunción que cualquier novato era capaz de controlar, al menos eso decía la publicidad del fabricante. Bajó rápidamente los estabilizadores y levantó la pala en posición vertical, por encima de la cabina, para protegerse de lo que iba a ocurrir. Acto seguido, activó la palanca multifunción y respiró hondo.

Con un movimiento rápido de los dedos, alzó la enorme retropala trasera de un cuarto de tonelada, como un hombre golpeando por encima de su cabeza con el puño. Esta dio contra el techo con estruendo, empujándolo hacia arriba entre crujidos de madera carcomida y una lluvia de agua. Por un momento pareció que todo el techo iba a salir volando, pero entonces la pala abrió un agujero entre las viejas vigas y las planchas metálicas oxidadas, y el armazón volvió a caer en su sitio estrepitosamente, rociándolo de restos.

Entonces, Gideon movió la palanca lateralmente, y la pala ensanchó el agujero del techo. A continuación, la bajó sobre una de las vigas y tiró hacia abajo. Toda la techumbre se desplomó entre chorros de lluvia: troncos carcomidos, fragmentos retorcidos de plancha ondulada y tablazón. Los frenéticos disparos que rebotaron en la pala le indicaron que había acertado: Nodding Crane se había situado en el tejado del cobertizo, desde donde no solo dominaba a vista de pájaro la zona de enterramientos, sino que también podía disparar desde allí a cualquiera que se acercara a las retroexcavadoras.

Sin vacilar, Gideon colocó la pala delantera en posición de transporte, subió los estabilizadores, engranó la primera y sacó la máquina del destrozado cobertizo mientras bajaba el brazo trasero para que le sirviera de blindaje contra armas ligeras. Casi en el acto, una ráfaga de disparos rebotó contra él con un eco metálico; pero Gideon estaba a salvo en el interior de la cabina.

¡Aquel hijo de puta sin duda se había llevado el susto de su vida al ver que la pala reventaba el techo del cobertizo! ¡Lástima que no se hubiera partido el cuello! En cualquier caso, había quedado demostrado que Nodding Crane no era la infalible máquina de matar que Garza le había descrito.

Gideon llevó a todo gas la excavadora a través del campo embarrado. Los disparos se hicieron más precisos y atravesaron el techo de la cabina, lanzando fragmentos de plástico y aislante sobre Gideon. Este se agachó todo lo que pudo, conduciendo a ciegas, mientras las balas abrían agujeros en el parabrisas. La pala trasera no lo protegería por completo.

Asomó rápidamente la cabeza y vio que casi había llegado. Otras dos balas surcaron el aire, y una de ellas estuvo a punto de hacerle un nuevo corte de pelo. Segundos después, Gideon detuvo la máquina, saltó al suelo y desde allí al interior de la fosa abierta, donde aterrizó en el charco de agua y lodo del fondo. Luego, se asomó cautelosamente y examinó los alrededores con las gafas de visión nocturna. Los disparos habían cesado.

Controlaba la fosa; Mindy no había revelado todavía su posición, y su adversario estaba desconcertado y, con un poco de suerte, quizá incluso herido.

Una sensación de euforia se apoderó de él. Por el momento estaba pateándole el culo a Nodding Crane.

65

Volvió su atención al montón de cajas dejadas a la intemperie. En el fondo de la trinchera estaba al abrigo de los disparos, y Mindy se hallaba en su puesto -o al menos en eso confiaba-, lista para abatir a Nodding Crane si este intentaba cruzar el campo hacia él. Aun así, no tenía tiempo que perder. Se quitó las gafas, las guardó en la mochila, se puso la linterna de cabeza y la encendió. Una pared de cajas de madera de pino le dio la bienvenida. Estaban apiladas en montones de diez de alto por cinco de ancho. Los pequeños féretros, antes limpios, estaban ya manchados de barro. Los relámpagos surcaban el cielo, y la lluvia seguía cayendo con fuerza. El hedor resultaba insoportable. A Gideon le recordaba una combinación de carne podrida, calcetines sucios y queso líquido.

Examinó los números de la fila superior: 695-1078 MSH, 695-1077 SLHD, 695-1076 BGH. Pensó: «1076 menos 998 da 78». Así pues, las piernas de Wu debían de estar setenta y ocho cajas por detrás. Un rápido vistazo le bastó para saber que el número que buscaba no se encontraba entre las cajas que estaban a la vista. Sacó el pico de su mochila y golpeó con él una de las cajas inferiores, perforándola. Tiró de ella y provocó que toda la fila cayera con estrépito. Muchas cajas se abrieron, arrojando en todas direcciones una lluvia de brazos y piernas descompuestos. El hedor se alzó como una niebla húmeda.

El derrumbamiento de la primera hilera dejó al descubierto la siguiente. Gideon examinó los números, pero las cajas estaban llenas de barro y muchos de ellos apenas se veían. Empezó a limpiarlos, comprobándolos de uno en uno.

Estaba concentrado en la tarea cuando oyó un ruido que no presagiaba nada bueno: la segunda excavadora, que se ponía en marcha. Comprendió su error. Había dejado las llaves puestas en la otra máquina.

Un rugido le indicó que la excavadora había salido del cobertizo y cruzaba el campo a toda velocidad.

Se puso las gafas y se encaramó al borde de la fosa. La segunda excavadora se aproximaba, haciendo volar el barro con sus orugas, con la pala trasera alzada como el aguijón de un escorpión. Nodding Crane había subido la delantera y la utilizaba como escudo para protegerse.

Gideon disponía de menos de un minuto antes de que llegara.

Solo podía hacer una cosa. Agarró una raíz del borde de la fosa, saltó fuera y echó a correr hacia su excavadora, que seguía con el motor en marcha, no lejos de allí. Una ráfaga de balas golpeó la pala delantera cuando la bajó para protegerse, a pesar de que le tapaba la vista.

La ajustó para poder ver justo por encima y se dirigió directamente contra la otra excavadora, a todo gas; veinte toneladas de acero tambaleándose por el campo embarrado. Colocó la mochila encima del acelerador, bloqueándolo, y así pudo ponerse de pie. Sacó la Beretta y disparó varias veces, pero las balas se estrellaron sin causar daño contra la pala de la máquina que se acercaba. La distancia entre ambas se reducía rápidamente. A treinta kilómetros por hora, la colisión era inevitable. Nodding Crane devolvió los disparos. Su arma era más precisa, y Gideon tuvo que ponerse a cubierto.

Faltaban quince, tal vez veinte segundos para el choque. Gideon se preparó para el impacto, agarrándose frenéticamente y calculando las mil alternativas posibles.