Echó otro vistazo al reloj: las once y media. A lo lejos, el Unisphere brillaba contra el cielo nocturno como un meteorito ardiendo. No le quedaba mucho tiempo. Efectuaría un último reconocimiento y después escogería la posición idónea desde donde controlar el desarrollo de los acontecimientos. Enfiló el carrito hacia la gran esfera y pisó el acelerador.
68
Gideon supo que iba a morir, pero no sintió nada en absoluto. Al menos de ese modo sería más rápido e indoloro.
De repente, se oyó un alarido y una ráfaga de disparos. Gideon se volvió y vio una monstruosa aparición: una figura cubierta de barro que surgía de debajo de la tierra, disparando y aullando como una fiera. Nodding Crane recibió varios impactos y cayó hacia atrás, mientras respondía frenéticamente al fuego.
– ¡Me he quedado sin munición! -gritó Mindy, soltando el fusil y escarbando en el barro en busca de su pistola.
Gideon se lanzó sobre Nodding Crane; agarró el arma del asesino e intentó arrebatársela, confiando en que estuviera muerto. Pero no lo estaba. También él llevaba un chaleco antibalas. Ambos rodaron por el fango, forcejeando por la TEC-9, pero Nodding Crane era increíblemente fuerte y se quitó a Gideon de encima al tiempo que levantaba la metralleta.
Mindy arremetió contra él, intentando golpearlo en la cabeza con un tablón de madera, pero el asesino se apartó con una pirueta y paró el golpe con el hombro; levantó el arma de nuevo, con mano titubeante.
Gideon retrocedió y comprendió que en esos momentos solo les quedaba una opción.
– ¡Sal de aquí!
Mindy saltó fuera de la fosa, seguida por Gideon. La TEC-9 escupió otra ráfaga, pero ellos corrían ya por el prado, hasta que desaparecieron en la oscuridad de la tormenta, y las balas se perdieron en el vacío.
Durante una fracción de segundo, el cielo se desgarró con el fulgor de un relámpago, seguido de un trueno ensordecedor.
– ¡Ese cabrón está recargando! -jadeó Mindy mientras corrían.
Apenas habían alcanzado la hilera de árboles, cuando una nueva ráfaga impactó contra las hojas que los rodeaban, barriendo la vegetación. Se adentraron corriendo en la maleza, hasta que no pudieron más.
– ¿Y tu arma? -preguntó Gideon, respirando entrecortadamente.
– La he perdido, pero tengo la de apoyo. -Sacó un Colt 45 de reglamento-. ¿Y el fragmento?
– En mi bolsillo.
– Debemos seguir adelante.
Se volvió y echó a correr a paso ligero en dirección sur. Gideon la siguió como pudo, intentando olvidarse del dolor. Había perdido sus gafas de visión nocturna y la linterna durante la lucha, y en esos momentos se movían sumidos en una oscuridad absoluta, intentando apartar arbustos y ramas. No tenía la menor duda de que Nodding Crane los seguía.
– Esto no va a dar resultado -jadeó Gideon-. Ese cabrón tiene gafas nocturnas. Debemos salir a campo abierto, donde podamos ver algo.
– De acuerdo -contestó Mindy.
– Sígueme.
Gideon recordó el mapa y se encaminó hacia el este. El bosque se hizo menos denso cuando cruzaron otra zona de enterramientos, donde pisaron huesos y cráneos que asomaban entre la hojarasca. Salieron a una calle ancha llena de malas hierbas y flanqueada por una serie de edificios bajos y alargados: el orfanato de muchachos. Había una leve claridad proveniente del sur -las luces de Nueva York- que les permitía ver ligeramente.
Gideon echó a correr, y Mindy hizo lo mismo.
– ¿Dónde tienes el bote?
– Cerca de la playa, detrás de la chimenea.
Una repentina ráfaga de metralleta sonó tras ellos. Gideon se lanzó al suelo instintivamente. Mindy aterrizó junto a él, rodó sobre sí misma y devolvió los disparos con su Colt 45. Se oyó un grito y después silencio.
– ¡Le he dado! -exclamó.
– Lo dudo. Ese cabrón es muy astuto.
Se pusieron de pie al instante y corrieron hacia los edificios en ruinas. Entraron por una puerta medio rota; Gideon iba delante. Corriendo, pasaron ante las habitaciones en ruinas y saltaron por encima de las camas oxidadas y los fragmentos de yeso de las paredes. Cuando Gideon salió por el otro extremo, giró repentinamente hacia la iglesia en ruinas. La atravesó corriendo, salió por la destrozada vidriera del fondo y volvió sobre sus pasos con Mindy pisándole los talones.
– ¿Se puede saber qué estamos haciendo? -preguntó-. Dijiste que habías dejado la barca en el otro lado.
– Correr aleatoriamente. Eso es lo que hacemos. Tenemos que darle esquinazo. Despistarlo.
Agarrándose las doloridas costillas, empezó a abrirse camino por una arboleda frondosa, hacia la orilla opuesta. Aminoraron la marcha en un intento de hacer el menor ruido posible. Los árboles desaparecieron, y salieron al campo de béisbol que Gideon había visto antes. Las gradas estaban cubiertas de vegetación, y la zona de juego había desaparecido bajo las malas hierbas. Lo cruzaron, y Gideon se detuvo a medio camino, aguzando el oído; pero el viento aullaba, la lluvia caía con fuerza y resultaba imposible oír nada.
– Estoy segura de que lo hemos despistado -susurró Mindy, recargando su arma. Señaló las gradas con la cabeza-. Ese parece un buen sitio.
Gideon asintió. Se deslizaron bajo las gradas caminando a gatas. Los cubría un manto de vegetación densa, y los bancos los protegían de la lluvia, que martilleaba los asientos de metal. Era como estar en una cueva.
– Nunca nos encontrará aquí -dijo ella.
Gideon negó con la cabeza.
– Tarde o temprano nos encontrará estemos donde estemos. Esperaremos un momento aquí y luego intentaremos llegar al bote. No está lejos.
Aguzó el oído. Por encima del rugido de la tormenta pudo escuchar el rumor de las olas en la orilla.
– Creo que lo alcancé en el bosque.
Gideon no respondió porque estaba concentrado pensando en qué camino debían tomar para llegar a la embarcación. No creía que hubieran herido a Nodding Crane ni tampoco que lo hubieran despistado.
– ¿No tienes el mapa ni la linterna? -preguntó.
– Todo estaba en mi mochila. Lo único que conseguí recuperar fue el arma.
– ¿Cómo conseguiste salir de debajo del montón de tierra?
– Quedé poco enterrada y la tierra estaba bastante suelta. Además, tú quitaste mucha con la pala. Dame el fragmento.
– ¡Por Dios! -bufó Gideon-. ¡Ya nos ocuparemos de eso más tarde!
De repente, Gideon vio que la pistola le apuntaba entre los ojos. Mindy dio un paso atrás, sujetándola con ambas manos, y se levantó.
– ¡Te he dicho que me des ese fragmento!
Por un momento, mientras miraba el cañón del arma, la mente de Gideon se bloqueó. Luego se acordó del comentario de Nodding Crane: «Es usted un pobre idiota». Entonces le había parecido un insulto sin más, pero en ese momento, demasiado tarde, comprendió que nada de lo que decía o hacía aquel asesino carecía de intención.
– ¿Se puede saber qué demonios haces? -preguntó.
– Limítate a darme ese fragmento.
– ¿Para quién trabajas? Seguro que no para la CIA.
– Trabajaba para ellos, pero no me pagaban lo suficiente.
– O sea, que vas por libre.
Mindy sonrió.
– Más o menos. Este trabajo concreto es por cuenta de la OPEP.
– ¿La OPEP?
– Sí, y estoy segura de que eres lo bastante inteligente para comprender dónde encaja la OPEP en esta historia.