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Navegando por estima, viró hacia el norte, en paralelo a la orilla oriental de la isla, y, cuando calculó que había recorrido medio camino, enfiló hacia ella. Al aproximarse vio la silueta de la gran chimenea, que constituía su punto de referencia, y siguió a todo gas hacia la playa y el saladar. Cuando la proa del bote tocó tierra, Gideon saltó de la embarcación y la empujó hasta dejarla amarrada en el denso saladar.

Allí se preparó para el recorrido que lo esperaba. Comprobó las armas, se puso las gafas nocturnas y echó un último vistazo al mapa. Para reducir las posibilidades de que lo detectaran, había escogido un camino más largo y poco frecuentado, un camino que cruzaba las zonas en ruinas más inestables y peligrosas.

Seguramente, Nodding Crane habría llegado antes que él, estudiado el lugar y elegido la mejor posición, igual que una araña esperando que la presa caiga en su tela. Y aunque no se lo había dicho a Mindy, Gideon creía saber cuál era esa posición. En la isla había un lugar que él mismo habría elegido: un punto que otorgaba ventaja en todos los sentidos. Si interpretaba correctamente el pensamiento de Nodding Crane -y creía que así era-, el asesino no resistiría la tentación de ocupar la mejor posición ofensiva.

La lluvia caía como una cortina de agua mientras el rugido del trueno seguía al fulgor de los relámpagos. Aquello era otro elemento estocástico a su favor. Miró la hora: las diez y media. Le quedaban otros veinte minutos antes de que Mindy se situara en posición.

Se arrastró por la hierba empapada y entre densos arbustos. Las gafas nocturnas le mostraban el entorno bañado en una lúgubre luz verdosa, pero la lluvia oscurecía y difuminaba los detalles. Era como moverse casi a ciegas por un paisaje fantasmal.

Se abrió paso a través de la frondosa maleza hasta que llegó a la parte trasera de un edificio medio derruido: el orfanato para muchachos. Entró en su mohoso interior por una ventana rota. El agua caía por los agujeros del tejado. La principal ocupación de aquellos huérfanos había sido la confección de calzado, de manera que había zapatos viejos tirados por todas partes, retorcidos como hojas secas, entre hormas medio carcomidas, herramientas y trozos de cristal. Avanzó a lo largo de la pared, pistola en mano, con cuidado de no pisar vidrios rotos.

Enseguida se encontró en el pasillo principal del edificio. Los rugidos de la tormenta le llegaban apagados a través de las paredes.

Al final del pasillo dio con una puerta trasera medio abierta, que colgaba de una única bisagra. Desde allí atravesó corriendo una zona cubierta de malas hierbas y entró en el bloque que había albergado los dormitorios. Los muros estaban llenos de pintadas. Pasó ante una hilera de literas de hierro oxidado y se detuvo un momento al ver un potente relámpago y escuchar el inmediato trueno. Cada descarga iluminaba el interior del edificio con una luz espectral, haciendo que las camas de hierro proyectaran sombras temblorosas en las paredes. Alguien había dejado una gran pintada encima de una de las literas donde se leía: «Quiero morir».

Gideon se apresuró. En el extremo más alejado del edificio pasó ante varias habitaciones pequeñas donde se amontonaban viejos archivadores y cajas de cartón llenas de carpetas mohosas y reventadas. Una rata enorme, subida en una pila de papeles, lo observó pasar sin inmutarse.

Volvió a salir a la tormenta. La lluvia caía con más fuerza que antes. Dejó atrás las ruinas y se adentró de nuevo en el bosque, acercándose a la parte más antigua de la zona de las fosas. Mientras se abría paso entre los árboles, se tropezó con los viejos marcadores de las tumbas, que asomaban entre la vegetación y que, hilera tras hilera, señalaban la ubicación de antiguas fosas comunes. Algunos huesos sobresalían aquí y allá, entre las hojas y el follaje del suelo.

Manteniéndose entre los árboles, se acercó a la parte trasera del cobertizo donde estaban a resguardo las dos retroexcavadoras. En su anterior incursión en la isla se había fijado en que se trataba de unas Caterpillar casi nuevas. A su regreso se había informado de cómo manejarlas y puentearlas. Aun así, confiaba en que las llaves estuvieran puestas.

Esperó, bien escondido, aguzando el oído y la vista. Cada relámpago le permitía ver el entorno iluminado por un instante. No había rastro de Nodding Crane, pero eso no quería decir nada. Intuía que el asesino no andaba lejos.

Gideon salió de entre los árboles y rodeó lentamente el cobertizo, ocultándose entre la vegetación con infinito cuidado al tiempo que examinaba el techo. Estaba hecho de troncos que unían las viejas paredes de ladrillo y cubierto con planchas onduladas atornilladas a las vigas. Todo estaba medio carcomido, pero no hasta el punto de derrumbarse.

En cualquier caso, le confirmó lo que deseaba saber: que el techo podía aguantar el peso de un hombre.

Se arrastró pegado a la pared hasta que alcanzó una de las excavadoras. Alargó la mano y abrió la puerta de la cabina, que estaba entornada. Subió con un ágil movimiento, se agachó en su interior y cerró la puerta sin hacer ruido.

Las llaves estaban puestas.

Miró la hora. Mindy debía de llevar diez minutos en posición.

«Ha llegado la hora del primer asalto», se dijo. Dispuso los controles, puso la mano en la llave y giró el contacto.

La máquina cobró vida con un rugido grave. Muy bien. Se manejaba con una palanca multifunción que cualquier novato era capaz de controlar, al menos eso decía la publicidad del fabricante. Bajó rápidamente los estabilizadores y levantó la pala en posición vertical, por encima de la cabina, para protegerse de lo que iba a ocurrir. Acto seguido, activó la palanca multifunción y respiró hondo.

Con un movimiento rápido de los dedos, alzó la enorme retropala trasera de un cuarto de tonelada, como un hombre golpeando por encima de su cabeza con el puño. Esta dio contra el techo con estruendo, empujándolo hacia arriba entre crujidos de madera carcomida y una lluvia de agua. Por un momento pareció que todo el techo iba a salir volando, pero entonces la pala abrió un agujero entre las viejas vigas y las planchas metálicas oxidadas, y el armazón volvió a caer en su sitio estrepitosamente, rociándolo de restos.

Entonces, Gideon movió la palanca lateralmente, y la pala ensanchó el agujero del techo. A continuación, la bajó sobre una de las vigas y tiró hacia abajo. Toda la techumbre se desplomó entre chorros de lluvia: troncos carcomidos, fragmentos retorcidos de plancha ondulada y tablazón. Los frenéticos disparos que rebotaron en la pala le indicaron que había acertado: Nodding Crane se había situado en el tejado del cobertizo, desde donde no solo dominaba a vista de pájaro la zona de enterramientos, sino que también podía disparar desde allí a cualquiera que se acercara a las retroexcavadoras.

Sin vacilar, Gideon colocó la pala delantera en posición de transporte, subió los estabilizadores, engranó la primera y sacó la máquina del destrozado cobertizo mientras bajaba el brazo trasero para que le sirviera de blindaje contra armas ligeras. Casi en el acto, una ráfaga de disparos rebotó contra él con un eco metálico; pero Gideon estaba a salvo en el interior de la cabina.

¡Aquel hijo de puta sin duda se había llevado el susto de su vida al ver que la pala reventaba el techo del cobertizo! ¡Lástima que no se hubiera partido el cuello! En cualquier caso, había quedado demostrado que Nodding Crane no era la infalible máquina de matar que Garza le había descrito.

Gideon llevó a todo gas la excavadora a través del campo embarrado. Los disparos se hicieron más precisos y atravesaron el techo de la cabina, lanzando fragmentos de plástico y aislante sobre Gideon. Este se agachó todo lo que pudo, conduciendo a ciegas, mientras las balas abrían agujeros en el parabrisas. La pala trasera no lo protegería por completo.

Asomó rápidamente la cabeza y vio que casi había llegado. Otras dos balas surcaron el aire, y una de ellas estuvo a punto de hacerle un nuevo corte de pelo. Segundos después, Gideon detuvo la máquina, saltó al suelo y desde allí al interior de la fosa abierta, donde aterrizó en el charco de agua y lodo del fondo. Luego, se asomó cautelosamente y examinó los alrededores con las gafas de visión nocturna. Los disparos habían cesado.