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– ¿Se puede saber qué estamos haciendo? -preguntó-. Dijiste que habías dejado la barca en el otro lado.

– Correr aleatoriamente. Eso es lo que hacemos. Tenemos que darle esquinazo. Despistarlo.

Agarrándose las doloridas costillas, empezó a abrirse camino por una arboleda frondosa, hacia la orilla opuesta. Aminoraron la marcha en un intento de hacer el menor ruido posible. Los árboles desaparecieron, y salieron al campo de béisbol que Gideon había visto antes. Las gradas estaban cubiertas de vegetación, y la zona de juego había desaparecido bajo las malas hierbas. Lo cruzaron, y Gideon se detuvo a medio camino, aguzando el oído; pero el viento aullaba, la lluvia caía con fuerza y resultaba imposible oír nada.

– Estoy segura de que lo hemos despistado -susurró Mindy, recargando su arma. Señaló las gradas con la cabeza-. Ese parece un buen sitio.

Gideon asintió. Se deslizaron bajo las gradas caminando a gatas. Los cubría un manto de vegetación densa, y los bancos los protegían de la lluvia, que martilleaba los asientos de metal. Era como estar en una cueva.

– Nunca nos encontrará aquí -dijo ella.

Gideon negó con la cabeza.

– Tarde o temprano nos encontrará estemos donde estemos. Esperaremos un momento aquí y luego intentaremos llegar al bote. No está lejos.

Aguzó el oído. Por encima del rugido de la tormenta pudo escuchar el rumor de las olas en la orilla.

– Creo que lo alcancé en el bosque.

Gideon no respondió porque estaba concentrado pensando en qué camino debían tomar para llegar a la embarcación. No creía que hubieran herido a Nodding Crane ni tampoco que lo hubieran despistado.

– ¿No tienes el mapa ni la linterna? -preguntó.

– Todo estaba en mi mochila. Lo único que conseguí recuperar fue el arma.

– ¿Cómo conseguiste salir de debajo del montón de tierra?

– Quedé poco enterrada y la tierra estaba bastante suelta. Además, tú quitaste mucha con la pala. Dame el fragmento.

– ¡Por Dios! -bufó Gideon-. ¡Ya nos ocuparemos de eso más tarde!

De repente, Gideon vio que la pistola le apuntaba entre los ojos. Mindy dio un paso atrás, sujetándola con ambas manos, y se levantó.

– ¡Te he dicho que me des ese fragmento!

Por un momento, mientras miraba el cañón del arma, la mente de Gideon se bloqueó. Luego se acordó del comentario de Nodding Crane: «Es usted un pobre idiota». Entonces le había parecido un insulto sin más, pero en ese momento, demasiado tarde, comprendió que nada de lo que decía o hacía aquel asesino carecía de intención.

– ¿Se puede saber qué demonios haces? -preguntó.

– Limítate a darme ese fragmento.

– ¿Para quién trabajas? Seguro que no para la CIA.

– Trabajaba para ellos, pero no me pagaban lo suficiente.

– O sea, que vas por libre.

Mindy sonrió.

– Más o menos. Este trabajo concreto es por cuenta de la OPEP.

– ¿La OPEP?

– Sí, y estoy segura de que eres lo bastante inteligente para comprender dónde encaja la OPEP en esta historia.

– Pues no -repuso en un intento de ganar tiempo.

– ¿Qué crees tú que ese fragmento de metal podría hacer con su negocio? Ya pueden decir adiós a su mercado del petróleo, por no hablar de la industria del automóvil y el motor de combustión. Y ahora, muchacho, dame ese maldito fragmento. No me apetece matarte, Gideon, pero lo haré si no haces lo que te digo.

– ¿Cuánto te pagan por esto?

– Diez millones.

– Te vendes barato. -Se acordó de Hong Kong y de cómo, por arte de magia, resultó que llevaba un sello diplomático en el bolso. Ese simple detalle tendría que haber bastado para que sospechara. Además, Mindy siempre parecía trabajar sola, sin apoyo, sin un colega. Algo impropio de la CIA.

Nodding Crane tenía razón: había sido un pobre idiota.

Mindy alargó una mano. Evidentemente, podía matarlo allí mismo, pero quizá -solo quizá- el recuerdo del rato que habían pasado juntos se lo impidiera. Rebuscó en su bolsillo y le entregó el trozo de alambre.

– Así me gusta. -Sin dejar de apuntarle, lo cogió y lo sostuvo en alto para examinarlo. Luego, apretó el puño y apuntó mejor-. No sabes cuánto lamento tener que hacer esto -dijo.

Gideon comprendió que lo decía sinceramente. Lo lamentaba, pero eso no iba a impedirle matarlo.

Cerró los ojos.

69

Un disparo sonó en la oscuridad, pero Gideon no sintió nada, ningún impacto de bala. Abrió inmediatamente los ojos. Al principio le pareció que todo seguía igual. Pero entonces vio la mirada vacía de Mindy y el agujero de bala limpio que tenía entre los ojos. Ella permaneció inmóvil un instante, antes de desplomarse hacia atrás.

Gideon le arrancó el trozo de alambre de la mano crispada y corrió.

Una serie de disparos atravesaron las gradas, arrancando astillas de madera y vegetación. Gideon salió por la parte trasera de las gradas y corrió a toda velocidad hacia el bote. Era su única oportunidad de sobrevivir.

Ante él se extendía el paisaje apocalíptico de la urbanización en ruinas. Corrió por las calles, agrietadas y llenas de matojos, dobló una esquina y después otra. A su espalda oía los pasos de Nodding Crane, acercándose.

Entrar en cualquiera de las casas significaba quedar atrapado, pero no podía correr más deprisa que su enemigo. Entonces comprendió que nunca conseguiría alcanzar la embarcación.

En la calle siguiente volvió sobre sus pasos y siguió doblando en cada esquina para no ofrecer a su perseguidor una línea de tiro despejada. No tenía pistola ni forma alguna de defenderse. Tendría que haber cogido el Colt de Mindy, pero había tenido que elegir entre el arma o el trozo de alambre. No había dispuesto de tiempo para los dos.

Nodding Crane acortaba implacablemente la distancia, y Gideon jadeaba con tanta fuerza que creía que una de las costillas rotas le perforaría un pulmón en cualquier momento. ¿Qué podía hacer?

Llegó al final de la última calle. Ante él se extendía el campo que rodeaba la sala de la dinamo. Había estado allí antes. Esa era la zona que el guardia había evitado dando un rodeo. «Está prohibido cruzar ese campo -le había dicho-. En esta isla hay un montón de sitios peligrosos.»

¿Cuál era el peligro allí? Quizá encontrara una oportunidad en ese terreno. De lo que estaba seguro era de que sería la última.

Corrió por el campo, zigzagueando. Podía oír a Crane, que reducía la distancia y no se molestaba en detenerse para disparar porque prefería acercarse más para no fallar. Gideon echó una mirada por encima del hombro. Allí estaba: una figura corriendo, apenas a unos cuarenta metros de distancia.

Cuando se hallaba en mitad del campo, Gideon comprendió que había cometido un grave error. Nunca llegaría a alcanzar el otro lado, y allí no había nada que pudiera brindarle una vía de escape, ningún peligro inesperado, ningún pozo oculto: solo un gran campo abierto. El suelo era firme y llano. Aquello era una carrera; y Nodding Crane, el corredor más veloz.

Volvió a mirar hacia atrás. Las piernas le pesaban como el plomo. Crane había reducido la distancia a treinta metros.

Volvió la vista hacia el inalcanzable extremo del campo y, por el rabillo del ojo, vio la enorme y ruinosa chimenea, alzándose junto al edificio de la dinamo. Entonces lo comprendió. El peligro no estaba en el campo en sí, sino en aquella chimenea, vieja e inestable. Esa era la razón de que el guardia hubiera dado un rodeo. La maldita construcción parecía a punto de derrumbarse en cualquier momento.

Una vieja escalera de hierro subía en espiral hasta lo alto.

Se desvió y siguió corriendo entre los arbustos hacia la chimenea. Cuando llegó a su base, vaciló un instante; aquello era un callejón sin salida.

«¡A la mierda!»

Se encaramó a la escalera oxidada y empezó a subir. Tres disparos sonaron a su espalda e impactaron en los ladrillos, levantando una nube de polvo y restos de arcilla. Gideon siguió subiendo; la propia chimenea lo protegía.