Dajkovic no abrió la boca.
– No sé cuánto tiempo estará allí ni adonde se dirigirá a continuación. Lleva consigo un ordenador que sin duda es tan peligroso como él. ¿Entiende lo que quiero decir?
– Lo entiendo perfectamente y le doy las gracias por concederme esta oportunidad.
– Se lo agradezco, Charlie, de corazón.
Le tendió la mano a Dajkovic y, en una demostración espontánea de emociones, lo atrajo hacia sí y le dio un fuerte abrazo.
Cuando el soldado hubo salido, Tucker juraría que había visto lágrimas en sus ojos.
8
El Skyline Drive trazaba la curva del Stormtower Ridge, dejando a la vista el Manahoac Lodge and Resort, una serie de apartamentos contiguos y cabañas de lujo que rodeaban el hotel y el campo de golf que se extendía al pie del monte Stormtower. Las montañas Blue Ridge se divisaban, brumosas, en la distancia.
Dajkovic levantó el pie del acelerador cuando el coche se acercó a la entrada del complejo hotelero y se detuvo en la verja.
– Tengo una reserva -dijo, e inmediatamente lo dejaron pasar.
Crew había dejado su siguiente dirección en el motel Luna -según el conserje, «por si alguien necesitara saber su paradero»- y en esos momentos se alojaba allí, en aquel hotel aislado, lejos de todo y seguramente a rebosar de cámaras de seguridad. Así pues, tal como Tucker había dicho, o bien Crew se disponía a encontrarse con un colega, o bien era una trampa. Lo segundo parecía lo más probable, pero ¿una trampa para quién y con qué propósito?
Dajkovic enfiló por el camino de acceso, aparcó ante la puerta y dio un billete de cinco dólares al botones.
– Enseguida vuelvo.
– Oh, sí -dijo la joven de la recepción en respuesta a su pregunta-. El señor Gideon Crew se ha registrado esta mañana. -Tecleó en el ordenador-. Le ha dejado una nota diciendo que se disponía a subir a lo alto del monte Stormtower.
– ¿Para mí?
– Bueno, el señor Gideon dijo que alguien preguntaría por él y que debíamos indicarle adónde había ido.
– Entiendo.
– Aquí pone que tenía intención de subir a la cima por el camino del aserradero y que espera regresar alrededor de las seis.
– ¿Cuánto se tarda en subir?
– Unas dos horas en subir y más o menos lo mismo en bajar. -La joven lo miró, evaluando su estado físico- En su caso, puede que algo menos.
Dajkovic comprobó la hora: las dos en punto.
– Entonces hace poco que ha salido.
– Sí, señor. El señor Gideon dejó este mensaje en recepción hará… unos veinte minutos.
– ¿Tiene usted un mapa de la montaña?
– Desde luego.
La joven le entregó un excelente mapa topográfico con todos los caminos y senderos perfectamente indicados. Dajkovic lo cogió y regresó al coche. El camino del aserradero estaba carretera abajo, y el mapa mostraba que se trataba de una senda serpenteante que ascendía a lo largo de un viejo cortafuegos.
Cabía la posibilidad de que Crew hubiera dejado aquellas instrucciones para que su contacto pudiera localizarlo, pero no le pareció probable. Nadie que se dedicara al espionaje sería tan torpe para dejar una pista como esa. Sí, tenía todo el aspecto de una trampa; no necesariamente de una trampa para él, sino para cualquiera que pudiera seguirlo. En ese caso, Crew estaría en la montaña, aguardando en algún punto del camino del aserradero, listo para tender una emboscada a cualquiera que lo estuviera siguiendo.
Examinó el mapa. Había una forma mucho más rápida y directa de alcanzar la cima, y era siguiendo la ruta del telesilla de esquí que ascendía por la parte de atrás de la montaña.
Cruzó el complejo hotelero, dejó atrás el campo de golf y no tardó en llegar al aparcamiento de la zona de esquí. Se apeó, abrió el maletero y cogió un maletín que contenía un arma. Volvió a meterse en el coche y lo abrió. Sacó un Colt M1911 y una sobaquera. Se la pasó por el hombro y guardó en ella la pistola. Metió un cuchillo en su cinturón, otro más pequeño en su bota, y una pequeña Beretta del 22 en el bolsillo de atrás. Cogió una mochila y guardó en ella munición de reserva, unos prismáticos y dos botellas de agua.
Volvió a examinar el mapa. Si Crew había planeado una emboscada, había un par de lugares apropiados donde el camino del aserradero cruzaba una zona de montículos que quedaban expuestos.
Cuanto más revisaba las indicaciones más se convencía de que la emboscada sería precisamente allí.
9
Dajkovic emprendió la subida siguiendo el telesilla a paso vivo. Había una distancia de menos de un kilómetro hasta la cima, y la cuesta era acusada, pero él se encontraba en inmejorable forma física y creía que podría cubrirla en diez minutos. Luego, tras coronar la montaña, descendería hacia el camino del aserradero y se abriría paso por el bosque hasta una segunda cima que había localizado en el mapa, un lugar ideal para vigilar la zona de montículos expuestos. Allí tendería una emboscada a su hombre.
Cinco minutos más tarde, cuando se hallaba a mitad de la pendiente, apareció ante sus ojos un cobertizo de mantenimiento del telesilla, cerrado durante el verano. Dajkovic siguió pendiente arriba, rodeándolo. Acababa de pasarlo cuando oyó un «¡bum!» y sintió un tremendo golpetazo en la espalda que, unido al impulso que llevaba, lo tiró al suelo, dejándolo sin aliento.
Intentó desenfundar el Colt 45, luchando contra el dolor y el aturdimiento, pero una bota le aplastaba el cuello y notó el frío contacto del cañón de un arma en la nuca.
– Los brazos bien extendidos, por favor.
Se detuvo mientras su mente trabajaba a toda velocidad, intentando pensar a pesar del dolor. Lentamente, extendió los brazos.
– Lo que lo ha golpeado ha sido una pelota de goma, pero lo que tiene en la nuca es un calibre doce.
El cañón no se despegó mientras el desconocido -que no podía ser otro que Crew- lo registraba y le quitaba el Colt, la Beretta y el cuchillo del cinto, pero pasaba por alto el que tenía escondido en la bota.
– Dese la vuelta y mantenga las manos a la vista.
Con una mueca de dolor, Dajkovic se volvió sobre la tierra del camino y se encontró cara a cara con un hombre alto y delgado, de unos treinta años, de cabello negro y liso, con una nariz larga y unos ojos azules centelleantes que le apuntaba sin vacilar con un Remington del 12.
– Bonita tarde para salir a pasear, ¿verdad, sargento? Me llamo Gideon Crew.
Dajkovic se limitó a mirarlo fijamente.
– Así es, sé muchas cosas de usted, Dajkovic. ¿Qué historia le contó Tucker para que viniera hasta aquí en mi busca?
El veterano soldado no dijo nada mientras su mente funcionaba a toda velocidad. Era humillante que su adversario hubiera sido capaz de sorprenderlo de aquella manera, pero aún no estaba todo perdido: seguía teniendo su cuchillo, y, a pesar de que Crew debía de ser quince años más joven que él, no parecía particularmente musculoso ni en forma.
Crew sonrió.
– La verdad es que creo que adivino lo que el general le dijo.
Dajkovic siguió sin responder.
– Debió de ser una historia bastante buena para que se haya convertido en un vulgar asesino a sueldo. Usted no es el tipo de persona que dispara por la espalda. Seguramente le dijo que yo era un traidor, puede que incluso relacionado con al-Qaeda, porque eso es lo que se lleva hoy en día. En cualquier caso, seguro que estoy aprovechándome de mi posición en Los Álamos para traicionar a mi país. Con algo así sería suficiente.
Dajkovic lo miró sorprendido. ¿Cómo era posible que supiera todo aquello?
– Seguramente también le habló del traidor de mi padre -prosiguió Gideon-, le dijo que por su culpa perdieron la vida todos esos agentes. -Rió sin ganas-. Incluso es posible que le dijera que nuestra familia lleva la traición en la sangre.
La mente de Dajkovic se estaba despejando. La había pifiado, pero lo único que tenía que hacer era conseguir echar mano del cuchillo que llevaba en su bota, y Crew sería hombre muerto aunque consiguiera disparar su escopeta.