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Era de Göran.

En el televisor, una de las participantes femeninas acababa de contarle un montón de mentiras a una amiga confiada y empezaba a desnudarse de cintura para arriba a fin de atraer a un presunto compañero de habitación. Las más bajas actitudes humanas de pronto elevadas a la condición de apreciado entretenimiento, gente que se humillaba públicamente, llenaban la televisión entera, estaban en todos los canales, no había más que ir pasando de una cadena a otra con el mando a distancia. Y cada una competía por escandalizar más que la otra con el fin de retener a sus telespectadores. Una exhibición repulsiva.

Era raro que ella se perdiese un capítulo.

Vio por el rabillo del ojo que Ellinor se había quedado mirando la tele. Un resoplido de indignación resonó discreto en la sala.

– ¡Madre mía! Desde luego, puede decirse que el embrutecimiento es un hecho consumado.

Maj-Britt fingió no oírla. Como si eso sirviera de algo.

– ¿Sabes que la gente se sienta a discutir sobre esos programas completamente en serio, como si fuese algo importante? El mundo se va a pique ahí fuera, pero la gente pasa y se implica en ese tipo de cosas. Estoy convencida de que toda esta basura responde a un plan, pretenden que nos volvamos tan idiotas como sea posible para que los que ostentan el poder puedan hacer lo que quieran sin que nos entrometamos.

Maj-Britt exhaló un suspiro. Quién pudiera tener un poco de paz y tranquilidad. Pero Ellinor no se rendía.

– Se pone uno triste viendo esas cosas.

– Pues no mires.

Admitir que, en cierto modo, ella estaba de acuerdo era impensable. Antes defendería una epidemia de cólera que admitir que compartía alguna opinión con aquella joven. Y Ellinor estaba ya lanzada.

– Me pregunto qué sucedería si suspendiesen todas las emisiones televisivas durante un par de semanas y, al mismo tiempo, impidieran que la gente pudiera echar mano del alcohol. Los que no se ahorcaran directamente se verían obligados a reaccionar de alguna jodida manera ante lo que está pasando.

Por poco que a Maj-Britt le apeteciese recurrir al teléfono, pronto no le quedaría otra alternativa, tendría que llamar a la asistencia domiciliaria para que la sustituyesen por otra asistente. Hasta ahora, no había sido necesario. Ellos mismos habían puesto remedio.

La idea de verse obligada a realizar una llamada telefónica la indignaba aún más.

– ¿Y si te presentas para participar? Con la ropa que llevas, no tendrías ni que cambiarte.

Se hizo un minuto de silencio durante el cual Maj-Britt no apartó la mirada de la pantalla.

– ¿Por qué dices eso?

Resultaba difícil discernir si aquello la enojó o la entristeció. Maj-Britt siguió hablando.

– Si te pasearas ante el espejo y echaras una ojeada a tu aspecto, no tendrías que hacer una pregunta tan estúpida.

– ¿Qué le pasa a mi ropa, según tú?

– ¿Qué ropa? Llevo tiempo sin ponerme las gafas y no he sido capaz de ver que lleves ninguna ropa.

Se hizo un nuevo silencio. A Maj-Britt le habría gustado ver cuál era el efecto de sus palabras, pero se abstuvo. En la pantalla empezaban a salir los créditos. Programa patrocinado por NorLevo, la píldora del día siguiente.

– ¿Puedo hacerte una pregunta?

Maj-Britt lanzó un suspiro.

– Me cuesta creer que, de repente, yo pudiera impedírtelo.

– ¿Disfrutas siendo así de hiriente o es sólo por lo fracasada que te sientes?

Maj-Britt notó con horror que enrojecía. Aquello era insólito. Hasta el momento, nadie había entablado batalla. Nadie se había atrevido. Y dar por sentado que ella se sentía fracasada era una humillación por la que podían despedir a aquella repulsiva criatura.

Maj-Britt subió el volumen con el mando a distancia. No existía razón alguna por la que tuviese que recibir insultos.

– Estoy orgullosa de mi cuerpo y considero que no hay razón alguna para esconderlo. Y pienso que estoy guapa con esta camiseta, si es eso lo que tanto te molesta.

Maj-Britt seguía sin apartar la vista del televisor.

– Sí, bueno, cada una es muy dueña de pasearse por ahí vestida como una fulana.

– Sí, igual que cada una es muy dueña de encerrarse en un apartamento y matarse comiendo. Pero nada de eso implica necesariamente que no se tenga un cerebro, ¿no?

Ya no se dijeron nada más aquel día. Y Maj-Britt estallaba de rabia de pensar que Ellinor hubiese dicho la última palabra. En cuanto se quedó sola, llamó a la pizzería.

Habían pasado seis días desde que mandó la respuesta. Seis días en que el malestar empezó a resonar lento pero seguro, aunque no la importunó más de lo que podía soportar; ya tenía bastante con irritarse por la actitud de Ellinor. Hasta que una mañana volvió a oír un golpe seco en la inútil cesta del correo y, antes de que la ranura del buzón se hubiese vuelto a cerrar, ya sabía que se trataba de otra carta de Vanja. Lo sentía en todo el apartamento, no necesitaba levantarse y acercarse a la puerta para tener la certeza.

Dejó la carta en la cesta, evitando mirar hacia la puerta cuando pasaba por el vestíbulo. Pero llegó Ellinor, cómo no, y, radiante de alegría, le puso la carta delante de las narices.

– ¡Mira! ¡Tienes carta!

No quería ni tocarla. Ellinor la dejó en la mesa de la sala, donde se quedó mientras ella limpiaba y Maj-Britt fingía estar sola, muda y sentada en su sillón.

– ¿No piensas leerla?

– ¿Por qué? ¿Acaso quieres saber lo que dice?

Ellinor siguió limpiando y se puso a charlar con Saba. El pobre animal no encontraba sosiego y Maj-Britt la veía sufrir tumbada y en silencio. Se levantó y se encaminó al baño.

– ¿Te duele la espalda?

Y pensar que aquella muchacha era incapaz de aprender a mantenerse calladita.

– ¿Por qué?

– Porque te he visto hacer una mueca de dolor y llevarte la mano a la espalda. Quizá debería verte un médico.

¡Jamás en la vida!

– En cuanto termines de limpiar aquí y hagas por desaparecer, mejorará enseguida, ya verás.

Dicho esto, cerró la puerta del baño y allí se quedó hasta estar segura de que aquel ser tan desagradable se había marchado.

Pero dolerle le dolía, desde luego. El dolor estaba siempre presente y últimamente cada vez menos difuso. Aunque jamás permitiría que nadie le quitase la ropa y la tocase para examinarla.

Allí seguía la carta. Días y noches, consumiendo cada partícula de oxígeno del apartamento hasta el punto de que Maj-Britt sintió deseos de salir de allí por primera vez en mucho tiempo. No se veía capaz de tirarla. Comprobó que, en esta ocasión, era gruesa, mucho más gruesa que la anterior. Y allí estaba como una burla gritándole día y noche.

«No tienes ninguna fuerza de voluntad, so gorda. Al final caerás en la tentación y me leerás.» Como así fue. Una vez vacío el frigorífico y cerrada la pizzería, no pudo resistirlo más. Aun cuando ella no quería leer ni una sola de las palabras escritas por Vanja.

¡Hola Maj-Britt!

¡Gracias por tu carta! ¡Si supieras la alegría que me dio recibirla! Sobre todo al saber que tú y los tuyos estáis bien. Una prueba más de que hay que escuchar la voz del corazón. La última vez que te vi estabas embarazada y recuerdo el sufrimiento que te causaba haberte casado con Göran contra la voluntad de tus padres. Me alegra mucho saber que todo fue bien y que tus padres terminaron por entrar en razón. No es bueno irse de este mundo dejando asuntos pendientes; resulta muy duro de sobrellevar para los que se quedan. ¡Si supieras lo que admiré entonces tu determinación y tu valor! ¡Aún hoy los admiro!

A menudo pienso en nuestra infancia. En lo distintas que eran tu vida y la mía. En mi casa siempre estaba todo manga por hombro, como tú misma recuerdas, y nunca sabíamos en qué estado llegaría mi padre a casa, si es que llegaba. Nunca lo dije abiertamente, pero sentía mucha vergüenza por ello ante vosotros, sobre todo ante ti. Pero también recuerdo que tú preferías jugar en mi casa, que con nosotros estabas a gusto, y a mí eso me ponía tan contenta… Admito que tus padres me daban un poco de miedo. La gente hablaba mucho de la Comunidad de la que erais miembros y de las normas tan estrictas por las que se regía. En mi casa, justamente, nadie hablaba de Dios. Algo intermedio entre tu casa y la mía habría sido lo mejor, sin duda, ¡al menos en lo referente al alimento espiritual!