– Pues mira, bastante bien, la verdad. Nunca se restablecerá por completo, pero lo suficiente como para que todo funcione. Y ya no sufre dolores. Si la conocierais y no supierais nada, no se lo notaríais; es más bien eso, que le duele si pasa mucho rato sentada y cosas así.
– ¿Y vuestra hija, qué edad tiene?
A Mattias se le ilumino la cara al hablar de ella.
– Daniella cumplirá un año dentro de tres semanas. Es curioso esto de ser padre. De repente, me cuesta muchísimo estar fuera de casa un par de días. Mientras uno está fuera, pasan montones de cosas.
Todos los comensales asintieron confirmando sus palabras; al parecer, todos tenían hijos pequeños que, en un par de días, llegaban a cambiar bastante. Tan sólo Åse era de otra opinión.
– A mí me parecía maravilloso estar fuera de casa un par de días cuando los niños eran pequeños. ¡El solo hecho de poder dormir una noche entera! En cambio, ahora que son mayores, echo de menos el ruido de sus piececitos buscándote de puntillas por la noche.
Åse le había hablado de sus hijos. Un hijo mayor y su hija, que era su orgullo. Su hijo nació sin brazos, por razones desconocidas, y ella le había confesado lo contradictorio de sus sentimientos después del parto y la posterior alegría al comprobar la extraordinaria capacidad de los niños para adaptarse a las circunstancias. Ahora le había dado dos nietos.
Monika tomó un trago de vino y se retrepó en la silla. Echaba de menos a Thomas. Se aisló del ruido de alrededor y disfrutó. Era algo grande tener un motivo por el que añorar como ella lo hacía. Llevaba toda su vida deseando tener alguna vez una razón para añorar así. Y ahora la tenía, por fin.
De repente, se dio cuenta de que Mattias se dirigía a ella.
– Perdona, ¿qué decías? Estaba con la cabeza en otro lugar.
Mattias sonrió.
– Sí, me he dado cuenta. Pero parecía que era un buen lugar, así que no quiero incomodarte.
Como si no la hubiese incomodado ya lo suficiente. Sentía un rechazo instintivo a hablar con él, pero por otro lado, no quería pasar por desagradable. Si no le quedaba más remedio, tendría que ser algo neutral.
– ¿Tú en qué trabajas?
La pregunta casi rechinaba de puro aburrido, pero Mattias no se dejó amedrentar.
– Acabo de empezar en una nueva empresa como jefe de personal de un gran comercio de accesorios deportivos; no es una de las grandes cadenas, sino una compañía independiente. Nunca había sido jefe, por eso me mandaron a este curso.
– Exhibió una sonrisa burlona-. No es que a mí me pareciera tan necesario, porque sólo hay seis empleados, pero el propietario del negocio es amigo mío y sabe lo mal que lo pasamos económicamente después del accidente de Pernilla. Ya sabes, lo que conté de que no teníamos seguro y eso.
Monika quería decir algo apropiado, que se alegraba por él o algo así, pero se le habían agotado las mentiras, así que hizo un comentario general sobre las compañías de seguros y él picó y, de improviso, se vieron inmersos en una interesante conversación. Por más que le hubiese gustado, no lo pudo negar. Mattias era un compañero de mesa muy agradable y, durante la hora siguiente, Monika se divirtió de verdad e incluso rio de buena gana varias veces. ¡Y cómo hablaba de su mujer, con cuánto amor y lealtad! No pasaban diez minutos sin que ella saliese a relucir en la charla. Monika se preguntaba si Thomas hablaría así de ella algún día. Si ella llegaría a ser una parte tan natural y obvia de su vida. Mattias le habló de los terribles años posteriores al accidente y sobre cómo los habían unido más aún. Entre risas, les contó cómo intentaron llenar el vacío dejado por su gran interés por el submarinismo. Cómo fueron probando una afición tras otra pero, puesto que dichas aficiones no podían costar dinero, la oferta era bastante limitada. Cuando más sinceramente rio fue al referirle su valeroso intento de convertirse en observadores de pájaros. Y que, tras pasar un día entero agazapados entre arbustos y no tener más que una urraca y dos aguzanieves en su haber, se vieron obligados a admitir que sería más divertido contar la historia que volver a vivirla. Pero un buen día, después de una visita a la biblioteca, Pernilla empezó a leer sobre la historia de Suecia y, con el tiempo, su interés creció hasta el punto de que más parecía una obsesión. Mattias confesó con una sonrisa que Pernilla se apasionó con Gustavo II Adolfo y los demás señores, pero que le parecía bien, pues tal afición no le afectaba a la espalda. Y le contó también lo contento que estaba por su nuevo trabajo, puesto que las deudas contraídas por la rehabilitación de Pernilla serían por fin abordables, por no hablar del coste de todos los quiroprácticos y masajistas, imprescindibles para que no sufriese dolores.
El tintineo de una copa acalló la conversación de todas las mesas y las miradas sondearon la sala en busca del origen del sonido. La monitora se había puesto de pie.
– Quería aprovechar ahora que estamos todos reunidos. Quiero que me digáis si podríais plantearos prolongar un par de horas la jornada de mañana, así tendremos tiempo de abordar todos los temas. Me temo que, de lo contrario, tendríamos que cancelar la charla sobre el tratamiento del estrés.
El curso, según el programa, tendría que terminar para la hora del almuerzo. Ella le había prometido a su madre que la recogería a las tres para ir a visitar la tumba.
– Todos aquellos que no tengan inconveniente, que levanten la mano.
Prácticamente todos lo hicieron, Åse incluida. El único de su mesa, aparte de la propia Monika, que no alzó la mano fue Mattias. Åse la vio y seguramente tomó conciencia de su papel de chófer, porque bajó la mano enseguida.
– Vaya, ¿tienes prisa por volver a casa?
Monika no tuvo tiempo de contestar, pues la monitora volvió a tomar la palabra.
– Parece que la mayoría puede quedarse, así que eso haremos. Por lo demás, espero que sigáis disfrutando de la cena.
Åse arrugó la frente.
– Espera, voy a comprobar una cosa.
Se levantó y se marchó sin más explicación de cuáles eran sus planes. Mattias apuró su copa.
– A mí no me importa saltarme el tratamiento del estrés, a cambio descanso unas horas más en casa. Sé que el resto de los que venían conmigo también tenían prisa por volver.
Él también había compartido coche. Pertenecía al grupo del que Åse le habló cuando las dos emprendieron su viaje el jueves anterior. Monika pensó que era la última vez que iba sin su coche. Si asistía a un curso otra vez, cosa que dudaba mucho en las circunstancias actuales, procuraría ser independiente. Llamar a su madre y cancelar la visita al cementerio quedaba descartado. Ya había abusado bastante de su escasa paciencia.
Åse volvió y se sentó en la silla.
– No, no ha podido ser, ya tenían el coche lleno. Pensé que podrías irte con el otro grupo de la ciudad si tenías prisa, porque ellos también se van pronto. Pero bueno, qué más da, pasaré del tratamiento del estrés.
Aquella parte era la razón por la que Åse había asistido al curso y ahora se la perdería por culpa de Monika. ¡Cómo detestaba las eternas visitas a la tumba! Deseaba con todas sus fuerzas haber podido decirle a Åse que no importaba, que se quedaría allí dos horas más, si era importante para ella. Pero sabía lo que eso implicaría. Semanas de indignado silencio en las que su madre, sin pronunciar una palabra, lograría reforzar la voz recriminatoria de la conciencia que le decía que ella siempre pensaba en sí misma en primer lugar. Y cuando su madre se acercaba tanto a la verdad, la existencia se le hacía insoportable. Su única salida era deshacerse en atenciones y andarse con cuidado hasta que todo volviese a la normalidad. Y ahora no soportaría una situación así. Justo ahora, que había decidido atreverse a confesárselo todo a Thomas. Tenía que elegir.
– Quisiera poder decirte que me quedo, pero tengo una visita domiciliaria a un paciente mañana a primera hora de la tarde.