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«¿Ya te has tragado todo lo que te compramos ayer?»

Curioso lo evidente que resulta el modo en que la gente cambia su conducta a medida que aparecen los kilos. Como si su inteligencia disminuyese al mismo ritmo que su cuerpo aumentaba de volumen. La gente con sobrepeso tenía menos talento intelectivo que la gente delgada, parecía ser la opinión general. Ella los dejaba hacer, utilizaba de forma inexorable su simpleza para obtener ventajas, sabía exactamente cómo debía comportarse para conseguir que hiciesen lo que ella quería. ¡Para eso estaba gorda! Con sobrepeso limitador. Ella no tenía la culpa de conducirse como lo hacía, pues no daba más de sí. Ellos mismos irradiaban aquel mensaje cada segundo que pasaban cerca de ella.

Quince años atrás intentaron convencerla de que se mudase a un apartamento de los servicios sociales, de modo que le costase menos trabajo salir. ¿Quién les habría dicho que ella quería salir? De ninguna manera. Ella se negó y exigió que adaptasen su apartamento a su obesidad. Cambiaron la bañera por una espaciosa ducha, pues siempre andaban dando la murga con la importancia de la higiene. Como si fuese una niña.

La carta no tenía remitente. Le dio la vuelta y leyó el anverso. Reenvío de dirección antigua. Por todos los santos, ¿quién le habría escrito a la dirección de su infancia? Al ver la dirección sintió la zarpa de los remordimientos. Aquella casa, arruinándose poco a poco. El jardín que, a aquellas alturas, estaría intransitable; el orgullo de sus padres. Allí pasaban el tiempo libre que les quedaba tras su entregada colaboración en la Comunidad.

¡Cómo los añoraba! Pensar que alguien pudiese dejar semejante vacío.

– Sí, Saba. A ti te habrían gustado mis padres, seguro. Lástima que no llegarais a conoceros.

No fue capaz de volver. No tuvo fuerzas para exponerse a la vergüenza de que la vieran por allí, con el aspecto que tenía, así que allí podía seguir la casa. De todos modos, no podría sacarle mucho, tan lejos como estaba en un rincón perdido. La carta debía de ser de los Hedman. Habían dejado de escribirle para preguntarle si pensaba vender o, al menos, hacerse cargo del mobiliario y demás efectos, pero ella suponía que seguían echándole un ojo de vez en cuando. Probablemente, por su propio bien. No sería muy agradable vivir al lado de una casa deshabitada y en ruinas. O quizá la hubiesen dejado limpia y evitaban el contacto con ella por puro remordimiento. Ya no se podía confiar en nadie.

Miró a su alrededor en busca de algo con lo que abrir el sobre. Era imposible que su dedo entrase por la pequeña abertura. La pinza del recogedor, en cambio, le sirvió a la perfección, como de costumbre.

Era una carta manuscrita en papel rayado con agujeros en el margen y parecía arrancada de un bloc escolar.

¡Hola Majsan!

¿Majsan?

Tragó saliva. En alguna recóndita circunvolución de su cerebro se desprendió un minúsculo fragmento de un recuerdo.

Y enseguida sintió ganas de llevarse algo a la boca, la necesidad de tragarse algo. Miró en torno suyo, pero no había nada a mano.

Resistió la tentación de darle la vuelta al folio para ver quién le había enviado la carta; o tal vez fuese al contrario, quizás en el fondo prefiriese no saberlo.

Hacía tantos años que no oía aquel apelativo cariñoso…

¿Quién se retrotraía sin permiso a sus años del pasado para colarse por su buzón?

Comprendo que te preguntarás por qué me pongo en contacto contigo después de tantos años. Seré sincera y te confieso que dudé antes de sentarme a escribir la carta, pero al final me decidí a hacerlo. Seguro que la razón te suena más rara aún, pero mejor será exponerla tal cual. La otra noche tuve un sueño la mar de extraño. Fue muy intenso y trataba de ti y, cuando me desperté, una voz interior me dijo que debía escribir esta carta. He aprendido (finalmente y tras un duro aprendizaje) a prestar oídos a mis impulsos. Así pues, dicho y hecho…

Ignoro cuánto sabes de mí ni de cómo se ha desarrollado mi vida. No obstante, puedo imaginarme que allá por casa se habrá hablado bastante de mí, por lo que comprendería perfectamente que no quisieras tener ningún contacto conmigo. Yo, por mi parte, tampoco he mantenido contacto con nadie de mi familia ni de mi juventud. Como puedes suponer, aquí dispongo de mucho tiempo para reflexionar y, de hecho, me dedico a pensar bastante sobre nuestra infancia y sobre lo que aprendimos de la vida durante aquellos años, y sobre hasta qué punto aquel aprendizaje nos marcó en la vida. ¡Y ésa es la razón por la que tengo tanta curiosidad por saber cómo te va a ti! Deseo sinceramente que todo se arreglase y que ahora estés bien. Puesto que no sé dónde vives ni cuál es tu apellido de casada (¡por más que lo intento, soy incapaz de recordar el apellido de Göran!), remito esta carta a la casa de tus padres. Si ha de llegarte, te llegará, estoy convencida. De lo contrario, andará circulando por ahí un tiempo y mantendrá ocupado al servicio de correos. Puede que les venga bien, porque si no me engaño, tienen poco que hacer.

En cualquier caso…

Espero de corazón que disfrutes de una vida en condiciones, a pesar de los duros años de tu infancia. Hasta que no alcancé la edad adulta no comprendí lo terrible que debió de ser para ti.

¡Te deseo lo mejor!

Contéstame si quieres.

Tu mejor amiga de antaño,

Vanja Tyrén

Se levantó de un salto del sillón. La rabia súbita que la embargó le dio un empuje adicional. ¿Qué tonterías eran aquéllas?

«¿A pesar de los duros años de tu infancia?»

Hacía tiempo que no veía tal desfachatez. ¿Quién se creía que era para permitirse hablarle con soberbia tan despectiva? Miró de nuevo la carta y leyó la dirección, indicada a pie de página. La palabra del centro atrajo su atención. Institución de Vireberg.

Ella apenas si recordaba a aquella mujer que al parecer, por si fuera poco, estaba encerrada en Vireberg y que, aun así, se creía con el derecho de ponerse a juzgar su niñez y, por tanto y de paso, también a sus padres.

Fue a la cocina y abrió de un tirón la puerta del frigorífico. El paquete de cacao ya estaba junto al fregadero, así que cortó rauda una porción de mantequilla y la hundió en el polvo marrón.

Cerró los ojos mientras la mantequilla se le derretía en la boca, sintiendo cómo se deshacía.

Sus padres lo hicieron todo por ella. ¡La querían! ¿Quién iba a saberlo mejor que ella misma?

Arrugó el folio. Debería estar prohibido enviar cartas a gente que no quiere recibirlas. Era imposible comprender qué pretendía aquella mujer, pero dejar su insulto sin respuesta era más de lo que podía soportar. Se vería obligada a contestar para desagraviar a sus padres. La sola idea de, sin haber tenido elección, verse forzada a comunicarse con alguien fuera de las paredes de su apartamento la movió a cortar otra porción de mantequilla. Aquella carta era una intromisión, una agresión descarada. Después de tantos años de aislamiento voluntario, alguien se abría paso a través de una barrera que tanto trabajo le había costado construir.

Vanja.

Maj-Britt recordaba muy poca cosa.

Si realizaba un verdadero esfuerzo, le venía a la mente algún que otro recuerdo aislado. Ellas dos habían pasado bastante tiempo juntas, pero los detalles se negaban a manifestarse. Podía evocar vagamente el desorden de su casa y que había épocas en que el jardín parecía un vertedero. Ni de lejos tan limpia y ordenada como su propia casa. Además, creía recordar que sus padres no veían con buenos ojos su relación y fíjate, una vez más, ¡resultó que tenían razón! Con la vida tan dura que llevaron. Se le hacía un nudo en la garganta sólo de pensar en ellos. Ella no fue una niña fácil, pero sus padres se negaron a rendirse, hicieron el máximo por ayudarle a encontrar el camino en la vida, pese a lo problemática que era ella y pese a todas las preocupaciones que les causó. Y ahora venía esta mujer, más de treinta años después, preguntándose cómo les había afectado la infancia a ellas dos, como si buscara un cómplice de su propio fracaso, alguien a quien culpar. ¿Quién de las dos estaba en la cárcel? Mira que presentarse con esas veladas insinuaciones y acusaciones cuando ella estaba en prisión. Era para ponerse a cavilar, desde luego.