Выбрать главу

Se puso de pie. Estaba fuera de la vista de nadie y sólo podía ver los pies de la persona que salía, pero se percató de que llevaba zapatos de mujer. La puerta se cerró sin que nadie pronunciase una palabra y los pies desconocidos se encaminaron a la escalera. Monika los siguió. Pertenecían a una mujer de mediana edad, llevaba el cabello recogido y un abrigo beis. Cuando llegó al portal, Monika ya le había dado alcance y le sonrió cuando la mujer le sostuvo la puerta, le dio las gracias y se dirigió al coche.

Ya tenía el número guardado en el móvil, lo había copiado de la página web del ayuntamiento.

– Se trata de Pernilla Andersson, a la que habéis estado ayudando últimamente.

– Ah, sí, exacto, eso es.

– Me pidió que llamara para agradeceros la ayuda y para avisar de que no tenéis que seguir viniendo. A partir de ahora se encargarán unos amigos.

El hombre del grupo de emergencias del ayuntamiento le respondió que se alegraban de haber sido de utilidad y le dijo que Pernilla podía volver a llamar si necesitaba apoyo o ayuda de cualquier tipo. Monika le aseguró que no creía que fuese necesario, pero, por supuesto, le dio educadamente las gracias por su ofrecimiento.

Era importante hacerlo todo bien.

Realmente importante.

Se quedó media hora en el coche, antes de volver a su casa. Durante unos minutos, permaneció de pie respirando despacio, adoptando el riguroso papel profesional, pero sin abrocharse el último botón. Estaba allí como amiga, no como médico; era Monika, no la especialista Lundvall quien llevaría a cabo la misión, pero necesitaba la seguridad en sí misma que le infundía su profesión. Para lo que estaba a punto de hacer, no le bastaba sólo la seguridad personal.

Dio unos toquecitos en la puerta, no quería despertarla si estaba durmiendo. Nada sucedió y, tras haber esperado un buen rato, volvió a llamar, con algo más de ímpetu esta vez, y entonces oyó pasos que se acercaban.

«Sólo escuchar. No intentes procurar consuelo, sólo escuchar y estar ahí.»

Había asistido a varios cursos sobre cómo enfrentarse a la gente que acaba de sufrir la pérdida de un ser querido.

Se abrió la puerta. Monika sonrió.

– ¿Pernilla?

– Sí.

No era como Monika se la había imaginado. Era pequeña y delgada, llevaba el cabello oscuro muy corto y vestía unos pantalones de chándal grises y un jersey de punto demasiado grande.

– Me llamo Monika, soy del grupo de emergencias del ayuntamiento.

– Ah, vaya, creí que hoy no volverían a venir. Dijeron que les faltaba gente.

Monika sonrió más aún.

– Lo hemos arreglado.

Pernilla dejó la puerta abierta y desapareció hacia el interior del apartamento. Monika cruzó el umbral. Sintió enseguida cómo se aligeraba el peso. Era como si, de repente, algo cediese y, por un instante, le inquietó la posibilidad de que esa ligereza la volviese débil otra vez. Tan sólo el poder ver a Pernilla con sus propios ojos, tener una idea propia de su cara y gozar del permiso de estar cerca de ella lo hacía todo más soportable. Allí podía hacer algo de provecho. Hacer que todo fuera menos imperdonable. Pero debía ir con cuidado, no había que andar con prisas, Pernilla debía tener la oportunidad de comprender que Monika era de fiar. Que estaba allí para ayudar. Para resolver todos los problemas.

Se quitó el abrigo y colocó las botas en la zapatera. Había en ella varios zapatos de caballero. Zapatillas de gimnasia y zapatos de vestir demasiado grandes para adaptarse a los menudos pies de Pernilla, dejados allí para no ser usados nunca más. Pasó ante la puerta de un baño decorada con un pequeño corazón de cerámica y continuó al interior del apartamento; la cocina a la derecha, al otro extremo del vestíbulo, una abertura hacia lo que parecía la sala de estar. Iba mirando atenta a su alrededor, no quería perderse un solo detalle en su interés por conocer a quien vivía en aquel apartamento. Sus gustos, sus valores, qué cualidades prefería en una amiga. Le llevaría el tiempo que tuviera que llevarle, lo único urgente era eliminar las trampas más peligrosas. Si Pernilla la rechazaba, estaría perdida.

Pernilla estaba sentada en el sofá, hojeando una revista al parecer carente de interés. A Daniella no se la veía por ninguna parte. Sobre una cómoda lijada había una vela en una palmatoria de cobre cuyo resplandor incidía sobre la amplia sonrisa de Mattias. La fotografía estaba ampliada y enmarcada en un portarretratos liso y dorado. Monika bajó la vista al suelo al encontrarse con su mirada, quería desaparecer de su campo de visión, pero sus ojos acusadores abarcaban toda la habitación. No había lugar donde pudiera esconderse. Monika sentía cómo él, suspicaz, la vigilaba y cuestionaba su presencia. Pero ella le enseñaría; con el tiempo, él comprendería que era su aliada y que podía confiar en ella. Que no lo engañaría una vez más.

Pernilla dejó la revista en la mesa y la miró.

– Sinceramente, creo que nos las arreglaremos solas esta noche. Quiero decir, si os falta gente.

– No, qué va, no pasa nada. En absoluto.

Monika se preguntó inquieta qué se esperaba que hiciera, qué habían hecho los del grupo de emergencias para que los necesitaran. Pero no se le había ocurrido nada cuando Pernilla continuó:

– No quisiera parecer ingrata, pero si he de ser sincera, empieza a ser bastante duro tener siempre en casa a gente extraña. No es nada personal. -Pernilla exhibió una sonrisa como para parecer menos arisca, pero no llegó a reflejarse en su mirada-. De hecho, creo que necesitaría estar sola un tiempo.

Monika le devolvió la sonrisa, con la idea de ocultar su desesperación. Ahora no, no ahora que estaba tan cerca.

Pero un instante después, Pernilla le arrojó el salvavidas que tan ansiosamente necesitaba Monika.

– Bueno, si pudieras ayudarme a bajar una cosa en la cocina antes de irte…

Monika sintió que el miedo cedía, una entrada era cuanto necesitaba, una mínima abertura para demostrar la importancia de su presencia. Agradecida, aceptó la tarea.

– Por supuesto, claro que sí, ¿qué quieres bajar?

Pernilla se levantó del sofá y Monika se percató de la mueca que le arrancó la protesta de su espalda. Vio cómo giraba el hombro derecho en un intento de deshacerse del dolor que la atormentaba.

– El detector de incendios del techo. Empieza a quedarse sin pilas y pita de vez en cuando.

Monika siguió a Pernilla a la cocina. Miró rauda a su alrededor para saber más. Ikea, sobre todo, un lío de fotos y de notas en la puerta del frigorífico, unos objetos de cerámica que parecían de fabricación casera, tres retratos históricos con marcos sencillos colgados de la pared, sobre la mesa de la cocina. Venció la tentación de acercarse al frigorífico y leer las notas. Ya lo haría más adelante.

Pernilla sacó una silla y la colocó bajo el detector de incendios.

– Tengo problemas de espalda y me resulta imposible estirar el brazo por encima de la cabeza.

Monika se subió en la silla.

– ¿Qué te pasa en la espalda?

Una conversación introductoria. No se conocían. A partir de ahora, Monika debía olvidar cuanto sabía.

– Sufrí un accidente hace cinco años. Haciendo submarinismo.

Monika sacó la alarma de la caja.

– Suena grave.

– Sí, lo fue, pero ya estoy mejor.

Pernilla guardó silencio. Monika le dio la alarma. Pernilla sacó la pila y se dirigió al poyete de la cocina. Cuando abrió el armario, Monika entrevió artículos de limpieza y un equipo de clasificación de basuras extraíble.