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Pernilla se dio la vuelta y Monika comprendió que esperaba que se marchase, ahora que había cumplido su misión. Nada de eso. Monika se volvió hacia los retratos que colgaban de la pared.

– ¡Qué retrato más bonito de Sofia Magdalena! Es obra de Cari Gustav Pilo, ¿verdad?

Observó la sorpresa de Pernilla.

– Sí, quizá. No sé quién lo pintó exactamente.

Pernilla se acercó al retrato para comprobar si estaba firmado, pero no encontró nada. Se volvió otra vez a mirar a Monika.

– ¿Te interesa el arte?

Monika sonrió.

– No, no el arte en concreto, pero sí la historia. En especial, la historia de Suecia. Y claro, de paso, te quedas con el nombre de algún que otro artista. A veces me paso temporadas en que casi me obsesiono estudiando historia, Pernilla sonrió y, en esta ocasión, la sonrisa se reflejó también en sus ojos.

– ¡Qué casualidad! A mí también me interesa mucho la historia. Mattias solía decir eso, precisamente, que estaba obsesionada.

Monika guardó silencio y la dejó tomar la iniciativa. Pernilla volvió a contemplar el retrato.

– Uno encuentra cierto consuelo en la historia, en leer sobre todos esos destinos que existieron y dejaron de existir. Al menos a mí me ha ayudado a adquirir cierta perspectiva a la hora de examinar mis propios problemas, esto de la espalda, después del accidente, y esas cosas.

Monika asintió mostrando interés y como si verdaderamente estuviese de acuerdo con ella. Totalmente de acuerdo. Pernilla se miró las manos.

– Pero ahora…, no sé.

Hizo una breve pausa.

– Quiero decir que no sé cómo podría hallar ningún consuelo en la historia. Salvo que está muerto como todos los demás.

«Sólo escuchar. No intentes dar consuelo sino sólo escuchar y estar ahí.» Se hizo el silencio. No sólo porque eso era lo que recomendaban en los cursos a los que había asistido, sino también porque no se le ocurría qué decir. Miró de reojo el caos de la puerta del frigorífico. Le habría gustado mucho acercarse y verlo más de cerca. Y hallar más caminos por los que adentrarse en la vida de Pernilla.

– Al hacer la maleta, estuvo dudando entre éste y el que llevaba puesto cuando murió. -Pernilla acariciaba el gran jersey que llevaba puesto. Alzó el cuello y lo frotó contra su mejilla-. Hice una colada completa el día antes de que muriera. Lavé todo lo que había en la cesta. De modo que ahora ni siquiera me queda su olor.

«Sólo escuchar.» Claro que, en aquellos cursos, no le habían explicado muy bien cómo soportar todo lo que uno oía.

Daniella vino a salvarla de la situación. Desde la habitación contigua a la cocina se oyó una adormilada protesta. Pernilla soltó el jersey y fue en busca de la pequeña. Monika dio los tres pasos que la separaban del frigorífico y se puso a ojear rápidamente el collage. Fotos de familia; bonos de una pizzería; una tira de fotomatón con fotos de Mattias y Pernilla; más dibujos infantiles incomprensibles; varios recortes de periódico. Sólo pudo leer los titulares de uno cuando Pernilla volvió.

– Esta es Daniella. -La pequeña escondía la cara en el cuello de su madre-. Aún se encuentra medio dormida, pero pronto estará en marcha otra vez.

Monika se les acercó y le puso la mano en la espalda a Daniella.

– Hola, Daniella.

Daniella apretó su carita más aún en su escondite.

– Nos presentaremos más tarde, cuando te hayas despabilado un poco.

Pernilla sacó una silla y se sentó con Daniella en brazos. Una vez más, Monika experimentó la sensación de que esperaba que se marchase, tal y como le había pedido que hiciera. Pero Monika quería quedarse un poco más. Quedarse allí, donde se podía respirar.

– ¡Qué cuenco de cerámica más bonito!

Dijo señalando uno de los que había en el alféizar de la ventana.

– ¡Bah, ése! Lo hice yo.

– ¿De verdad?

Monika se acercó para verlo más detenidamente. Azul y un poco torcido.

– Realmente bonito. Yo también estuve asistiendo un tiempo a un curso de cerámica, pero estos últimos años no he tenido tiempo. El trabajo reclama demasiada atención.

Ni siquiera era mentira. De hecho, había elegido cerámica como optativa en secundaria.

– Pues ése está torcido. Lo conservo sólo como recuerdo, porque tuve que dejar la cerámica cuando me dañé la espalda, ya no podía pasar tanto tiempo sentada. -Pernilla se quedó mirando el cuenco-. A Mattias también le gustaba. Según él, le recordaba a mí. Yo quise tirarlo, pero él se negó en redondo.

Cada vez que mencionaba su nombre, Monika sentía los latidos de su corazón. El pulso aumentaba en señal de peligro. Daniella había salido de su escondrijo y ahora estaba sentada mirando a Monika. Ésta le sonrió.

– Si quieres puedo salir con ella un rato, así podrás descansar un poco. He visto que hay un parque ahí fuera.

Pernilla apoyó la mejilla en la cabeza de su hija.

– ¿Quieres salir, bonita? ¿Quieres salir a columpiarte un poco?

Daniella alzó la cabeza y asintió. Monika sintió menguar su desasosiego. El corazón se calmaba y recuperaba su ritmo habitual. Había superado la primera prueba.

Ahora sólo le quedaba todo lo demás.

18

Cuando orinaba salía sangre. Lo había descubierto hacía unos días, pero quizá llevase más tiempo pasándole. Hacía ya mucho que se le había cortado la menstruación, de modo que sabía que la sangre era indicio de que algo no iba bien. Pero no tenía fuerzas para averiguar qué. No para averiguar una cosa más. Intentó mantenerlo apartado en esa blancura dispersa, pero ya no estaba delimitada. Todo aquello que había existido allá fuera, a una distancia prudencial, había regresado y cobrado tal protagonismo que dejaba a Maj-Britt sumida en un dolor demasiado pesado de sobrellevar. Y así las cosas, tanto daba un poco de sangre en la orina. En cualquier caso, todo resultaba insoportable.

Vanja tenía razón. Sus remembranzas no eran ni inventadas ni desvirtuadas y sus palabras escritas en negro sobre el papel blanco habían evocado todos los recuerdos emocionales de Maj-Britt. Ahora estaba de nuevo en medio del miedo. Empezó a sospecharlo ya cuando estaba sucediendo, pero no tuvo fuerzas para entenderlo.

Porque uno no le hace esas cosas a su propio hijo.

Sobre todo, si lo quiere.

Habría sido más fácil olvidar.

Estaba junto a la puerta del balcón contemplando el césped. Una mujer a la que no había visto antes empujaba un columpio. Pero a la niña sí la reconoció. Era la que solía salir con su padre y a veces también con la madre dolorida. Se preguntaba si ésa sería la familia de la que le habló Ellinor; la del padre que había muerto en un accidente de tráfico hacía unos días. Miró hacia la ventana ante la que había visto a la madre, pero ahora estaba vacía.

Había pasado una semana desde que todo lo que ya no existía resucitó de repente. Sabía que había sucedido a causa de Vanja. Y a causa de Ellinor. Durante siete días, estuvo intentando matarla con su silencio. Ella iba y venía, pero Maj-Britt no le decía una palabra. Ella iba haciendo sus tareas, pero Maj-Britt hacía como si no existiera. Sin embargo, necesitaba saber. Las preguntas crecían cada vez más grandes a medida que pasaban los días y ya no soportaba seguir en la ignorancia. El miedo que sentía ya era lo bastante intenso y la amenaza que percibía procedente de las dos mujeres era más de lo que podía soportar. ¿De qué se conocían? ¿Por qué, de pronto, habían resuelto emprender un ataque conjunto? Necesitaba saber cuál era su plan si quería tener la posibilidad de defenderse. Aunque, ¿qué pretendía proteger? Lo único que habían conseguido obligando a Maj-Britt a recordar era arrebatarle cualquier motivo.

Para defender algo.

Pero, al menos, tenía que saber.

Oyó el ruido de la llave en la puerta y luego el saludo de Ellinor mientras colgaba la cazadora. Saba apareció por la puerta del dormitorio y salió a recibirla. Maj-Britt oyó a Ellinor saludar al animal y luego el repiqueteo de las patas de Saba sobre el suelo de parqué al volver a tumbarse en su rincón. Ella permaneció junto a la ventana fingiendo no darse cuenta de que Ellinor la miró al pasar camino de la cocina. La oyó colocar las bolsas de comida sobre la mesa y, en ese instante, tomó la decisión. En esta ocasión, no se libraría. Maj-Britt fue al vestíbulo, pasó las manos por la cazadora de Ellinor para cerciorarse de que tenía el móvil en alguno de los bolsillos. No quería que lo llevase encima. Porque ahora, Maj-Britt iba a averiguar qué pasaba.