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Se quedó esperando. Ellinor salió de la cocina con un cubo en la mano y se detuvo al verla.

– Hola.

Maj-Britt no respondió.

– ¿Cómo estás?

Ellinor aguardó unos segundos antes de exhalar un suspiro y responderse a sí misma.

– Gracias, muy bien, ¿y tú?

Había adquirido esa mala costumbre la semana anterior. En lugar de aceptar el silencio de Maj-Britt, mantenía una conversación consigo misma. Y era sorprendente oír la cantidad de verborrea que el cuerpo menudo de la joven podía contener. Por no hablar del modo en que respondía por Maj-Britt. Sorprendente, ése era el calificativo. Allí estaba, paseando su falsedad sin el menor reparo. Pero aquello se había terminado.

Ellinor abrió por fin la puerta del baño y desapareció de su vista. Maj-Britt oyó que llenaba el cubo de agua. Eran sólo tres pasos. Tres pasos y Maj-Britt cerró de un estrepitoso portazo.

– ¿Qué haces?

Maj-Britt descargó todo su peso sobre la puerta mientras veía moverse hacia abajo el picaporte. Pero era imposible derribar la puerta. Al menos para un ser tan minúsculo como Ellinor, cuando al otro lado había una montaña humana oponiendo resistencia.

– ¡Maj-Britt, déjalo ya! ¿Qué pretendes hacer?

– ¿De qué conoces a Vanja?

Se hizo un breve silencio.

– ¿A qué Vanja?

Maj-Britt meneó la cabeza con gesto displicente.

– Sabes hacerlo mejor.

– ¿Cómo? ¿Pero qué Vanja? Yo no conozco a ninguna Vanja.

Maj-Britt guardaba silencio. Tarde o temprano, confesaría. De lo contrario, se quedaría encerrada en el cuarto de baño.

– ¡Maj-Britt, ábreme! ¿Qué coño estás haciendo?

– No digas tacos.

– ¿Y por qué no? ¡Joder, si me has encerrado en el baño!

Por ahora estaba sólo enfadada, pero cuando comprendiese que Maj-Britt iba en serio, empezaría a invadirla la preocupación. Entonces sabría lo que se siente. Cómo es encontrarse inmersa en un miedo hiriente y paralizante. Y estar totalmente abandonada.

– Pero a ver, ¿te refieres a la tal Vanja Tyrén?

Eso es.

– Exacto, qué lista eres.

– Pero si yo no la conozco, la que la conoce eres tú. Abre la puerta ya, Maj-Britt.

– No saldrás de ahí hasta que no me digas de qué la conoces.

El pinchazo en la espalda la hacía perder el conocimiento. Maj-Britt se inclinó intentando mitigar el dolor. Afilado como un punzón, se abría paso capa tras capa y Maj-Britt empezó a hiperventilar por la nariz, adentro y afuera, adentro y afuera, pero el dolor se negaba a ceder.

– Yo no conozco a Vanja Tyrén. ¿Cómo iba a conocerla si está en la cárcel?

Necesitaba una silla. Tal vez, si pudiera sentarse, se le pasara un poco.

– ¿Qué pasa? ¿Es que te ha dicho que nos conocemos? Porque si lo ha hecho, miente.

La silla más cercana estaba en la cocina, pero entonces tendría que alejarse de la puerta, y eso quedaba descartado.

– Maj-Britt, déjame salir ahora mismo para que podamos hablar, de lo contrario llamo a emergencias desde el móvil.

Maj-Britt tragó saliva. Le costaba mucho hablar cuando el dolor era tan intenso.

– Pues hazlo. ¿Alcanzas la cazadora que está en el vestíbulo?

Entonces se hizo el silencio al otro lado de la puerta.

Maj-Britt sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas y presionó con la mano en el punto donde culminaba el dolor. Necesitaba vaciar la vejiga. Y pensar que nunca nada salía como ella quería. Todo lo tenía siempre en contra. No había sido una buena idea, ahora lo veía claro, pero así estaban las cosas. Ellinor estaba encerrada en el baño y si Maj-Britt no se enteraba ahora no llegaría a saberlo nunca. La probabilidad de que Ellinor volviera después de aquello era inexistente. Maj-Britt seguiría ignorante y una nueva figura desagradable se presentaría en su casa con sus cubos y sus miradas desdeñosas.

Todas esas elecciones. Algunas hechas con tanta rapidez que era imposible comprender que sus consecuencias pudiesen resultar tan decisivas. Pero después, allí aparecían, como grandes tachones rojos. Evidentes como las líneas de una carretera, marcaban la dirección a través del pasado. «Aquí te desviaste. Aquí empezó todo a ser como es.»

Pero no era posible desandar el camino andado. Ése era el problema. Que el camino era de una sola dirección.

Allí estaba, con la azada y la cesta de mimbre a su lado, ribeteando de piedras el jardín. No parecía necesario, pero eso nunca le importó. Lo deseable era el placer de ejecutar la tarea. Maj-Britt lo sabía porque se lo habían contado. Pero también sabía que era importante que el jardín estuviese perfecto, y eso ni siquiera habían tenido que decírselo. Era importante ser cuidadoso con todo lo que se veía. Todo lo que se veía desde fuera. Del interior era responsable cada uno y, en ese terreno, el Señor era juez soberano.

Su padre dejó la azada al verla aparecer junto a la verja, se quitó la gorra y se pasó la mano por la amplia frente.

– ¿Qué tal el ensayo?

Maj-Britt venía del coro. O eso era lo que creían ellos. Llevaba todo un año teniendo ensayos extraordinarios en los horarios más extraños, pero su doble vida empezaba a carcomerla por dentro. Sentía que sería imposible continuar ocultando la verdad. Andar siempre a escondidas con su amor. Tenía diecinueve años y estaba decidida. Se armó de valor durante meses, y Göran la alentaba. Ese día pondrían todas las cartas sobre la mesa pero, por ahora, seguía escondida a cierta distancia, fuera de la vista de todos.

Echó una ojeada al jardín y vio a su madre. Estaba a cuatro patas junto al seto que había ante la ventana de la cocina.

– Papá, hay algo que tengo que deciros. A ti y a mamá.

En la frente de su padre se formó enseguida una arruga de preocupación. Era la primera vez que pasaba algo así. Que ella tomase la iniciativa de una conversación.

– No habrá pasado nada, ¿verdad?

– Nada malo de lo que debas preocuparte, sólo que quiero contaros una cosa. ¿Podemos entrar?

Su padre contempló el camino de gravilla a sus pies. Aún no había terminado del todo y no le agradaba dejar una tarea a medias. Ella lo sabía, como sabía que no eran las circunstancias ideales para la conversación de que se trataba, pero Göran estaba esperándola en la carretera y ella se lo había prometido. Le prometió que, por fin, procuraría para los dos la oportunidad de forjarse su propia vida juntos. De verdad.

– Entrad vosotros, voy a buscar a una persona a la que quiero que conozcáis.

Su padre miró enseguida hacia la verja. Ella lo vio en su mirada. Lo habría sabido aunque los hubiese tenido cerrados.

– ¿Has traído visita? Pero si estamos…

Se miró la ropa de trabajo y se sacudió rápido con las manos, como si así fuese a quedar más limpia. Y ya se estaba arrepintiendo. Llevar visita a casa sin que sus padres se hubiesen preparado iba contra las normas tácitas que regían en su casa. Aquello era un completo error. Se había dejado convencer de algo cuyo único final posible era el fracaso. Göran no podía comprenderlo. En su casa todo era muy distinto.

– Inga, Maj-Britt trae una visita.

Su madre dejó en el acto la limpieza del seto y se puso de pie.