– Pero…
– Sí, bueno, como es lógico, pensamos casarnos, puesto que tenemos intención de vivir juntos.
Oyó resonar la desazón en la voz de Göran. Miró a su madre. Tenía la cabeza inclinada y las manos cruzadas en el regazo. Su pulgar derecho se movía nervioso sobre la mano izquierda.
Entonces, Maj-Britt miró a su padre a los ojos y, a partir de ahí, dedicaría toda su vida a olvidar lo que vio en ellos. Vio la pesadumbre, pero también otro sentimiento que reconocía con más claridad: el desprecio. Sus mentiras habían quedado al descubierto y los había traicionado. A ellos, que lo habían hecho todo por ella, por ayudarle. Y ella les volvía la espalda a sus padres y a la Comunidad eligiendo a un hombre ajeno a su círculo sin ni siquiera pedirles su aprobación. Simplemente, se presentó allí, los obligó a vestirse de nuevo y les soltó la noticia.
Desconocía el nombre del color que había adoptado la cara de su padre.
– Quiero hablar con Maj-Britt a solas.
Göran no se movió de la silla.
– No, me quedaré aquí. A partir de ahora, deben considerarnos como una pareja y lo que le atañe a Majsan también me atañe a mí.
Pues sí. El reloj sonaba, ciertamente. Ahora sí que lo oía. El remanso del ritmo regular de su cancioncilla infanticlass="underline" «… tictac, tictac, tilín, talán, anda el reloj, levántate a recoger musgo».
– ¡Pero yo tendré derecho a hablar a solas con mi propia hija!
«Largo es el día, menuda la barriga y poca la comida que hay en la alforja.» -Es mi futura esposa. A partir de hoy, lo haremos todo juntos.
– Bueno, pues quédate. Más vale que lo oigas tú también. Ya tenemos decidido desde hace mucho tiempo con quién se va a casar Maj-Britt, y no eres tú, te lo aseguro. Se llama Gunnar Gustavsson, un joven de la Comunidad que nos inspira gran confianza tanto a mí como a la madre de Maj-Britt. No sé qué fe profesarás tú pero, puesto que no te he visto en ninguna de nuestras reuniones, dudo mucho que compartas la de Maj-Britt, con lo que el matrimonio entre vosotros es, claro está, impensable.
Maj-Britt miraba atónita a su padre. ¿Gunnar Gustavsson? ¿El que, vestido con su traje nuevo, vio cómo la humillaban en casa del pastor? Su padre la miró, su voz cargada de desprecio.
– No le hagas de nuevas. Sabes bien que lo dijimos hace mucho tiempo. Sólo que Gunnar y yo hemos decidido esperar hasta que Dios te considere preparada, puesto que has tenido esos problemas de…
Ahí se interrumpió y le tembló el labio inferior al cerrar la boca. Dos líneas rosadas rodeadas de blanco. Su madre se mecía adelante y atrás mientras emitía un tenue lamento retorciendo las manos nerviosamente en su regazo.
– ¿Qué problemas son ésos?
Fue Göran quien preguntó. Göran era el único que podía preguntar qué problemas había tenido. Maj-Britt se veía de nuevo en el comedor del pastor, desnuda y atada a la silla. Y quizá todo fuese culpa suya, a fin de cuentas. Ellos hicieron lo posible por salvarla, pero ella se negó a dejarse salvar y, puesto que no obedeció, se condenó para siempre, y claro, condenarse a sí mismo es una cosa, pero también los arrastró a ellos en su caída. Porque ellos la habían concebido en pecado y porque su dios no quería saber nada de ella. Porque ella se rindió finalmente y ya no estaba dispuesta a renunciar a todo por obedecer a Dios. Y ahora resultaba que Göran quería saber qué clase de problemas había tenido, y si hubiera un solo modo de deshacer lo hecho, ella lo desharía ahora mismo.
– He preguntado cuáles son los problemas que ha tenido Majsan.
Su voz dejaba traslucir su irritación y Maj-Britt se preguntó cómo era posible atreverse a usar ese tono allí y en aquel momento y en aquella casa. Todo lo que había aprendido y comprendido a lo largo de aquel año se esfumó. La certidumbre de que el amor que Göran y ella sentían era limpio y hermoso, que la hacía crecer como persona. La convicción de que, ya que a ellos los hacía tan felices, estaba destinado a existir y no podía ser pecado. Ni siquiera ante su dios. Ahora, de pronto, ya no le parecía tan evidente.
– ¿Por qué no dices nada, Maj-Britt? ¿Te has quedado muda? -Fue su padre el que le habló así-. ¿Por qué no le hablas de tus problemas?
Maj-Britt tragó saliva. Sentía la vergüenza quemándole el cuerpo.
– Maj-Britt ha tenido problemas para cuidar su relación con Dios y el que tú te encuentres aquí puede considerarse el resultado de ello. Cuando uno es limpio de espíritu no deja que lo invadan tales perversiones porque, como cristiano, uno se abstiene de la maldición de la sexualidad, ¡y se abstiene lleno de gozo y de gratitud! Hemos hecho todo lo posible por ayudarle, pero, al parecer, ahora se ha dejado seducir de verdad. -Göran lo miraba perplejo. Su padre prosiguió. Cada sílaba como el restallido de un látigo-. Preguntabas cuáles eran los problemas que ha tenido. ¡Tienen un nombre! ¡Automancillarse!
«Jesucristo, no me hagas pasar por esto. Señor, perdóname todos mis actos. ¡Ayúdame, por favor, ayúdame!»
¿Cómo lo habían sabido?
– Fornicación, Maj-Britt, a eso es a lo que te dedicas. Lo que estás haciendo es pecado y se considera un desvío del buen camino.
Göran parecía desconcertado. Como si aquel hombre estuviese pronunciando todas esas palabras en una lengua extranjera. Cuando su padre tomó la palabra otra vez, la virulencia de su voz sobresaltó a Maj-Britt.
– Maj-Britt, quiero que contestes a mi pregunta mirándome a los ojos. ¿Es verdad lo que dice, que piensas irte de aquí con él? ¿Es eso lo que has venido a decirnos?
La madre de Maj-Britt rompió a llorar, meciéndose adelante y atrás con la cabeza entre las manos.
– Tú sabes que Cristo murió en la cruz por nuestros pecados. Murió por ti, Maj-Britt, ¡por tu bien! Y ahora le haces esto. Te condenarás por siempre jamás, quedarás por siempre excluida del reino de Dios.
Göran se puso de pie.
– Pero ¿qué tonterías son éstas?
Su padre también se levantó. Como dos gallos de pelea, midiéndose las fuerzas con la mirada por encima del mantel bien planchado. Su padre echaba espuma por la boca al oír la insolencia.
– ¡Tú, enviado de Satán! El Señor te castigará por esto, por haberla inducido a la depravación. Te arrepentirás de esto, recuerda lo que te digo.
Göran se acercó a la silla de Maj-Britt y le tendió la mano.
– Ven, Majsan, no tenemos por qué quedarnos aquí a escuchar esto.
Maj-Britt no podía moverse. La pierna seguía atada a la pata de la silla.
– Si te marchas ahora, Maj-Britt, no serás nunca bien recibida en esta casa.
– ¡Vamos, Majsan!
– ¿Me has oído, Maj-Britt? Si optas por irte con ese hombre, tendrás que atenerte a tu elección. La raíz venenosa debe ser apartada de las demás, para no contaminarlas. Si te marchas ahora, renuncias a tu comunidad y a tu derecho al perdón de Dios, y dejarás de llamarte nuestra hija.
Göran le tomó la mano.
– Venga, Majsan, vamos.
El reloj de pared dio las cinco. Marcó el tiempo exacto en el espacio. Y ella no sabía que, precisamente en ese momento, se estaba formando un borrón rojo en el almanaque.
Maj-Britt se levantó. Dejó que la mano de Göran la condujese al vestíbulo y, después de ayudarle a ponerse el chaquetón, salieron por la puerta. De la sala de estar no se oyó un solo ruido. Ni siquiera los lamentos de su madre. Sólo un silencio aniquilador que no acabaría nunca.
Göran la llevó por el sendero del jardín hasta cruzar la verja, pero una vez allí, se detuvo y la abrazó. Los brazos de Maj-Britt colgaban inertes.