Monika guardó silencio unos minutos. Aquella información era la que esperaba que le confiase Pernilla.
– Perdona que te pregunte pero ¿teníais seguros y esas cosas? Quiero decir, un seguro de accidente.
Pernilla exhaló un suspiro y le contó toda la historia. La que Mattias contó aquel día y que, a partir de aquel momento, ella sí podía conocer. En esta ocasión, el relato fue más detallado. Monika memorizó cada detalle, cada cifra, tomó nota en su bien entrenado cerebro de toda la información y cuando Pernilla terminó, ya estaba al corriente del alcance del problema. El préstamo que se vieron obligados a pedir para sobrevivir después del accidente de Pernilla no fue un crédito bancario normal y corriente, sino un préstamo de la financiera Finax, al 32 por ciento de interés. Y puesto que no habían podido pagar ninguna mensualidad, había ido subiendo según pasaban los meses y, en la actualidad, ascendía a la cantidad de 718.000 coronas. La pensión por enfermedad era la única fuente de ingresos de Pernilla y, aunque el Estado les subvencionase la vivienda, no se las arreglarían económicamente.
– Mattias acababa de empezar en un nuevo trabajo y estábamos muy contentos. Nos esperaban aún algunos años duros, pero al menos podríamos empezar a pagar el maldito préstamo que lo había fastidiado todo.
Monika ya tenía pensado qué decir cuando se presentase la oportunidad, y por fin había llegado el momento.
– Verás, estaba pensando en una cosa. Claro que no te puedo prometer nada, pero sé que existe un fondo al que se pueden pedir subvenciones en estos casos.
– ¿Cómo que un fondo?
– No lo sé exactamente, una de las personas en cuya casa estuve, por lo del grupo de emergencias, recibió ayuda de ese fondo. Te prometo que será lo primero que haga mañana por la mañana.
Pernilla cambió de postura y se volvió hacia ella. En aquel momento, Monika era dueña de toda su atención.
– Sí, si tienes tiempo y ganas, sería muy amable por tu parte.
Su corazón latía tranquilo, pausadamente.
– Por supuesto que lo haré. Pero necesitaré datos. La documentación del préstamo, los seguros, los gastos de vivienda que tengas y esas cosas. Lo que te cuesta la rehabilitación. El quiropráctico, los masajes. ¿Tienes ganas de reunir toda esa documentación?
Pernilla asintió.
Y mientras que Monika rehogaba rebozuelos en la cocina, Daniella jugaba en el suelo cerca de ella y Pernilla se asomaba de vez en cuando para preguntarle a Monika por algún papel, por si podría serle útil, experimentó por primera vez en mucho tiempo una rara sensación de paz.
20
En tres días, nadie de los servicios sociales se había puesto en contacto con ella. Ni Ellinor ni ninguna otra persona. Tenía comida suficiente, eso sí, pero empezaba a extrañarle. Quizá Ellinor se había enfadado tanto que ni siquiera le había preparado ningún sustituto, sino que pensó que Maj-Britt lo resolviese como pudiese. Sería propio de ella.
Pero comida sí que había, desde luego, después de tres días sin reponer. Y a la pizzería llevaba sin llamar varias semanas. Algo había cambiado, y sospechaba que guardaba relación con el dolor, y con la sangre en la orina. Sencillamente, ya no era capaz de comer como solía, había perdido el interés por la comida, como por todo lo demás. El vestido que hacía unos días temía que se le quedase pequeño le quedaba, de repente, más holgado, y a veces tenía la impresión de que le costaba menos levantarse del sillón. Y aun así, estaba más triste que nunca y no le quedaba ninguna razón para vivir.
Se encontraba ante la ventana de la sala de estar mirando el jardín. Allí estaba otra vez la mujer desconocida columpiando a la niña. Con una paciencia infinita, empujaba el balancín una y otra vez. Maj-Britt vio a la niña, pero no pudo soportar seguir mirándola. Habían pasado tantos años. Llevaba tanto tiempo sin recurrir a aquel recuerdo y, pese a todo, no había perdido su fuerza. Con lo sencillo que era todo mientras mantuvo los detalles fuera de su alcance. ¿Para qué servían los recuerdos que uno no podía soportar?
– ¿Puede ser verdad?
Se preguntó enseguida cómo había podido dudarlo. Cómo pudo creer ni en sueños que él no se alegraría. A ella le inquietaba la idea de que pensara que aquello vendría a estorbar sus planes de estudiar música, que pensara que bien podían esperar un poco. Pero allí estaba, radiante de alegría, y feliz con la perspectiva de ser padre. Ella estaba ya de cuatro meses. Cualquiera podía calcular que se había quedado embarazada antes de la boda, pero ya no importaba. Había elegido bando y no lo lamentaba.
Fue tal y como su padre le dijo aquel día. Ni siquiera fueron a la boda, pese a que se casaron en la iglesia, a unos cientos de metros de su casa. Maj-Britt se preguntó qué pensaron cuando oyeron tañer las campanas. A ella le pareció muy extraño que el mismo Dios que, en la casa de ellos, condenaba el amor que ella y Göran se tenían, quisiera, a unos metros de allí, bendecir su matrimonio.
El lado de los invitados del novio estaba a rebosar, pero en el de la novia sólo estaba Vanja. En el primer banco y en el centro.
Ella amaba a Göran y él la amaba a ella. Se negaba a aceptar que aquello implicase ningún pecado. Pero a veces la duda se cernía sobre ella; a veces, cuando pensaba en sus padres, que no querían saber de ella nunca más. Entonces le costaba mantenerse fuerte y firme en su convicción de que había hecho lo correcto. Porque todos habían desaparecido. La habían eliminado de sus vidas y de su compañía como a una mala hierba. Ella formó parte de la Comunidad desde que nació y al desaparecer todos de su vida, se llevaron consigo la mayor parte de su niñez. Nadie quedaba con quien compartir sus recuerdos. Y le ocurría que añoraba la unión, la sensación de pertenencia, de participar de aquella comunidad tan fuerte. Todo aquello a lo que estaba acostumbrada, lo que conocía, con lo que estaba familiarizada, todo había desaparecido y ya no era bien recibida. No había nada a lo que regresar, si un día lo necesitaba. Ni nadie a quien visitar, si un día la abatía la nostalgia.
Aunque aún fuese intensa su rabia, podía sentir a veces un nudo en la garganta cuando pensaba en sus padres. Pero entonces recordaba las palabras que dijo Vanja:
«No permitas que destruyan esto también. ¡Más bien deberías plantarles cara!».
A veces se despertaba por las noches y siempre con el mismo sueño. Estaba sola en un acantilado sobre un mar embravecido y todos habían subido a bordo de un buque. Estaban allí, en cubierta, pero por más que ella gritaba y manoteaba hacían como si no la vieran. Cuando la embarcación se perdía en el horizonte y ella comprendía que pensaban abandonarla a su suerte, despertaba con el miedo como una soga al cuello. Intentaba explicarle a Göran cómo se sentía, pero él no quería entenderla. Simplemente los llamaba chalados y, al hacerlo, los condenaba igual que su padre los había condenado a ellos. Como si eso fuese mejor.
Sólo Vanja le quedaba, pero vivían muy lejos la una de la otra. Y ya empezaba a costarles encontrar tema de conversación por teléfono o de qué hablar en las cartas, pues llevaban vidas totalmente distintas. La existencia de Vanja en Estocolmo parecía emocionante y llena de acontecimientos, mientras que en casa de Maj-Britt no sucedía gran cosa. Ella se pasaba los días en la pequeña casa que habían alquilado a las afueras de la ciudad e intentaba matar el tiempo mientras Göran estaba en el conservatorio. Sólo vivirían allí una temporada, de forma provisional. No había ni baño ni retrete y, desde que la temperatura bajó de cero, resultaba muy difícil caldear la casa. Por ahora se las arreglaban bien con el retrete que había fuera de la casa, pues estaban los dos solos. Cuando naciese el niño, se complicarían las cosas.
Pero además estaba lo otro. Aquello que le gustaba, aunque le costaba admitir que así era. Ella abrigaba la esperanza de que resultara más fácil una vez que se hubieran casado, pero no fue así. Aún había algo en ella que le decía que no tenían derecho a entregarse a esas cosas. Al menos, no sólo por puro placer. No sin un objetivo.