Las rodillas de Maj-Britt empezaban a flaquear y se dio la vuelta. El nudo en la garganta ya era manejable y no amenazaba con delatarla. Se acercó al sillón e intentó ocultar la mueca a que la obligaba el dolor al sentarse.
– ¿Cuánto tiempo llevas con ese dolor?
Ellinor fue a sentarse en el sofá y, de camino, dejó la carta de Vanja en la mesa. Maj-Britt la miró y sintió deseos de leerla de nuevo, de ver las palabras con sus propios ojos, las palabras que Vanja le había escrito. ¿Cómo pudo saberlo? Vanja no era un enemigo, nunca lo fue, simplemente hizo lo que Maj-Britt le había pedido y dejó de escribirle. No por ira, sino por consideración.
Pero ¿cómo lo supo?
Ya no soportaba seguir mintiendo. No soportaba seguir manteniendo nada de nada. Porque no había nada que defender.
– No lo sé.
– Ya; bueno, más o menos.
Maj-Britt hizo un último intento por defenderse no respondiendo. Era lo único de que era capaz. Ya sabía ella que se trataba de una tregua inútil.
– Dime, Maj-Britt, ¿te duele todo el rato?
Una tregua de cinco segundos. Maj-Britt asintió. Ellinor suspiró abatida.
– Yo sólo quiero ayudarte, ¿no lo entiendes?
– Sí, bueno, te pagan por ello.
Era injusto y lo sabía, pero a veces las palabras le salían solas. Estaban tan familiarizadas con el ambiente del apartamento que no necesitaban ser sopesadas para salir. Pero en realidad, ella era consciente de que Ellinor había hecho por ella mucho más de lo que le pagaban por hacer. Mucho más. Sólo que Maj-Britt no comprendía por qué, de ninguna de las maneras. Y, naturalmente, Ellinor reaccionó.
– ¿Por qué lo haces todo siempre tan difícil? Entiendo que has tenido que pasarlo muy mal en la vida, pero ¿tiene que pagar por ello todo el mundo? ¿No podrías hacer un esfuerzo por distinguir a quiénes odiar y quiénes no merecen tu odio?
Maj-Britt volvió la vista a la ventana. Odiar. Saboreó la palabra. ¿Quiénes merecían de verdad su odio? ¿Quién era el culpable de todo?
¿Sus padres?
¿La Comunidad?
¿Göran?
Él comprendió lo que había sucedido. No la acusó abiertamente, pero ella recordaba su mirada. El fallecimiento se archivó como accidente, pero el desprecio de Göran fue en aumento y pronto se convirtió en odio manifiesto. Cuando llegó la hora de mudarse al añorado apartamento, tuvo que hacerlo sola. Y en él se quedó. No llamó a nadie para darle su nueva dirección, ni siquiera a Vanja. Ignoraba adónde había ido Göran una vez firmados los papeles y conseguido el divorcio y, un par de años después, ya no le interesaba saberlo.
Ellinor sonaba sobre todo abatida cuando continuó insistiendo, su voz había perdido el ardor y comenzó a hablar exhalando un hondo suspiro.
– Aunque, claro está, es lo que dice Vanja: la decisión es tuya.
Maj-Britt se estremeció al oír aquellas palabras.
– ¿A qué te refieres?
– Es tu vida, tú decides. Yo no puedo obligarte a ir al médico.
Maj-Britt guardó silencio. No tuvo fuerzas para concluir el razonamiento. Quizás estuviese poniendo en peligro su vida. Quizá lo que tanto dolor le causaba en la espalda fuese el principio del fin. El fin de algo que había resultado completamente absurdo, aunque previsible.
– ¿No quieres ir al médico porque prefieres no salir del apartamento?
Maj-Britt reflexionó. Sí, decididamente, ésa era una de las razones. La idea de tener que salir de allí la horrorizaba. Pero era sólo uno de los motivos, y el otro era el más importante.
Tendrían que tocarla. Ella tendría que quitarse la ropa y tendría que permitirles que tocasen su cuerpo repugnante.
De repente, Ellinor se irguió, como si se le hubiese ocurrido una idea.
– Pero ¿y si el médico viene aquí?
A Maj-Britt se le aceleró el corazón al oír la propuesta. Los persistentes esfuerzos de Ellinor por resolver el problema la acorralaron. Con lo sencillo que sería comprender que era imposible y así podría renunciar a cualquier responsabilidad y ni siquiera tendría que tomar ninguna decisión.
– ¿Qué médico sería ése?
Ellinor recobró el entusiasmo pues, al parecer, creía haber encontrado una solución.
– Mi madre conoce a un médico al que podemos llamar. Seguro que puedo convencerla para que venga.
Convencerla, a ella. En ese caso, quizá fuese posible soportarlo. Quizás, al menos.
– Por favor. Por lo menos déjame que la llame y le pregunte, ¿no?
Maj-Britt no respondió, a lo que Ellinor reaccionó con más entusiasmo aún.
– Bien, entonces la llamo, ¿vale? Sólo llamarla para ver qué dice.
Y de este modo, aparentemente, se había tomado una especie de decisión. Maj-Britt no lo aprobó, ni tampoco se opuso. Si todo salía mal, aún tenía la posibilidad de culpar a Ellinor.
Así era mucho más fácil de aguantar.
Cuando siempre había otra persona a la que culpar.
23
La radio despertador sonó a las siete y media y no se sentía cansada en absoluto. Su sistema estaba en marcha incluso antes de que abriera los ojos. Se durmió en cuanto dejó caer la cabeza en la almohada y descansó sin soñar durante tres horas. No necesitaba más. Los somníferos no la habían dejado en la estacada sino que, eficaces, levantaron barricadas ante todas las vías de acceso, impidiéndole la entrada a él. Así no tenía que soportar el vacío cortante en el pecho al despertar y ver que, una vez más, no estaba.
Dejó la radio puesta mientras se arreglaba y desayunaba. Se enteró de pasada de todos los asesinatos, violaciones y ejecuciones que se habían producido en el mundo las últimas veinticuatro horas y la información se dispuso en alguna remota circunvolución mientras metía la taza del café en el lavaplatos. Los documentos de Pernilla estaban ya guardados en el maletín. Había decidido llamar a la clínica y avisar de que no llegaría hasta la hora del almuerzo.
Salió demasiado temprano. Resultó que el banco no abriría hasta media hora más tarde. De pronto, tenía media hora por delante y ni se planteó quedarse esperando en la puerta. Algo tenía que hacer entre tanto. En lo sucesivo, tendría que pensárselo mejor y procurar no recibir este tipo de sorpresas desagradables que tiraban por tierra sus planes. Echó a andar calle arriba ojeando escaparates, sin ver nada que despertase su interés; dejó atrás el quiosco de prensa: NIÑO DE 7 AÑOS VÍCTIMA DE UN ASESINATO RITUAL, MUJER DE 93 AÑOS VIOLADA POR UN LADRÓN QUE IRRUMPIÓ EN SU CASA; vio que Hemtex liquidaba los tejidos para cortinas, pero no se dio cuenta del coche que le pitaba furiosamente cuando cruzó la calle a unos pasos de su parte delantera.
Fue el primer cliente en entrar en el banco aquella mañana y saludó con un gesto a una mujer sentada en una mesa al fondo, pues la conocía. La mujer le devolvió el saludo y Monika sacó del expendedor un número para «otros servicios». No acababa de retirar el ticket cuando una señal sonora anunció que era su turno. Se encaminó al puesto indicado. El hombre de la ventanilla llevaba corbata y un traje oscuro y no podía tener mucho más de veintitantos años.
Se identificó dejando el permiso de conducir en el mostrador.
– Quiero conocer mi saldo total.
El hombre tomó el permiso de conducir y empezó a teclear en el ordenador.
– Veamos. ¿Sólo en la cuenta de ahorro o en la cuenta general?
– La cuenta de ahorro y los fondos.