Maj-Britt prefirió seguir en silencio.
– Es imposible sobrevivir aquí dentro si no aprendes a ver el tiempo de un modo distinto a como lo veías antes. Hay que intentar convencerse de que, en verdad, el tiempo no existe. Si vives encerrado aquí, debes encontrar un refugio que te permita tener fuerzas para continuar. -Vanja se tamborileó con el índice la cabeza plateada-. Aquí dentro. Todas las noches, a las ocho, cierran la puerta; entonces te quedas solo con tus pensamientos. Y te prometo que, por no pensar algunos de ellos, haría cualquier cosa. Los primeros años estaba aterrada, creía que me volvería loca. Pero después, cuando me vi sin fuerzas para seguir combatiéndolos y empecé a ceder ante ellos…
Dejó la frase inconclusa mientras Maj-Britt aguardaba impaciente a que continuase. Pero Vanja siguió en silencio, con la mirada inexpresiva fija en el aire, como si hubiese terminado de hablar. Sin embargo, Maj-Britt quería saber más.
– ¿Qué ocurrió entonces?
Vanja la miró, como si hubiese olvidado que estaba allí y se alegrase al verla.
– Entonces me di cuenta de que, si te atreves a escuchar, oyes bastantes cosas.
Maj-Britt tragó saliva. Ella quería cambiar de tema de conversación.
– ¿Qué harás cuando salgas de aquí?
Vanja se encogió de hombros. Giró la cabeza y se quedó mirando el cuadro en el que se había fijado antes. El del paisaje boscoso.
– ¿Sabes? Hay una sola cosa que echo de menos de la vida fuera de la cárcel. ¿Sabes qué?
Maj-Britt meneó la cabeza.
– Poder montar en bicicleta, por un sendero de gravilla, por el bosque. Mejor si es con el viento en la cara. -Volvió a mirar a Maj-Britt. Sonrió algo avergonzada, como si su deseo fuese ridículo-. Puede que para quienes estáis fuera resulte difícil entender cómo se puede añorar tanto una cosa así, puesto que podéis hacerla todos los días, si así lo deseáis.
Maj-Britt bajó la mirada. Sintió que se ruborizaba y no quería que Vanja la viera. Lo que acababa de decir resultaba una burla, dadas las circunstancias. Vanja había pagado dieciséis años. Ella, por su parte, había malgastado treinta y dos, de forma totalmente voluntaria. Y no había estado ni en las proximidades de un sendero de gravilla. Ni de un bosque. Y, si soplaba un poco de viento, cerraba la puerta del balcón. En efecto, ella entró en su cárcel por voluntad propia, arrojó la llave y, como si eso no fuese suficiente, permitió que su cuerpo se convirtiese en el grillete definitivo.
– Ningún gobierno del mundo puede concederme el perdón.
El dolor que destilaba la voz de Vanja arrancó a Maj-Britt de su cavilar.
– ¿Qué quieres decir?
Pero Vanja no respondió. Se quedó en silencio, mirando el cuadro. De pronto, Maj-Britt sintió que quería consolarla, aliviarla, ser, por una vez, la que apoyase a Vanja. Rebuscó febrilmente en su cabeza las palabras adecuadas.
– Pero lo que ocurrió no fue culpa tuya.
Vanja exhaló un hondo suspiro y se mesó el cabello con las manos.
– Si supieras lo tentador que ha sido, todos estos años, hallar refugio en esa solución, pensar que nada de lo que ocurrió fue culpa mía. Culpar de todo a Örjan y a lo que hizo.
Maj-Britt abundó en ello con más ahínco.
– Claro, ¡todo fue culpa suya!
– Sí, lo que hizo fue repugnante, imperdonable. Pero no fue él quien… -Vanja se interrumpió y cerró los ojos-. ¿Ves?, después de tantos años, sigo sin poder decirlo en voz alta sin que me duela hasta el alma.
– Pero, fue él quien te condujo a ello, él fue quien te obligó a hacerlo. Te hizo creer que no había otra salida. Es lo que me escribiste y me explicaste en la carta.
– Estamos hablando de años. Los años en que yo me detuve y dejé que todo aquello pasara. Todo empezó mucho antes de que nacieran los niños. Incluso escribí un artículo sobre eso en una ocasión, que las mujeres debían abandonar al marido al primer golpe.
Guardó silencio unos minutos.
– No sé si hay alguien que comprenda cuánto me avergonzaba el hecho de permitir que ocurriera.
Vanja se pasó la mano por la cara. Maj-Britt quería decir algo, pero no halló palabras.
– ¿Sabes cuál fue mi mayor error?
Maj-Britt volvió a negar despacio.
– Que en lugar de irme, opté por verme a mí misma como una víctima. Fue entonces cuando lo dejé vencer, fue como ponerme de su lado porque a una víctima sólo le queda someterse, una víctima no puede hacer nada por cambiar su situación. Sencillamente, no fui capaz de romper el modelo, venía acostumbrada ya de casa.
Maj-Britt recordó el hogar de Vanja. Lo que ella vivía como un refugio fuera del alcance de la estricta mirada de Dios y donde siempre reinaba un desorden fenomenal. Que el padre de Vanja se emborrachaba a veces era algo que todos sabían, pero solía estar alegre y a ella no la asustaba. Sus ridículas bromas sí que podían resultar pesadas. A la madre de Vanja apenas si se la veía. Solía pasarse los días tras la puerta cerrada del dormitorio y ellas pasaban por delante de puntillas, para no molestar.
– Mi padre jamás me pegó a mí, pero sí a mi madre, lo que era casi lo mismo. -Vanja volvió a mirar el cuadro y calló unos minutos antes de proseguir-: Nunca sabíamos quién venía a casa cuando oíamos la puerta. Si era mi padre o aquel otro hombre al que no conocíamos. Pero bastaba con que abriera la boca y dijera una sola palabra para salir de dudas.
Maj-Britt nunca lo supo. Vanja nunca insinuó siquiera lo que ocurría en su casa.
– No debemos olvidar que Örjan creció en un hogar como el mío, con un padre que pegaba y una madre que recibía los golpes. Así que ahora me pregunto a veces dónde empezó todo, en realidad. Así resulta un poco más fácil, más sencillo comprender por qué la gente es capaz de hacer cosas que jamás puedes perdonar.
De nuevo el silencio. El sol había alcanzado las ventanas de la habitación con sus rayos, que ahora se filtraban por las lamas de las persianas. Maj-Britt contemplaba el reflejo rayado en la pared de enfrente. De pronto, respiró hondo, como para hacer acopio de valor y formular la pregunta que quería hacer.
– ¿Tienes miedo a la muerte?
– No. -Vanja no dudó al responder.
– ¿Y tú?
Maj-Britt bajó la mirada y se miró las manos antes de asentir despacio.
– Yo suelo pensar, ¿por qué habría de ser más terrible morir que no haber nacido? Pues, en realidad, es lo mismo, sólo que nuestros cuerpos no habrían existido en la tierra. Morir no es más que volver a lo que éramos antes.
Maj-Britt sintió el empuje de las lágrimas, que luchaban por aflorar a sus ojos. Deseaba muchísimo hallar consuelo en las palabras de Vanja, pero le era imposible. Ella debía tener tiempo de corresponder, era su única posibilidad. Y de repente, recordó qué había ido a hacer allí. Y para impedir que la duda se apoderase de ella, empezó a hablar. Sin embellecer ni omitir nada, cifró en palabras su miserable verdad. Cómo sucedió. Lo que hizo.
Vanja la escuchó en silencio. Dejó que Maj-Britt confesara sin interrupciones. Tan sólo una cosa no se atrevió a admitir, el plan que tenía pensado poner en práctica, la deuda que estaba pagando.
Para tener valor.
Vanja estaba sumida en su cavilar cuando Maj-Britt terminó. El sol se había retirado, disipado ya el reflejo de la pared. Maj-Britt oía latir su corazón. A cada minuto que pasaba, el silencio de Vanja le resultaba más amenazador. La asustaba lo que diría Vanja, cuál sería su reacción. Si ella también la condenaba y no aceptaba sus disculpas. No eran sólo las mentiras. Ahora que Maj-Britt comprendía la envergadura de la pérdida de Vanja, su opción de vida se le antojaba una pura humillación. Y comprendió con horror que era responsable de una culpa más.