Le abrió a Saba la puerta del balcón. En ese preciso instante, se abrió una ventana de la segunda planta de la casa de enfrente y la madre y la niña del columpio asomaron la cabeza.
– Mattias, te llaman por teléfono para preguntarte si quieres que te lleven al curso. Algo de ir juntos en un coche.
Maj-Britt no oyó nada más, porque Saba ya estaba dentro y no había razón para dejar la puerta abierta. La cerró y, cuando se dio la vuelta, vio que Ellinor estaba en la sala.
– Si quieres puedo sacarla a pasear un rato. He tardado tan poco en la limpieza que me da tiempo de darle una vuelta.
– ¿Y por qué ibas a hacer tal cosa? Acaba de entrar.
– Sí, pero he pensado que a lo mejor le gustaría dar un paseo. Puede que le siente bien moverse un poco.
Maj-Britt sonrió para sus adentros. Ésta era más osada que la mayoría, pero ya sabría ella cómo sacarle el máximo de un modo u otro.
– ¿Qué te hace pensar que lo necesita?
– Bueno, un poco de ejercicio siempre viene bien.
– ¿Para qué?
Vio la inseguridad en la mirada de la joven. De pronto, ésta empezó a pensarse mejor las palabras, que era justo lo que tenía que hacer. La idea consistía en que no pronunciase ninguna en absoluto.
Maj-Britt no apartaba de ella la mirada.
– ¿Qué ocurre, según tú, si uno no se mueve?
En esta ocasión, consiguió hacerla callar.
– Quizá quieras decir que si no te mueves, si no haces ejercicio, engordas, ¿no?
– Era sólo una sugerencia. Lo siento.
– Lo que quieres decir es que engordar es algo terrible, ¿verdad?
Eso es. Con ésta no debería volver a tener problemas en adelante.
Ellinor ya había abierto la puerta cuando Maj-Britt le puso la carta en la mano.
– ¿Puedes echar esto al correo?
– Por supuesto.
La joven buscó la dirección con mirada curiosa, tal y como Maj-Britt había previsto.
– No te he pedido que la entregues en mano, sólo que la metas en el buzón.
Ellinor guardó la carta en el bolso.
– Gracias. La próxima vez también me tocará venir a mí, así que nos vemos entonces.
Puesto que Maj-Britt no le respondía, cerró la puerta. Maj-Britt miró a Saba y lanzó un suspiro.
– No pueden aguantarse, ¿verdad?
Tal y como ella pensaba, sintió un ligero alivio. Tan pronto como la carta salió del apartamento, las paredes recuperaron parte de su antigua capacidad de garantizar un límite entre ella y todo el exterior con el que no quería relacionarse. Volvía a sentirse segura.
Durante dos días pudo disfrutar de aquello. Hasta que volvió Ellinor y Maj-Britt comprendió que no había logrado cerrarle el pico tan bien como creía. No llevaba más de dos minutos en el apartamento cuando su verborrea volvió a abrir la llaga.
– Oye, ¿puedo hacerte una pregunta? Ya sé que no te gusta hablar con ninguno de nosotros pero…
Ella misma se preguntaba y se respondía. ¿Para qué iba a involucrarse Maj-Britt en su charla? Cruzó una mirada con Saba y comprendió que estaban de acuerdo. Aquella muchacha se estaba buscando que la reemplazaran.
– La carta que me pediste que echase al correo.
No había terminado la frase y Maj-Britt ya deseaba de todo corazón que se largase de su apartamento para poder abrir el frigorífico sin que nadie la molestara y elegir tranquilamente qué meterse en la boca.
– ¿Era para esa Vanja Tyrén?
Otra vez atrapada. Una vez más, su ya olvidada «mejor amiga» la obligaba a entrar en un juego que ella no había elegido. No pensaba permitirlo. No pensaba responder. Pero de nada sirvió. Al no recibir respuesta, Ellinor siguió hablando sola, y sus palabras hicieron que las llagas se convirtiesen en grandes agujeros abiertos al entorno hostil.
– ¿La Vanja Tyrén que se cargó a toda su familia?
5
«Liderazgo: herramientas y métodos para producir resultados.» Se había inscrito en el curso hacía varios meses, mucho antes de que Thomas apareciese en su vida. En un tiempo en que cualquier insólita interrupción en la monotonía de su día a día era más que bienvenida. Entonces ansiaba que llegara el día de partir.
Ahora, todo era diferente. Ahora no comprendía cómo iba a soportar los cuatro días que duraba el curso.
Una empresa farmacéutica le pagaba los gastos. Ni por un instante lograron convencerla de que les preocupaban sus dotes de liderazgo o su capacidad para, como jefa, motivar al personal que tenía bajo su dirección. En todo caso, les preocupaba su capacidad para motivar a su personal para que eligiese justamente sus fármacos a la hora de extender las recetas, pero ambas partes intervenían en el juego. No era la primera vez que una farmacéutica demostraba una dosis adicional de aprecio por alguno de los médicos de la clínica. Y tampoco sería la última.
Ella misma no se consideraba demasiado buena como jefa pero, por lo que sabía, el personal de su sección estaba satisfecho. Ellos rara vez sufrían las peores cualidades de su faceta de jefa; al contrario, era más bien la propia Monika quien se llevaba todo el trabajo extra. Siempre le había costado delegar en otros las tareas más aburridas, era más fácil hacerlas uno mismo y evitarse malas caras. Si le pedía a alguien que hiciera algo, siempre sentía la necesidad de compensarlo para mantenerlo de buen humor. Pero en realidad se trataba más bien de asegurarse de que la seguirían apreciando; de que no le caería mal a nadie.
En su papel de médico tenía más seguridad en sí misma. Si no la hubieran considerado competente, no le habrían ofrecido el puesto de jefa hacía cuatro años. La clínica se administraba en régimen privado, el principal propietario de la sociedad anónima era una fundación y que le hubiesen ofrecido un puesto de director médico constituía un claro reconocimiento. Había nueve consultas y ella era responsable de Cirugía General. Claro que sus cualidades como jefa podían mejorarse y, de haber sido en su vida anterior, la vida que transcurrió antes de conocer a Thomas, se habría lanzado sobre esa tarea con todo su empeño. Ahora ya no se le antojaba tan importante. A Thomas le parecía bien como era, con todas sus carencias. Y ahora lo único que deseaba era disfrutar de esa sensación.
Tan sólo le faltaba por revelarle un defecto.
El más feo, el más bajo de todos ellos.
Estaba esperando en la estación de autobuses. Thomas la había llevado allí en el coche y, pese a que les habían pedido que mantuvieran apagados los teléfonos móviles durante los cuatro días del curso, ella le prometió que lo llamaría todas las noches. Ahora lamentaba no haber ido en coche. Una mujer a la que no conocía la llamó y le preguntó si no podían ir juntas en su vehículo, le dijo que los directores del curso le habían dado su nombre y su número. «¿Por qué no?», pensó entonces, cuando le hicieron la pregunta. Ahora habría preferido estar a solas. Estar completamente sola, disfrutando de la sensación que experimentaba. De repente, todo se había transformado en una espera cierta, eufórica. Era perfecto, no necesitaba nada más. Si aquello era la felicidad, comprendía bien el esfuerzo del ser humano por conseguirla.
Miró el reloj. Ya eran las nueve menos veinte y la mujer le prometió que la recogería a las ocho y veinte. Había casi cien kilómetros hasta el lugar donde se celebraba el curso y, si no salían pronto, llegarían con retraso a la primera reunión. Ella llevaba muy a gala su puntualidad y sintió una punzada de irritación.