Jacquie D’Alessandro
Vestida De Rojo
Multiautor Calor, 29
Título originaclass="underline" We've got tonight
Traducido por: Elías Sarhan Assy
Prólogo
Riley Addison se quedó quieta con la taza de café a medio camino de sus labios, luego adelantó el torso para releer el correo electrónico de Jackson Lange, mejor conocido como el Azote de su Existencia.
Necesitamos que dupliques el presupuesto que tu departamento nos ha asignado, es decir, un aumento, del cien por cien, efectivo de inmediato. Estudia la hoja de cálculo adjunta para los detalles. Contacta conmigo si tienes alguna pregunta.
Riley enarcó las cejas y con risa carente de humor, movió la cabeza. Era evidente que el nuevo jefe del departamento de marketing de Prestige Residential Construcción estaba loco. El modo seco y mecánico en que se comunicaba por correo electrónico y por teléfono la convencía de que había vivido una vida anterior como una especie de dictador despótico que había ladrado órdenes y esperado que se acataran a rajatabla y con docilidad.
– Pues esta vez has elegido a la persona equivocada para ladrarle -musitó.
Lo único que la tranquilizaba era que el departamento de marketing se hallaba en las oficinas que la empresa tenía en Nueva York, mientras que su departamento de contabilidad estaba en Atlanta… un amortiguador de seguridad de más de mil quinientos kilómetros que le impedía tener que tratar con el insoportable Jackson Lange en persona.
Suspiró y se frotó las palpitantes sienes para aliviar el dolor que la había asediado desde que Prestige había contratado a Lange. ¿Hacía sólo un par de semanas que todo había fluido de maravilla en su mundo laboral? Sí. Entonces Jackson Lange había irrumpido en la oficina de Nueva York y se había desatado el infierno.
Con la jubilación del jefe de marketing, Riley, junto con todos en su departamento, había sabido que los cambios eran inevitables. Pero había esperado que le dieran ese puesto a un empleado de la firma. Sin embargo, habían contratado a Jackson Lange. Según los rumores, éste tenía fama de ser un tiburón al que no le temblaba el pulso a la hora de cortar cabezas para llegar a la cima. También se decía que lo habían contratado porque tenía contactos en Élite Commercial Builders, una empresa que el presidente de Prestige estaba interesado en adquirir.
Desde el primer día, Lange había promovido cambios en los procedimientos que llevaban años establecidos. Había realizado exigencias perentorias y quebrado el equilibrio laboral antes cordial entre los departamentos de contabilidad y de marketing. Se había visto obligada a soportar a un hombre que, hasta el momento, le resultaba insoportable, y con cada día que pasaba la situación empeoraba.
Pero se sentía especialmente alterada porque, a pesar de lo exigente que era su trabajo, su profesión le proporcionaba la única calma en la tormenta en que se había convertido su vida personal desde que su hermana, Tara, se había ido a vivir con ella después de la muerte de su madre. En el trabajo, sabía lo que hacía. Números, declaraciones financieras, presupuestos… todo eso lo entendía. Pero lejos de la oficina, sus responsabilidades hacían que le pareciera que iba en una cuerda floja por encima de una hondonada profunda y oscura sin contar con una red de seguridad. Necesitaba un descanso, un cambio. Y lo necesitaba en ese momento.
No obstante, en ese momento tenía que ocuparse del correo de Lange, a pesar de que la semana anterior ya le había dejado bien claro que no iba a recibir ningún aumento en el presupuesto.
– Es decir, un aumento del cien por cien -musitó-. Como si no supiera lo que significa duplicar, idiota.
– Oh, oh -dijo una voz familiar desde la puerta-. Hablas contigo misma. Y muestras esa mirada asesina «Jackson Lange». ¿Es seguro entrar?
Alzó la vista hacia Gloria Morris, directora del departamento de tecnología de la información de Prestige. Con un vestido turquesa que ceñía su figura esbelta, y un lacio cabello castaño rojizo que le acariciaba los hombros, tenía un aspecto vivaz y fresco, en absoluto la imagen que se asociaba con una especialista en informática. Era la única mujer que conocía Riley que siempre daba la impresión de acabar de salir de un exclusivo salón de belleza. A pesar de ese rasgo irritante, adoraba a su mejor amiga.
– ¿Si es seguro entrar? Depende. ¿Quieres que te suba la tensión?
– No, pero como es obvio que no te iría mal que te animaran, me arriesgaré -se sentó en el sillón negro de piel frente a Riley-. Bueno, ¿qué ha hecho hoy el Tiburón?
– Lo habitual… lanzar exigencias perentorias. Sólo que esta vez me alcanzó antes de terminar mi primera taza de café. Por desgracia, no creo que mi estado de ánimo mejore después de estudiar la hoja de cálculo que me adjunta.
– Oh, también hoja de cálculo. Tiene que ser tu día de la suerte.
– Oh, sí. Ni te lo imaginas.
Gloria ladeó la cabeza y la estudió.
– No lo creo. Pareces… cansada. Floja.
Riley suspiró.
– A pesar de lo mucho que odio reconocerlo, tienes razón. Esta mañana estuve a punto de colgar un cartel de «No Funciona» en el espejo de mi cuarto de baño -la miró con expresión de disculpa-. Lamento ser tan gruñona. En mi esfuerzo por mostrarme serena y ecuánime ante mi equipo, descargué toda mi frustración en ti.
– Para eso están las amigas. Dios sabe que yo también te doy la lata -sus ojos se mostraron traviesos-. Lo que pasa es que yo no soy tan gruñona como tú.
Riley rió.
– Yo soy Gruñona y tú eres Feliz. Sólo nos falta una manzana envenenada y un espejo mágico para tener un cuento de hadas.
– Yo preferiría un príncipe encantado.
– Y todas. Aunque, en este punto, me contentaría con conocer a alguien que me interesara.
– ¿Que interesara a tu mente… o a tu cuerpo?
– Bueno, a las dos cosas estaría bien. Pero, si tuviera que elegir, me decantaría decididamente por mi cuerpo.
– Amén. Aunque es una respuesta algo sorprendente en ti, Señorita Precavida y Conservadora.
Riley hizo una mueca al oír el título, ya que sabía que no la describía bien… al menos no a la verdadera Riley, sino a la que se había obligado a convertirse cuando Tara se había ido a vivir con ella. Su impresionable hermana menor había necesitado un buen ejemplo a seguir, de modo que se había cerciorado de que no se pudiera cuestionar su propio comportamiento. Pero una vez que Tara había terminado la universidad y anunciado que se marcharía en dos semanas, la Riley amante de la diversión, a veces perversa, a veces atrevida, que tan despiadadamente había eliminado, se afanaba por recobrar la libertad.
– De hecho, eres generosa -comentó-, ya que Señorita Aburrida es lo que más se acerca a la verdad. He reflexionado mucho en ello últimamente, y he llegado a la conclusión de que he dedicado tanto tiempo y esfuerzo a cuidar de Tara, que… en el proceso he perdido parte de mí misma -suspiró-. En mi intento de proporcionarle a mi hermana un buen ejemplo, siento como si una avalancha de responsabilidad hubiera apagado mi chispa y sentido del humor.
Gloria le apretó la mano.
– Eres una hermana maravillosa, Riley, y gracias a tu paciencia, amor y comprensión, Tara ha hecho las cosas como es debido. Así que ahora es el momento de que vuelvas a disfrutar. Tienes permiso para hacerlo, Riley.
– Oh, estoy de acuerdo. Y créeme, pienso tirar el manto de Señorita Aburrida y convertirme en una soltera despreocupada. Voy a dejar que la Riley que ha estado enterrada estos últimos cinco años despliegue las alas y vuele. Estoy aburrida de tener veintiocho años y comportarme como si tuviera ciento ocho. ¿Y qué mejor momento para ello que hoy? Los viernes siempre son días estupendos para empezar de cero…
– Y este fin de semana es perfecto -convino Gloria-. Esta noche vamos al partido de béisbol y mañana nos divertiremos mucho trabajando en la Gala de la Feria Infantil para recaudar fondos… las dos son oportunidades perfectas para estudiar los talentos masculinos disponibles. Y luego está la cena que va a celebrar Marcus Thornton el domingo en su casa del lago… aunque ahí no hay potencial alguno, ya que todos serán compañeros de trabajo, pero nos divertiremos.