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De su boca escapó un grito y tembló, con el orgasmo vibrando por todo su cuerpo, intenso, devorador, llevándose todo menos los dedos mágicos que la acariciaban y la lengua hábil que la probaba.

A medida que los temblores se mitigaban, luchó por recobrar el aliento. La mantuvo pegada contra él y Riley pudo sentir el ritmo veloz del corazón de Jackson contra la mejilla que reposaba en el cuello de él. Cuando sintió que sería capaz de respirar sin jadear, alzó la cabeza.

Unos ojos azules y oscuros la contemplaron con una expresión que no pudo descifrar, aparte de saber que reflejan una intensa excitación.

– ¿Algún remordimiento? -preguntó él.

Ella reflexionó durante unos segundos.

– Probablemente no figuraría en la lista de los actos más inteligentes que he realizado, pero tus caricias me hicieron olvidar… todo. Mi control, mi contención. Dónde estoy, con quién estoy -y eso era algo con lo que no había contado-. Lo creas o no, por lo general no dejo que perfectos desconocidos me lleven al orgasmo.

Él sonrió.

– Sé que causo una buena primera impresión, pero disto mucho de ser perfecto -le acarició la espalda-. Y tampoco diría que somos desconocidos.

– Lo somos en todos los sentidos que de verdad cuentan. No sabemos prácticamente nada el uno del otro.

– Si te refieres a que desconocemos cuál es el color, la película, el libro o la canción favoritos del otro, es cierto. En cuanto a que te hice olvidar todo… lo mismo se aplica a mí. Lo creas o no, por lo general no intento llevar a perfectas desconocidas al orgasmo.

Riley se movió y la erección se sacudió contra su vientre.

– Todo ha sido muy unilateral.

Él esbozó una sonrisa.

– No me quejo. Pero no puedo negar que ojalá hubiera pensado en traer un preservativo. Escucha, acerca de eso de los desconocidos… Creo que deberíamos hacer algo al respecto -le pasó un dedo por el brazo húmedo y le puso la piel de gallina-. ¿Quieres cenar conmigo esta noche?

– ¿Cenar? -repitió con voz llena de escepticismo.

– Sí, cenar. Ya sabes, la gente comparte una comida. Una copa de vino. Conversación. Todo para llegar a conocerse mejor y dejar de ser desconocidos.

– Esta noche ya tengo planes para la cena.

– Oh -un músculo se movió en su mandíbula-. Anoche dijiste que no salías con nadie.

Riley separó los brazos de su cuello y retrocedió unos pasos.

– Y no salgo -corroboró con frialdad-. De lo contrario, esto no habría sucedido. De hecho, tú también tienes planes para la cena de esta noche. ¿Te has olvidado de Marcus? ¿Nuestro jefe?

Él se llevó las manos a la cara.

– Lo había olvidado por completo. Surtes un efecto demoledor sobre mi concentración. ¿Qué te parece después de la cena? ¿Tomamos una copa en el Marriott?

Sabía muy bien que harían algo más que tomar copas si quedaba con él en su hotel. Si fuera otro hombre… Después de una breve batalla con el sentido común, éste emergió vencedor y movió la cabeza.

– Jackson, yo…

Él la calló posando un dedo sobre sus labios.

– No respondas ahora. Piénsalo. No hablaremos del trabajo… ni siquiera mencionaremos la letra T -apartó el dedo y la vio humedecerse el punto donde la había tocado. No volvió a rozarla y con la cabeza indicó la playa-. Será mejor que volvamos antes de que envíen un grupo de rescate.

Riley asintió y regresaron a la playa. Después de ponerse los chalecos, empujaron la moto al agua. Se sentó detrás de Jackson y lo rodeó con los brazos. De camino a la casa, ella intentó acorralar sus pensamientos turbulentos y someterlos a algo parecido al orden, pero su cuerpo y su mente la empujaban en direcciones opuestas.

¿Aparecería?

Jackson se puso a recorrer la extensión de su habitación y de vez en cuando se mesaba el pelo. Por enésima vez, desvió la vista al reloj digital. Eran casi las diez de la noche. Era la segunda noche seguida que experimentaba esa incertidumbre demoledora. El hecho de que la fiesta de Marcus Thornton hubiera terminado hacía tres horas no presagiaba que fuera a aceptar su invitación. Tampoco el que sé hubiera alejado de él nada más llegar a la casa después del paseo acuático. Sin embargo, antes de marcharse al hotel, la había apartado a un lado para darle la llave de la habitación y pedirle que la utilizara. Y durante las últimas tres horas, se había estado torturando y preguntándose al mismo tiempo por qué le importaba tanto si aparecía o no.

Volvió a pasarse las manos por la cara. Necesitaba relajarse. Necesitaba pensar en otra cosa. Necesitaba…

Responder a la puerta.

La suave llamada estuvo a puntó de pararle el corazón. Si se trataba de Riley, era evidente que había decidido no emplear la llave que le había dado. Esperaba que fuera ella y no un empleado del hotel para comprobar la temperatura de la habitación o entregarle un fax. Se tomó unos segundos para respirar hondo, luego fue a la puerta y la abrió.

Ahí estaba ella, con el cabello oscuro y ondulado suelto alrededor de los hombros y una sonrisa seductora en los labios. Llevaba puestos unos vaqueros viejos que se ceñían a sus curvas y una camiseta de un color amarillo neón decorada con una galletita de chocolate y las palabras Lo Más Dulce. Llevaba una caja blanca cuadrada con un lazo rojo que lucía el mismo logo que la camiseta.

– ¿Necesitas que te lean el futuro? -preguntó ella con voz ronca y sensual.

La temperatura de Jackson, alcanzó un estado febril.

Sintió el cada vez más normal aleteo en el estómago y agarró el pomo de la puerta para evitar pegar a Riley a su cuerpo.

– Claro… aunque he de decirte que tiene muy buena pinta. No has utilizado la llave.

– Me pareció más correcto llamar, por si te habías quedado dormido o algo parecido.

– Dormir es lo último que tengo en la cabeza -retrocedió y le indicó que entrara-. Me alegro de que pudieras venir.

– Te vas a sentir aún más contento cuando veas lo que te he traído -cruzó el umbral y movió la caja ante su nariz.

Él percibió un aroma dulce y delicioso.

Después de cerrar la puerta, se apoyó contra el panel y dijo:

– No pensé que fueras a venir -no había querido decir eso, pero las palabras brotaron de su boca antes de poder contenerlas.

Riley depositó la caja en el portaequipajes que había justo en la entrada y, con el corazón, martilleándole en el pecho, se volvió hacia él. Se decidió por la verdad sin adornos.

– No iba a venir. Créeme, me esforcé por convencerme de que no quería estar aquí contigo. Pero ha pasado tiempo desde que me permití divertirme con algo, y como nos gusta hacer a los economistas, finalmente tuve que analizar el rendimiento neto. Y éste se reduce a que, sin importar el hecho de que seas Jackson Lange, quería hacer el amor contigo.

Los ojos de él se oscurecieron con un deseo inconfundible.

– Como hombre de marketing, por lo general no me agrada la propensión que tienen los economistas a reducirlo todo al rendimiento neto, pero en este caso, nada me parece más idóneo.

– Y luego está mi sentido de la justicia -bajó la vista hasta posarla unos instantes en su entrepierna antes de volver a mirarlo a los ojos-. Mmmm, te debo una.

– Estoy impaciente por cobrar -se apartó de la puerta y con un único paso, redujo la distancia que los separaba.

Riley retrocedió un paso y se encontró con la pared. Él apoyó ambas manos junto a su cabeza, se inclinó y le lamió el cuello.