Ella dejó escapar una risa ronca.
– ¿No quieres ver lo que te he traído?
– Olía estupendamente, pero tú hueles mejor -le mordisqueó el lóbulo de la oreja-. Mmmm. Y sabes mejor.
– Quizá cambies de parecer en cuanto compruebes el contenido.
– Lo dudo mucho. Esto… -le pasó la lengua por el sensible labios inferior- es imposible de superar.
Riley subió unas manos ansiosas por su torso hasta sus hombros.
– ¿Sabes?, vine con mi control intacto -se puso de puntillas para darle besos leves en la mandíbula mientras hablaba-, planeando seducirte y saborearte despacio; pero apenas llevo treinta segundos aquí y ya has estropeado todos mis planes.
La sujetó por las caderas y la pegó a él. Incluso a través de los vaqueros, su excitación era obvia, y eso avivó el calor que ya corría por las venas de Riley.
– Mi control se fue al infierno mucho antes de abrirte la puerta. A pesar de lo estupendamente que suena una seducción lenta, voto que la reservemos para la segunda vuelta. ¿Te parece?
– Dios, sí.
En un abrir y cerrar de ojos, se agarraron como criaturas hambrientas a las que se presenta un festín. Sus bocas se fundieron en una frenética unión de labios y lenguas, mientras las manos buscaban con desesperación eliminar las barreras de la ropa.
– Bonito sujetador -musitó él, observando la escandalosamente cara pieza de encaje que le cubría los pechos mientras se quitaba las zapatillas y los calcetines.
– Gracias -soltó la prenda negra y la dejó caer al suelo, y al instante comprendió que había cometido un error táctico, pues de inmediato él le coronó los senos con las manos e inclinó la cabeza para lamerle los pezones, distrayéndose de quitarse los vaqueros.
Riley apoyó los hombros contra la pared, atravesada por flechas de deseo con cada deliciosa succión de sus pezones, y al mismo tiempo se deshizo de las sandalias y se llevó unos dedos trémulos a los vaqueros. Después de bajar la cremallera, llevó la mano al bolsillo de atrás para sacar el preservativo que había guardado allí.
– Preservativo -jadeó.
Él subió la lengua por su pecho y se dio un festín con su cuello mientras con las manos continuaba atormentándole los senos.
– Tengo algunos. En la mesilla.
– Tengo uno. Aquí mismo.
Con una mano plantó el envoltorio de plástico contra su torso mientras con la otra se quitaba los vaqueros y las braguitas. Un deseo urgente le quemó las venas como lava ardiente, eliminando todo menos, la necesidad febril de estar desnuda y tenerlo dentro de ella ya.
Él se desabrochó los pantalones y los bajó lo suficiente, junto con los calzoncillos, como para liberar su erección, luego se puso con celeridad el preservativo. La sujetó por los glúteos y la alzó. Riley lo agarró por los hombros, le rodeó las caderas con las piernas y soltó un gemido, prolongado cuando la penetró con una sola embestida.
Su respiración entrecortada y áspera se mezcló con la de Riley. El intenso orgasmo le llegó de improviso y le provocó un grito ronco de placer. Le clavó los dedos en los hombros y apretó las piernas en torno a sus caderas a medida que los espasmos de encendido placer la recorrían con convulsiones. Con un gruñido salvaje, él la embistió una última vez y luego apoyó la frente entre el hombro y el cuello de ella mientras gozaba de su propia liberación.
La respiración jadeante de ambos se entremezcló, y pasados unos pocos segundos, ella dejó escapar una risa.
– Sonamos como si acabáramos de correr una maratón.
– ¿Y no lo hemos hecho?
– Es posible. ¿Quién ganó?
– No estoy seguro. ¿Por qué no lo dejamos en tablas?
– Perfecto -logró alzar la cabeza-. Bueno, creo que mi deuda de honor está pagada.
– No puedo rebatirte eso -manteniéndola entre su cuerpo y la pared, se inclinó para besarle el cuello mientras le masajeaba los glúteos-. No era mi intención lanzarme sobre ti nada más entrar, pero surtes un efecto destructivo sobre mi autocontrol.
– ¿Has oído que me quejara? Además, está claro que tú surtes el mismo efecto sobre mí -algo que le resultaba perturbador, pero que pensaba analizar más tarde.
– ¿Era el único preservativo que traías?
– Tengo dos más.
– Bien. Con la docena que compré al volver al hotel, debería servirnos para toda la noche.
Las palabras roncas le provocaron una risa jadeante.
– Son muchos preservativos para una noche.
– Quizá establezcamos un nuevo récord mundial.
– Quizá terminemos en urgencias.
– ¿Hay algún hospital cerca?
– Varios.
– Entonces, estamos cubiertos.
Con suavidad, se separó de ella y las piernas de Riley resbalaron por sus caderas. Jackson se quitó toda la ropa.
– Vuelvo en seguida -murmuró antes de entrar en el cuarto de baño.
Su visión desde atrás era tan espectacular como por delante. Respiró, hondo varias veces.
Al salir del cuarto de bañó, se plantó justo delante de ella, le tomó las manos y lentamente la recorrió con la vista, un favor que Riley le devolvió.
– No cabe duda, hay un estupendo ADN en tu «pool» genético, Jackson.
Él sonrió.
– Es gracioso, pero yo pensaba que tú debías de haber ganado algún premio genético.
– Gracias. Gracias a ti, apenas siento las rodillas.
– Sé qué te hará sentir mejor.
– Apuesto a que sí -rió también, encantada por la deliciosa sensación de libertad que sentía.
– De verdad. Adivina qué tengo.
– ¿Un cuerpo increíble?
– Gracias. Pero no es la respuesta que busco.
– ¿Una sonrisa sexy?
– Gracias otra vez, pero no es la respuesta correcta.
– ¿Manos mágicas? ¿Labios preciosos? ¿Un trasero magnífico?
– Lo mismo digo, pero sigues sin acertar.
– Me rindo. Nunca se me dieron bien las adivinanzas.
– Ya veo. Pero no pasa nada. Créeme, eres muy buena en otras muchas cosas. Tengo, una fabulosa bañera de hidromasaje en el cuarto de baño. Estaba pensando que nos podríamos meter en ella, junto con, lo que sea que hayas traído en esa caja, para recobrarnos antes del Segundo Asalto -le soltó las manos, luego le acarició levemente los pechos, haciendo que los pezones se transformaran en dos guijarros.
Ella ronroneó.
– El contenido de la caja requiere algo para beber.
– ¿Vino?
– No. ¿Tienes leche?
– No. Pero sí servicio de habitaciones.
– Bien. Entonces, pide dos capuchinos. Tengo la impresión de que necesitaremos cafeína antes de que acabe la noche.
– ¿Sabes? Madame Omnividente me dijo que mi dama de rojo quería convertir en realidad todos mis sueños sensuales. Y luego quería que yo le devolviera el favor -despacio, estudió la totalidad de su cuerpo, encendiéndole la piel-. Es hora de que le devuelva ese favor.
Capítulo 5
– Me costaría nombrar algo mejor que esto -suspiró complacida Riley en la bañera de hidromasaje-. Me siento como una diosa mimada.
– Me alegra oírlo -fue la respuesta de la voz profunda de Jackson junto a su oído.
Ella se movió un poco, rozando la espalda contra el muro musculoso del pecho de Jackson, disfrutando dé la maravillosa sensación de estar rodeada por él, con la dura extensión de la erección acunada cómodamente contra sus glúteos con la promesa de que la Segunda Ronda no se hallaba lejana.
– Mmm. Y la compañía tampoco está mal.
– Lo mismo digo. ¿Quieres otro donut?
Él le tendió un bocado especialmente tentador, que situó a unos diez centímetros de su boca, lleno de chocolate y nata.
Le aferró la muñeca y llevó la mano a sus labios para comer el ofrecimiento. Después de tragarlo le pasó la lengua por los dedos, chupando cada uno por separado para capturar hasta la última miga y resto de chocolate. Él gimió y presionó la erección con más firmeza contra su trasero.