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Apoyó la cabeza mejor contra su hombro y cerró los ojos. Él deslizó las manos bajo el agua y las juntó sobre el vientre de Riley, acariciándolo de tal modo que le rozaban la parte inferior de los pechos.

– ¿Cómo es que no sales con nadie? -quiso saber él-. ¿Has roto hace poco con alguien? ¿Te estás recuperando de un corazón roto?

Ella movió la cabeza.

– La separación tuvo lugar hace meses, pero no hubo ningún corazón roto. Simplemente, fue el último de una serie de amores esporádicos, que ilustró una vez más que el atractivo no siempre representa un buen carácter. Resultó que no teníamos nada en común -estiró el cuello y le dio mejor acceso a sus labios-. Pero casi toda la culpa recae en mí. Entre las horas que dedicó a mi trabajo y a mi hermana, no me queda mucha energía ni tiempo para las citas. Por ello, tiendo a ser muy impaciente con los juegos y las tonterías que éstas acarrean. Me gusta ir al grano, y he descubierto que muchos hombres se sienten amenazados por eso. Y tampoco son muy comprensivos con mi situación con Tara.

– ¿Es tu hermana?

– Sí. Y mi compañera de piso durante los últimos cinco años.

– ¿Menor que tú?

– Sí. Acaba de graduarse en la universidad… al fin. Dentro de unas semanas empieza a trabajar y se está preparando para mudarse.

– ¿Qué sientes al respecto?

– ¿Sinceramente? Alivio. La quiero, pero no es una persona con la que resulte fácil vivir. Desde luego, ella diría lo mismo de mí.

– ¿Por qué vivía contigo en vez de en el campus?

– ¿De verdad quieres oír la historia? -giró la cabeza y lo miró con una mueca.

– Sí.

– ¿Por qué?

Los dedos continuaron con su hipnótica caricia.

– Siento curiosidad por ti. Y solidaridad. Mi hermano menor vivió conmigo durante un año y no fueron unos meses fáciles.

Riley asintió.

– Tara es muy inteligente, pero durante su último año en el instituto, perdió por completo el norte. Nuestra madre murió después de una prolongada enfermedad y mi padre… se perdió. No pudo aceptarlo y, básicamente, nos descartó emocionalmente. Yo ya vivía sola y estaba mejor capacitada que Tara para encarar ese distanciamiento emocional, aunque sigue siendo difícil. Tara, que siempre ha sido una chica de fiestas, perdió los estribos. Se marchó a la universidad y fracasó en todas las asignaturas, salvo en yoga. Y se relacionó con un chico que, a falta de un término que lo defina mejor, era una completa basura. Mi padre se había trasladado Florida, no podía soportar la idea de vivir en casa sin mamá.

– De modo que le ofreciste un refugio.

– Resumiendo, sí. Tara afirmó que quería regresar a la universidad, pero mi padre se negó a subvencionarle un estilo de vida de fiesta tras fiesta. Ella prometió que mejoraría, pero él dijo que no le pagaría la estancia en el campus. Así que le ofrecí la posibilidad de quedarse conmigo. El trato era que mientras viviera conmigo y sacara notas aceptables, él pagaría su educación.

– Una oferta generosa la tuya.

Riley se encogió de hombros.

– Es mi hermana. Necesitaba ayuda y aunque cuando le hice la oferta, pensaba más en mi padre. No quería que cargara con cosas. En cuanto a Tara, sabía que ella aún sufría. Igual que yo. Pero ella parecía creer que la muerte de nuestra madre era una excusa válida para no asumir ninguna responsabilidad y librarse de cualquier consecuencia de sus actos. Me disgusté mucho con ella. Sé que todos cometemos estupideces cuando tenemos dieciocho años, pero le hice ver que tenía una oportunidad de oro para recibir una educación universitaria.

Suspiró.

– Tara no es una mala persona, pero sí irresponsable. Descuidada. Con la gente, sus sentimientos, sus posesiones. Mantenerla a raya y tratar de proporcionarle un hogar estable y un buen ejemplo, estar ahí para las crisis casi diarias, me ha requerido un montón de energía, paciencia y tiempo durante los últimos cinco años. Pero ha logrado graduarse. Y el trabajo que ha aceptado está en Carolina del Sur, de modo que sólo se hallará a unas horas de coche de mí en una dirección y de mi padre en la otra.

– ¿Y cómo lo lleva tu padre ahora?

– Está muy bien -sonrió-. Hace poco empezó a salir con alguien… una viuda que vive en su edificio. Lo llamé hace unos días y me pareció realmente feliz -alargó la mano hacia la taza de café y, después de beber un sorbo, añadió-: Y eso es más que lo que querías saber sobre mí. Es tu turno. ¿Qué provocó que tuvieras que vivir con tu hermano?

– Brian pasó sus dos primeros años de estudios superiores en una universidad estatal y vivió en casa. Luego lo aceptaron en la Universidad de Nueva York, pero sólo la matrícula era carísima, por no mencionar el coste de la vida en el campus. Como yo ya vivía en Manhattan, y pensando que mitigaría la carga económica, le dije que podía vivir conmigo mientras estudiara. Pero soy nueve años mayor que Brian, razón por la que hacía tiempo que no convivía con él. Ni imaginaba en qué me estaba metiendo.

Riley echó la mano atrás y le palmeó la mejilla con la palma mojada.

– Sé lo que es eso, así que mi corazón está contigo. ¿Hace cuánto de esto?

– Hace dos años. Durante su último año en NYU, consiguió un trabajo a tiempo parcial y compartió un piso con otros cinco compañeros. Lo visité una vez, y si crees que sabes el caos que pueden provocar seis universitarios, te equivocas.

– ¿Tienes una buena relación con Brian?

– Sí, pero somos como el día y la noche. No digo que él no sea una buena persona… te daría su camisa, aunque quizá quieras mandarla al tinte antes de ponértela. Se graduó él año pasado, consiguió un trabajo y vive en un bonito piso con compañeros que van rotando, pero aún no ha dejado atrás la fase del universitario. Su idea perfecta para un fin de semana es asistir a algún acontecimiento deportivo con los chicos, ligar con una chica tonta de cuerpo espectacular que, después del sexo, le sirva una cerveza helada.

Riley no pudo evitar reír entre dientes.

– Pensaba que ésa era la idea que tenían todos los hombres sobre el fin de semana perfecto.

– No exactamente -bajó el mentón y con gentileza le capturó el lóbulo de la oreja entre los dientes.

– Entonces, ¿cuál es tu idea del fin de semana perfecto?

– Bueno, este fin de semana ha resultado bastante bueno.

– ¿Bastante bueno?

– Estupendamente bueno.

– ¿Y por qué un hombre como tú está libre?

– ¿Un hombre como yo?

– Empleado. Heterosexual. Con piso propio -le pasó los dedos por el muslo musculoso-. Razonablemente atractivo.

Él rió entre dientes antes de contestar.

– Estuve prometido, pero se terminó hace diez meses. He salido con mujeres, pero, como tú, me canso de los juegos y las exigencias.

– Amén.

– Así que supongo que estoy libre porque aún no he conocido a nadie con quien quiera unirme.

– ¿Qué pasó con tu novia… o prefieres no hablar de ello?

– No hay mucho que contar. Llevábamos prometidos dos meses cuando fue a Chicago para asistir a una reunión universitaria en la que se encontró con un antiguo novio. Al parecer, decidió que no quería perderlo una segunda vez.

– Lo siento. Sé lo que duele la traición. ¿Aun la amas?

– No. No puedo negar que en su momento me dolió mucho, pero lo he superado -rió-. Ahora he de protegerme de los esfuerzos de encontrarme pareja de mi madre y mi hermana.

Calló, hasta que sólo se oyó el sonido de los chorros de agua. Las manos de Jackson descendieron y los dedos largos se abrieron paso entre la unión de sus muslos. Un ronroneo vibró en la garganta de ella, que alzó los brazos hacia atrás para juntarlos alrededor del cuello de él.

– ¿Sigues con hambre? -preguntó él con los dientes en el lóbulo de su oreja.