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– Porque alguien me agotó.

– ¿Es una queja? -preguntó con un brillo burlón en los ojos-. Porque podemos pasar por el departamento de reclamaciones. Está en la tercera planta.

Él se acercó.

– Sí, porque odio cuando una mujer hermosa y sexy me hace el amor hasta que me deja sin poder mover un músculo.

Las puertas del ascensor se abrieron y entraron en el habitáculo vacío. En cuanto se cerraron, Jackson cedió al deseo que lo carcomía y la pegó a la pared.

– Buenos días -dijo, luego la besó intensamente, buscando recuperar el delicioso calor que había probado la noche anterior.

Ella gimió y le devolvió el beso, rodeándole la cintura con los brazos y bajando las manos para aferrarle el trasero y pegarlo con fuerza contra ella. El cuerpo de Jackson reaccionó con celeridad y la sangre bajó a su entrepierna; con un gemido, acarició esas curvas femeninas que había explorado la noche anterior.

Un débil «ding» atravesó la bruma de lujuria que lo engullía. Con un jadeó, ella quebró el beso y se apartó de él con celeridad, alisándose la blusa y la falda. Con un mueca, él la imitó lo mejor que pudo, agradecido de llevar un traje cruzado, ya que la chaqueta camuflaba su estado de excitación. Las puertas se abrieron y cruzaron el suelo de mármol de color verde oscuro del vestíbulo.

– No estoy segura, de necesitar todavía el capuchino -comentó ella con un murmullo ronco al tiempo que lo miraba de reojo-. Ese beso ha representado una sacudida potente.

Entraron en la cafetería y después de que él pidiera dos cafés, Riley le sonrió al cajero y dijo:

– Y dos donuts, Michael.

Éste le sonrió.

– Marchando, Riley.

– Compran los donuts en Lo Más Dulce -le explicó ella a Jackson-. Pensé -qué quizá quisieras uno para el camino…

– Jamás diría que no a un donut.

Jackson llevó la bandeja a una mesa en un rincón. Una vez sentados, alzó la taza de plástico.

– Por… -titubeó, dándose cuenta de lo que quería decir… «por más noches increíbles juntos» probablemente no fuera apropiado.

– Por la salud y el éxito -aportó ella, entrechocando la taza de plástico con la de él.

Jackson bebió un sorbo y luego le dio un bocado al donut.

Ella también dio un mordisco, cerró los ojos y masticó con una expresión extasiada que lo paralizó. Comía con la misma pasión que había mostrado la noche anterior, algo que no hizo nada para aliviar la palpitación de su entrepierna.

Después de tragar, ella abrió los párpados y sus miradas se encontraron.

– Me encanta la comida -explicó.

Durante el espacio de varios latidos del corazón, simplemente se miraron, y el espacio entre ambos se llenó con una palpable percepción sexual. Luego ella apartó la vista y continuó comiendo.

– Bueno, no creo que debas preocuparte por las calorías, ya que anoche quemamos bastantes -apoyó los antebrazos en la mesa de fórmica y adelantó el torso-. En especial durante la Tercera Ronda.

Un rubor delicado se extendió por sus mejillas, sorprendiéndolo y encantándolo. Necesitó mucha voluntad para no alargar la mano y acariciarle la mejilla.

– Mmm, la Tercera Ronda -repitió con suavidad-. Fue bastante atlética.

– Eres deliciosamente… flexible.

– Me alegra comprobar que mis clases de yoga dan sus frutos.

– Bueno, ¿qué predice Madame Omnividente para nuestro futuro? -preguntó con tono ligero, aunque por motivos que no le interesaba examinar, todo su ser estaba alerta, esperando la respuesta.

Ella frunció los labios.

– Predice una incomodidad inicial que no tardará en desvanecerse a medida que las cosas regresen a la normalidad.

– ¿Normalidad?

– Exigencias imperiosas de marketing y negativas igual de imperiosas de contabilidad. Correos electrónicos secos. Contrariedades. Informes de gastos mal documentados -sonrió-. Ya sabes, lo normal.

– Quizá la relación que hay ahora entre nuestros departamentos mejore. Después de todo, nosotros nos hemos llevado bastante bien fuera del trabajo.

– Sí, pero, sólo porque acordamos no hablar de trabajo. Ahora estamos de vuelta en la oficina. Y tú regresas a Nueva York, donde vives… a mil quinientos kilómetros de aquí. Sólo tenemos el trabajo.

Ella tenía razón. Por supuesto. Le costaba aceptarlo únicamente porque la tenía muy cerca… tan tentadoramente cerca… En cuanto se largara de allí, su cabeza empezaría a funcionar otra vez con claridad. No obstante, no le costaba imaginar que pasaba otra noche con Riley en la cama.

– ¿Madame Omnividente predice algo más?

– ¿Como qué?

– ¿Como que puedas ir a Nueva York a pasar un fin de semana? -la observó con atención, achacándole a la cafeína la velocidad a la que le palpitaba el corazón.

Finalmente, ella respondió:

– Eso es muy tentador, pero…

– Por experiencia sé que casi nunca sale nada bueno después de la palabra «pero». Escucha, sé que cualquier atracción tan ardiente como ésta se consumirá deprisa. Pero no siento que la nuestra aún esté consumida.

– Puede que no, pero yo sé por experiencia que así como al principio los opuestos se atraen, esa atracción se desvanece con rapidez.

– Estoy de acuerdo. Así que ninguno se engaña pensando en algo a largo plazo.

– Lo que sugieres es que hagamos a un lado todos los motivos por los que esto es una mala idea y nos consumamos en una llamarada de pasión.

– Sí.

– A pesar de lo tentadora que es tu invitación, de lo tentador que eres tú, no es una buena idea.

– ¿Por qué?

– ¿Necesitas preguntarlo? Nuestra situación laboral ya está, bastante complicada sin que debamos añadirle sexo a la combinación.

– Es demasiado tarde. Ya lo hemos hecho.

– Muy bien, entonces digamos que sin añadirle más sexo. Estabas aquí, nos sentimos atraídos, actuamos en consonancia. Fin de la historia. Convertidlo en algo más sería un error.

– Soy perfectamente capaz de mantener mis vidas profesional y personal separadas, Riley.

– Bien por ti. Yo no estoy segura de serlo. Luego está el hecho de que, aparte de cuando estamos en la cama, apenas nos conocemos. Y casi todo de lo poco que sé, al menos lo que atañe al trabajo, me irrita. Y para colmo, tenemos cero en común, y como tú vives en Nueva York, resultas geográficamente indeseable. No le veo sentido a prolongar algo que está destinado al fracaso desde el punto de partida.

– Como «apenas nos conocemos», afirmación con la que no estoy de acuerdo, por cierto, ¿cómo sabes que tenemos cero en común?

– La serie de correos electrónicos menos que amigables que hemos intercambiado me brinda una buena idea. Como somos tan diferentes acerca de nuestra ética de trabajo, es lógico pensar que en lo demás nos pasará igual.

– Pues yo no creo que nuestra ética de trabajo sea tan diferente. Los dos estamos orientados hacia nuestras profesiones y nos tomamos en serio nuestros trabajos. En cuanto a las cosas ajenas al mundo laboral, a los dos nos gustan los donuts.

– A todo el mundo le gustan los donuts, Jackson.

– ¿Qué me dices de que ambos hemos sufrido la convivencia de nuestros hermanos durante su etapa universitaria?

– Ésa es una cosa. Y seguramente, la única.

– No lo sabes.

– ¿No? Te lo demostraré. ¿Cuál es tu comida favorita?

– La tailandesa.

– La italiana. ¿Tu género favorito de cine?

– El thriller.

– La comedia romántica. ¿Color predilecto?

– El azul.

– El amarillo. ¿Deporte favorito?

– El tenis.

– El béisbol. ¿Cómo pasaste tu último día libre?

– En la cama. Contigo.

Ella parpadeó.

– Antes.

Él pensó un segundo.

– Fui a comprar el regalo de cumpleaños de mi hermana, luego asistí a la nueva exposición del Museo de Arte Metropolitano.