– Yo le doy a mi hermana vales de regalo porque odiaría cualquier cosa que eligiera para ella, y no he visitado un museo desde que fui en el instituto -extendió las manos-. ¿Ves lo que digo? Nada en común.
– Si tiene lugar la fusión, entre Prestige y Élite, lo más factible es; que las oficinas se unan, probablemente aquí en Atlanta. Lo que significa que mi trabajo se trasladaría aquí.
– ¿Te vendrías a Atlanta? -enarcó las cejas.
El titubeó, preguntándose qué lo había impulsado a decir eso, cuando el traslado jamás había figurado en sus planes.
– Sinceramente, no lo sé. Mi plan siempre ha sido ascender y dejar huella en Nueva York, pero supongo que tomaría en consideración un traslado si Prestige me hiciera una oferta que no pudiera rechazar.
– Ahí hay muchos condicionales. Y aunque la fusión tuviera lugar, y aunque tú te vinieras aquí, lo único que cambiaría entonces es que ya no serías geográficamente indeseable. Seguiríamos sin nada en común a una distancia más próxima. Y si te quedas en Nueva York, bueno, no tengo el tiempo, la energía ni el deseo de establecer una relación a larga distancia.
– No puedo estar en desacuerdo con ninguno de tus puntos. Pero luego está esto… -le tomó la mano y se la llevó a la boca para darle un beso ardiente en la piel pálida de la parte interior de la muñeca, un punto que la noche anterior había descubierto que era sensible.
Respiró de forma entrecortada al tiempo que retiraba con delicadeza la mano.
– Sí, está eso. Pero ya lo hemos hecho. Así que dejémoslo en… eso.
La estudió durante varios segundos, pero cuando vio que se trataba de una resolución firme, asintió.
– De acuerdo.
Habría disfrutado de otra noche con ella pero estaba en lo cierto… tenían poco en común personalmente y menos profesionalmente. Tarde o temprano, la chispa se habría apagado.
Miró su reloj, confuso por el profundo pesar que experimentaba.
– He de irme, o perderé el vuelo. Gracias por un… placentero fin de semana.
– Lo mismo digo -le guiñó un ojo-. Retoca ese presupuesto y le echaré un vistazo.
Él asintió y se puso de pie.
– Es mi máxima prioridad.
Ella se levantó también.
– Que tengas un buen viaje.
– Gracias -maldición, quería despedirse con un beso, pero como no quería colocarla en una posición incómoda por si alguien los veía, le ofreció la mano. Cuando se la estrechó, sintió el mismo hormigueo que la primera vez que la vio-. Adiós, Riley.
– Adiós, Jackson.
Se obligó a soltarla, cruzó el vestíbulo y giró la esquina en dirección aparcamiento donde había dejado el coche alquilado. En cuanto la tuvo fuera de vista, respiró aliviado. De acuerdo, había tenido un magnífico fin de semana. Un sexo increíble. Y, sí, en ese momento sólo pensaba en ella. Pero en cuanto llegara a casa y volviera al trabajo, Riley y ese fin de semana se transformarían en un recuerdo agradable.
Desde luego.
Capítulo 6
El viernes siguiente por la noche, Riley estaba a su mesa estudiando los números del segundo semestre. Sonó su teléfono, pero dejó que saltara el buzón de voz, ya que hacía horas que la oficina había cerrado.
Después de repasar los extractos de beneficios y pérdidas, desvió la vista hacia la pantalla de su ordenador y gimió. Las ocho y media. Y aún le quedaba un mínimo de una hora de trabajo, por no mencionar el que pensaba llevarse a casa para el fin de semana.
Necesitada de un poco más de descanso de los números que danzaban ante sus ojos, dio un mordisco al sándwich y activó su correo electrónico. Dejó de masticar al ver que Jackson le había enviado tres correos: uno a las tres de la tarde y los otros dos hacía unos diez minutos.
Se había marchado hacía cuatro días, pero aún parecía ocupar cada centímetro de su mente. De hecho, había abierto los correos que Jackson le había enviado esa semana con una ansiedad que la consternaba. Y había quedado más consternada al descubrir que los mensajes sólo contenían informes y recibos de gastos, todos adecuadamente documentados. Su decepción la irritaba y confundía. ¿Qué esperaba? ¿Que le enviara mensajes eróticos por el correo electrónico de la empresa?
Tragó el bocado y abrió el correo de la tarde. Era breve e iba al grano, informándole de que pensaba enviarle el presupuesto revisado de marketing más tarde ese mismo día y le requería que le diera máxima prioridad.
El segundo era una actualización enviada a toda la empresa informando de los cambios producidos en la página web de la página de Prestige. Abrió el tercero, que contenía un archivo adjunto etiquetado Presupuesto de Marketing Revisado. Lo había enviado a las ocho y doce minutos.
He tardado más de lo previsto en acabar esto, pero te lo envío ahora para que lo tengas a primera hora del lunes. Sé que estás agobiada de trabajo y que es pedir mucho, pero cualquier prioridad que le puedas dar será apreciada. Todo está preparado para ponerse en marcha, pero sin los fondos adicionales, mis manos están atadas. También acabo de dejarte un mensaje en el buzón de voz sobre lo mismo, por si se diera el caso de que el ciberespacio se tragara mi correo. A la espera de tus noticias.
Al terminar de leer, alzó el auricular y accedió al buzón de voz. Con el corazón martilleándole de forma absurda, apretó el auricular con fuerza y escuchó. La voz suave y profunda de Jackson se filtró en su oído, diciendo casi palabra por palabra lo que acababa de exponerle en el correo electrónico. Cerró los ojos y se materializó una imagen vivida de él. Alto, atractivo, con una sonrisa burlona en esa boca hermosa, los ojos azules brillando de picardía y deseo. Cuando terminó el mensaje, colgó y se mordió el labio inferior, cuestionando la sabiduría de lo que estaba pensando.
– ¿Qué demonios -musitó, alzando otra vez el auricular. ¿Qué tenía que perder aparte de unas pocas horas más de sueño?
Marcó el número del despacho de la oficina de Jackson antes de que pudiera arrepentirse.
Habían pasado cuatro días desde la última vez que se habían visto, y no había sido capaz de quitársela de la mente. La sensación de tenerla en los brazos, alrededor de él, el sabor de sus besos, la fragancia dulce y a vainilla de su piel, la suavidad de su pelo…
Todo eso penetraba en su cerebro y se negaba a marcharse, con una intensidad que lo llenaba de deseo y añoranza. Y lujuria. No se había sentido tan aturdido y excitado desde… ya ni lo sabía. Pero; de algún modo, no podía quitarse la sospecha de que sentía algo más que lujuria.
Estaba perdiendo la cabeza. Pero sé dijo que en cuanto solucionar el asunto del presupuesto, podría dejar de pensar en ella. Era natural que la tuviera en la mente mientras repasaba el presupuesto, ya que necesitaba enviárselo para obtener su aprobación. Pero nada más conseguirla, el contacto entre ellos se reduciría considerablemente, y podría delegar casi todo lo que requiriera un contacto con el departamento de contabilidad en uno de los directores adjuntos. Sí, en cuanto se cerrara el presupuesto, la desterraría de la memoria.
Sonó el teléfono de su despacho y gimió. Tenía que ser Brian… otra vez. Su hermano estaba decidido a arrastrarlo a un club esa noche, a pesar de las tres negativas que ya le había dado. Alargó la mano y apretó la tecla de manos libres.
– Por última vez, no quiero ir -gritó antes de llevarse una gamba a la boca de la cena china que había pedido.
Un momento de silencio, luego por el altavoz sonó la voz ronca y divertida de Riley.
– De acuerdo. Pero no recuerdo haberte preguntado si querías ir.
El corazón le dio un vuelco y se irguió en la silla. Tragó con precipitación la gamba.
– Jackson… ¿estás ahí?
– Sí, lo siento. Pensé que eras mi hermano. Hola.
– Hola. Mmm, ¿cómo estás?
– Bien, ¿y tú?