– Bien, gracias. Trabajaba hasta tarde y vi tus correos. En cuanto a lo de repasar tu presupuesto… estaré fuera de la oficina el lunes y el martes de la semana próxima, de modo que si esperamos hasta después del fin de semana, no podré ponerme con ello hasta el miércoles.
Eso le retrasaría todo el programa aún más. Pero, ¿qué había dicho ella?
– ¿A qué te refieres con eso de «si esperamos hasta después del fin de semana?
– Si estás dispuesto a quedarte en la oficina un rato más, por si tengo alguna pregunta o problema, lo estudiaré ahora.
Clavó la vista en el teléfono como si fuera un ángel de misericordia.
– ¿Hablas en serio?
– Sí. ¿Es eso un sí?
– Absolutamente -se pasó los dedos por el pelo-. Te agradezco que lo hagas.
– Estoy segura de que no es tu intención sonar tan aturdido.
– Bueno, sí estoy sorprendido. Quiero decir, es viernes por la noche. Seguro que tienes mejores cosas que hacer.
– Me perderé el partido de los Braves por la tele. Y si tuvieras una idea de lo aficionada que soy al béisbol, entenderías el sacrificio que estoy haciendo.
– Sé que no me gusta perderme ningún partido de tenis televisado. Lo entiendo y te debo una. De verdad te lo agradezco.
– De nada. Bueno, me pondré manos a la obra.
– Bien. Estaré aquí si tienes alguna pregunta.
– Estupendo. Te llamaré más tarde.
Cortó y Jackson hizo lo mismo. Luego se reclinó en el sillón, juntó las manos detrás de la cabeza y sonrió.
Lo había llamado. E iba a volver á llamarlo más tarde. No había tenido ningún plan para esa noche… salvo estar ante el televisor, lo que no contaba. Eso respondía una pregunta que lo había hostigado todo el día: si esa noche tendría una cita. Había intentado desterrar la perturbadora imagen de la cabeza, porque no le gustaba lo que le hacía sentir la idea de ella con otro hombre.
Pero había sacrificado ver el partido por él. Y aunque no era lo más sensato, le gustó cómo lo hizo sentir.
Las siguientes horas pasaron volando con los borradores y el papeleo que se había ido acumulando en su mesa. Justo pasada la medianoche, sonó el teléfono. El corazón le dio otro vuelco y se dijo que simplemente se debía al hecho de que el sonido lo había sobresaltado. Después de apretar la tecla del manos libres, dijo:
– Aquí Lange.
– Jackson, soy Riley. Tenemos un problema.
Maldición.
– ¿Qué clase de problema?
– Los números no cuadran. En algún punto has cometido un error… o bien has introducido una cantidad equivocada o bien has transpuesto un número. O quizá se trata de un error de fórmula en la hoja de cálculo. ¿Tienes a mano los documentos originales?
– Aquí mismo -acercó los papeles.
– Bien. Empecemos con los gastos de viajes y partamos desde ahí. Descubriremos dónde está el error.
Estuvo de acuerdo. Al final, cuando comprobaban los gastos generales y administrativos, encontraron la discrepancia.
– Veamos si es ésta -pasó casi un minuto de silencio hasta que ella dijo-: Lo es. Ahora todo cuadra. Introduce la corrección en tu hoja de cálculo y luego vuelve a enviarme el archivo.
– ¿Y el presupuesto? ¿Está aprobado?
– Por mi parte, sí. Desdé luego, Paul tiene que firmarlo, pero no veo ningún motivo para que no lo haga. Me aseguraré de enviarle todos los documentos, con una nota de alta prioridad, antes de irme esta noche, para que pueda ocuparse a ello a primera hora del lunes. Felicidades, Jackson. Ya tienes un nuevo presupuesto.
Lo que lo acercaba un paso más a conseguir aquello para lo que lo habían contratado… unir Prestige y Élite.
– Gracias. ¿Té he dicho lo mucho que aprecio lo que has hecho esta noche?
– Sí… pero unas reverencias adicionales hacen que una chica se sienta bien -rió.
– Estoy de rodillas.
Ella bufó por la línea.
– No es verdad. Estás sentado en tu cómodo sillón diciéndome que estás de rodillas.
– Lo que cuenta es la idea. De verdad, te estoy extremadamente agradecido por quedarte hasta tarde para ayudarme. Si alguna vez hay algo que pueda hacer para devolverte el favor, no dudes en pedirlo.
– De acuerdo. Y no creas que no te lo cobraré. Me gusta mantener el debe y el haber equilibrados. Es la contable que llevo dentro. Y ahora ponte con el archivo para que ambos podamos irnos a casa, ¿de acuerdo?
– Estoy en ello.
– Bien. Que tengas un buen fin de semana.
– Gracias. Tú también -antes de que pudiera pensar en un motivo para no hacerlo, alzó el auricular y se lo pegó al oído-. Riley, espera. ¿Qué te parece si me das tu dirección de correo electrónico?
– La tienes, genio. Has estado enviándome mensajes irritantes desde tu primer día en la empresa.
– Me refiero a tu dirección personal -cuando ella titubeó, añadió con rapidez-: Mi madre me reenvía bromas y ese tipo de cosas que recibe de sus amigas. Ayer me mandó una receta que podría interesarte.
– ¿Tu madre te envía recetas?
– Pensé que no se te daba bien cocinar.
– Y soy malo, pero no pierde las esperanzas y trata de animarme. Ya sabes, para que no me muera de hambre o cene donuts.
– ¿Es que los donuts no son para cenar? -percibió la sonrisa de él ante su tono de incredulidad-. Nunca me lo habían dicho. Bueno, ¿y de qué es la receta?
– De los brownies más increíbles del planeta -el aliento entrecortado de ella le recordó el sonido erótico que emitía justo antes de experimentar el orgasmo.
– Santo cielo.
Él se movió en el asiento.
– Según las señoras del club de canasta de mi madre, no se trata de ninguna exageración. Si me das tu correo electrónico, te la enviaré.
– Hecho.
Mientras la apuntaba, sonreía.
– Y no olvides esto -continuó ella-. Si no me mandas esa receta, considera denegados tus siguientes tres informes de gastos. Y ahora ve a mandarme ese archivo corregido.
– Lo haré. Buenas noches, Brownie.
– Ja, ja. Buenas noches.
Colgó el auricular y no pudo contener la sonrisa al contemplar la nota con su dirección de correo electrónico.
Lo único que le faltaba era conseguir una receta.
Capítulo 7
El miércoles siguiente por la tarde, Riley metía carpetas en su maletín cuando Gloria la saludó desde la puerta.
– Eh, no te veo desde el viernes pasado. ¿Cómo estás?
Alzó la vista de lo que hacía y le sonrió a su amiga.
– Bien. Tuve unas reuniones con los directores de propiedades el lunes y el martes, y hoy ha sido un día de locos. No veo la hora de llegar a casa, sentarme ante la tele y relajarme. Dan un partido de los Braves. ¿Cómo estás tú?
– Bien -adoptó una expresión de inocencia angelical-. Tengo una cita. ¿Recuerdas al profesor de tenis que vive en mi complejo residencial?
– ¿Cómo no voy a acordarme? Si me hablas a todas horas de él. Espero que te lo pases bien. No hagas nada que yo no haría.
– Me parece un consejo estupendo, teniendo en cuenta que tú tuviste sexo salvaje con el último hombre atractivo que conociste. A propósito, ¿cómo está el señor Lange?
Riley se obligó a mantenerse impasible, aunque sospechó que Gloria vería el rubor que sentía que le encendía las mejillas. La puso al día de la sesión sobre el presupuesto mantenida el viernes anterior y concluyó con la siguiente explicación:
– Le di mi correo privado.
– ¿Y se ha mantenido en contacto?
– Sí. Endomingo me envió la receta prometida.
Gloria sonrió.
– Ah, un hombre de palabra. La acompañó, quizá, con un mensaje seductor.
– No. Sólo con «Espero que te gusten». He de confesarte que me decepcionó un poco. Quiero decir, no es que esperara una declaración de amor, pero…
– A una chica, le gusta un poco de adulación -convino Gloria.