Riley bebió un sorbo de café y asintió. El partido de los Braves esa noche. Como gran aficionada al béisbol, tenía ganas de verlo, y también le apetecía ir a la casa del presidente el domingo por la noche. Aparte de que al día siguiente estaba la feria anual que organizaba Prestige para recaudar fondos para los niños necesitados, un acontecimiento importante que ya llevaba veintitrés años celebrándose por iniciativa del fundador de Prestige, Marcus Thornton, y en el que muchos de los empleados de la empresa trabajaban como voluntarios. El del año anterior había recaudado cuatrocientos mil dólares.
– Tengo ganas de que llegue la feria -Riley sonrió-. Hay todo tipo de oportunidades de conocer a hombres solteros, y más este año, que voy a ocupar la tienda de la adivina. Nunca se sabe quién puede presentarse para que le lea el porvenir.
– Eres afortunada. A mí me ha tocado el puesto de algodón de azúcar, así que sólo veré a niños. A la primera oportunidad que me surja, me presentaré en tu tienda. Quiero saber si debo esperar al Príncipe Encantado… o la manzana envenenada.
Riley se llevó los dedos a las sienes y cerró los ojos.
– Sólo veo cosas buenas en tu futuro. Tartas de queso que no forman celulitis. Helados y brownies sin calorías. Zapatos nuevos fabulosos.
– Mmm. Todo bueno. Pero, ¿qué me dices del sexo? -preguntó Gloria sin poder contener un tono de esperanza-. ¿Ves algo de sexo en el horizonte?
Riley abrió los ojos y adoptó una voz seria.
– Madame Que Todo Lo Ve visualiza mucho para usted. Pero para averiguarlo tendrá que esperar y visitar mañana mi tienda -le guiñó un ojo-. Y pagar los cinco pavos como todos los demás.
– Habló la voz de la contable. ¿Y qué predice para sí misma Madame Que Todo Lo Ve?
Riley volvió a llevarse los dedos a las sienes.
– Mmm, veo un… renacimiento. Veo que la cautela y el conservadurismo son desterrados. La llegada del atrevimiento y la audacia. Veo… sexo. Sí, mucho sexo ardiente y sudoroso con un hombre guapo que no empleará las palabras «aburrida y sosa».
– ¡Eh… ésa es la lectura que quería yo! Exijo una devolución del importe pagada.
– Aún no has pagado.
– Oh, bueno, cuando lo haga, quiero una lectura como la tuya. No he tenido una cita en casi un mes.
Riley no señaló su estadística todavía más deprimente… hacía tres meses que no había tenido una cita. Alzó el mentón con aire de determinación.
– He esperado mucho tiempo para recuperar mi vida, y estoy dispuesta a asumir mi espíritu divertido y aventurero. De hecho, me siento como una carga de dinamita a punto de estallar. Lo único que necesito es encontrar al hombre adecuado que encienda la mecha -alzó la taza de café en gesto de saludo-. Por un comienzo nuevo. Por nosotras dos… las solteras. Llenas de aventura, osadía y diversión. Fuera el aburrimiento.
– Y el abatimiento -convino Gloria, alzando su propia taza.
Sintiéndose más libre que en mucho tiempo, Riley sonrió.
Capítulo 1
Jackson atravesó despacio el Piedmont Park de Atlanta, disfrutando de las vistas y los sonidos de la feria Infantil organizaba por Prestige. Globos de colores, los chillidos entusiasmados de los niños que arrastraban a sus padres hacia los puestos de los juegos, el giro del tiovivo, la montaña rusa, la noria, los aromas tentadores que flotaban en el aire procedentes de los puestos de comida… era una operación enorme, y a juzgar por la multitud asistente, de mucho éxito. Experimentó cierto orgullo por trabajar en una empresa tan comprometida con la comunidad y con la idea de ayudar a los niños, y le alegró haber aceptado la invitación de Marcus Thornton de pasar unos días en Atlanta. En cualquier caso, no habría rechazado nunca una invitación del presidente de la compañía… pero ese fin de semana parecía el momento perfecto.
Después de terminarse el último bocado de una deliciosa tarta, se limpió, el azúcar de los dedos y continuó su paseo por el lugar. Había muchas familias con niños. Muchas parejas de la mano, riendo, jugando. Posó la vista en una que le recordó vagamente a Shelley y a Dave. Su hermana y su cuñado llevaban cinco años de matrimonio increíblemente feliz, algo que había podido corroborar la noche anterior en la fiesta de cumpleaños dada por Shelley. Verlos juntos lo había llenado de una extraña y melancólica sensación que no había podido definir. Era feliz por ellos, pero, al mismo tiempo, envidiaba esa felicidad que a él le gustaría experimentar.
Y era obvio que Shelley también quería que experimentara esa felicidad, porque había invitado no una ni a dos, sino a tres compañeras de trabajo solteras, por no mencionar a la hija de su vecina. Las cuatro mujeres eran atractivas y agradables. Pero ninguna le había interesado lo suficiente como para querer volver a verla.
Maldijo para sus adentros. Necesitaba salir de esa situación. Ya había superado la ruptura del año anterior con Kimberly, pero, a pesar de ello, ninguna de las mujeres que había conocido desde entonces, lo había entusiasmado. Con las que se había acostado, sólo lo habían satisfecho físicamente. ¿Y por qué demonios eso no era suficiente? Antes solía serlo… pero ya no. Ninguna de las mujeres había inspirado esa chispa que compartían Shelley y Dave. Que compartían sus padres. Y era eso lo que quería.
Pero estaba harto de ser el tipo al que todos querían arreglarle la vida sentimental. Era un soltero joven y bien situado y ya era hora de empezar a divertirse otra vez. Sí, su profesión recibía la máxima prioridad en su vida, pero no significaba que debiera ser la única prioridad. Desde luego, no iba a encontrara una mujer que provocaba chispas si vivía como un monje.
Después de que Kimberly rompiera su compromiso, por una cuestión de orgullo, se había obligado a volver al mundo de las citas, pero no lo disfrutaba. Demasiados juegos y decepciones. La entrega a su trabajo no le dejaba mucho tiempo para la vida social, pero ya empezaba a hartarse de estar… bueno, solo. Sin embargo, conocer a alguien que despertara su interés, empezaba a resultar un desafío intimidador.
Y como no empezara a salir en serio en breve tiempo, su madre y Shelley cumplirían la amenaza de recurrir a la guía telefónica de Manhattan para conseguirle a alguien.
Desde luego, parte del motivo que había detrás de los esfuerzos de todo el mundo era la boda inminente de su hermano Mark. No sabía por qué una boda siempre tenía que engendrar otra. En cuanto su hermano anunció que iba a casarse, Shelley y su madre habían lanzado las redes sobre él. Brian, su otro hermano de veintitrés años, ya le había ofrecido un mes de sueldo para que permaneciera soltero con el fin de «quitarme a mamá y a Shelley de encima».
Ya se preocuparía de eso al llegar a Nueva York. Había planeado quedarse en Atlanta hasta el lunes con el fin de conocer a parte del personal de Atlanta… entre ellos a Riley Addison.
Contuvo el gruñido que quiso escapar de su garganta. Esa mujer ni siquiera se había molestado en responder al correo que le había mandado acerca del incremento de presupuesto, lo cual lo irritaba, aunque tampoco representaba una sorpresa, Era bien consciente de que los departamentos de marketing y de contabilidad siempre mantenían enfrentamientos en todas las corporaciones… marketing quería gastar y contabilidad ahorrar. Sin embargo, jamás había conocido a una mujer tan tacaña, por no decir irritante, brusca o autoritaria como Riley Addison.
Al ser el «nuevo» ejecutivo contratado de fuera, había esperado enfrentarse con cierto resentimiento y hostilidad, y el primer correo seco de la señorita Addison le había dejado bien claro que su relación no sería un camino de rosas. Perfecto. En su implacable ascensión hasta la cima, estaba acostumbrado a eso. Pero en el primer correo que había recibido de ella, le había pedido una explicación escrita de una cena de 743,82 dólares que había pasado como gastos, sugiriéndole que consultara el manual de la empresa acerca de los gastos «exorbitantes». Desdé luego, no necesitaba una licenciatura en jeroglíficos para leer el código oculto de que evidentemente consideraba que el cargo de la cena resultaba sospechoso y tenía todas las intenciones de llegar hasta el fondo del asunto.