– Me alegra que te guste…
Las palabras, acabaron en un gemido cuando ella se pegó a su espalda. Lo rodeó con brazos y dejó que los dedos trazaran un sendero perezoso a lo largo de los fascinantes contornos de su cuerpo, absorbiendo cada temblor y gemido. Se tomó tiempo, y con los labios le exploró la espalda mientras los dedos bailaban sobre su parte frontal, tocándolo en todas partes… salvo en su pene.
– Haces un gran trabajo de quedarte quieto -le susurró sobre el cuello.
– Me está costando, créeme -afirmó con voz llena de deseo.
– Un control impresionante -cerró una mano en torno a la erección mientras bajaba un poco más la otra para acariciarlo entre las piernas.
Un gemido intenso escapó de él al tiempo que bajaba el mentón. Sabiendo que le miraba las manos, Riley le acarició la extensión dura y sedosa, tentándolo, excitándolo de forma implacable, mientras su propia excitación se incrementaba.
– No voy a durar mucho.
Las palabras concluyeron con un gemido ronco y ella pudo ver y sentir que tensaba los músculos en un esfuerzo por contenerse. Le apretó la erección y con un gemido gutural él embistió su mano.
Lo liberó, luego lo rodeó hasta quedar frente a él. El calor que ardía en: sus ojos la quemó. Sin decir una palabra, lo empujó con gentileza hasta que sus hombros se encontraron con la pared. Luego se puso de rodillas y despacio se llevó su sexo a la boca.
Jackson apoyó la cabeza contra la pared y contuvo el aliento cuando la boca cálida se cerró en torno a él. Expulsó el aire en un siseo prolongado de placer cuando la lengua jugó en torno a su glande, atormentándolo, excitándolo, volviéndolo loco.
Adelantó la cabeza, bajó la vista y la observó introducírselo aún más hondo en el terciopelo caliente de su boca. Sus manos eran implacables, metiéndose entre las piernas para atraparlo y mecerlo y luego aferrarle la base de su sexo.
Apretó los dientes y luchó contra la creciente necesidad que experimentaba de correrse, hasta que supo que iba a perder la batalla. La aferró de los hombros y, la puso de pie. Luego dobló las rodillas y la alzó en vilo.
– La armadura está mellada y rota -anunció con una voz que nunca antes se había oído-. ¿Dónde está el dormitorio?
Ella le rodeó el cuello con los brazos y con la cabeza indicó un pasillo a la derecha.
– La segunda puerta a la izquierda.
Él se dirigió con velocidad a la dirección indicada.
– ¿Tienes preservativos? -logró preguntar rezando para que no tuviera que ir a hurgar en su maleta.
Ella asintió.
– En la mesilla.
Al llegar al dormitorio, la dejó de pie cerca del borde de la cama. Cuando alargó las manos hacia él, la sujetó con suavidad por las muñecas y movió la cabeza.
– Es mi turno. Lo único que tienes que hacer tú es quedarte quieta -la vio tragar saliva-. Las manos sobre la, cabeza -le alzó los brazos. Ella lo imitó y unió las manos sobre su cabeza.
– ¿Es un atraco? -repitió la línea con voz ronca.
– Registro e incautación.
Deslizó las manos debajo del top elástico y pasó las palmas por el estómago cálido y liso, para subirlas por la caja torácica. Los pechos le llenaron las manos y la observó cerrar los ojos mientras los dedos le frotaban los pezones ya excitados. Le quitó la prenda por encima de la cabeza y la tiró sobre la cama. Con delicadeza rodeó la suave plenitud de sus pechos antes de bajar la cabeza e introducirse primero un pezón erecto en la boca y luego el otro.
Sin separar los labios de su piel, subió hasta, el cuello y absorbió el prolongado ronroneo de placer que emanaba de su garganta, mientras con los dedos le desabotonaba los shorts y luego le bajaba la cremallera. Después de introducir la mano, le coronó la curva desnuda de sus glúteos y gimió. ¿O lo hizo ella?
Con la erección tensa, tuvo que apretar los dientes para luchar contra el impulso de devorarla. Se obligó a tomarse su tiempo y, despacio, le bajó los shorts y las braguitas por las piernas. Cuando cayeron a los tobillos, ella se deshizo de ambas prendas.
Jackson dio un único paso atrás y, durante varios segundos, simplemente la miró, desnuda, hermosa, sonrojada y excitada, con los labios entreabiertos, los ojos brumosos y los brazos levantados adelantándole e irguiéndole los senos. La tomó por la cintura, la giró y se acercó mucho a ella. Con la erección acunada entre sus glúteos, se dio un festín con la nuca fresca y aromática. Le coronó los pechos y los masajeó, al tiempo que le frotaba los pezones duros. Ella echó la cabeza atrás y pegó la espalda a él, moviendo lentamente las caderas. La erección se sacudió contra su trasero y de la garganta de Jackson salió un gruñido ronco.
– Eso no es quedarte quieta -soltó sobre su cuello.
– Demándame -las palabras concluyeron con un gemido cuando una de las manos de él bajó por su vientre para cerrarse sobre los rizos en la cumbre de sus muslos.
– Abre las piernas, Riley -le susurró al oído.
Obedeció, y los dedos de él se introdujeron entre sus piernas para acariciarle los pliegues húmedos e inflamados. Jackson respiró hondo, llenándose la cabeza con la deliciosa fragancia a vainilla, mezclada con él erótico aroma a excitación femenina.
– Eso no va a ayudarme a quedarme quieta -pegó la espalda a él-. Ni esto -añadió con un gemido cuando él metió dos dedos dentro de su calor aterciopelado.
Acariciándola lentamente, le susurró sobre el cuello:
– El hecho de que no puedas quedarte quieta… no sé si eso significa que eres buena en este juego o realmente mala.
– Mmmm. No lo sé. No me importa. Estoy… ohhhh, más que dispuesta a concederte la victoria.
Le quitó los dedos y ella emitió un sonido de protesta… que se transformó en un suspiro largo y voluptuoso cuando la alzó, la depositó en la cama y se arrodilló entre sus muslos abiertos.
Riley abrió el cajón de la mesilla y extrajo un paquete de celofán, que lanzó sobre el edredón al alcance de él.
– Lista cuando tú lo estés.
– Es bueno saberlo. Pero todavía no.
Después de subir las manos por las piernas sedosas, con suavidad presionó contra sus muslos, abriéndole aún más las piernas. Ella dobló las rodillas y durante varios segundos palpitantes simplemente la miró, iluminado de forma tenue por la luz procedente del pasillo. Con los brazos levantados por encima de la cabeza, los párpados entornados a medias y los pezones erectos, más las piernas abiertas, revelando su sexo brillante, parecía un pecado viviente.
Se inclinó y le dio un beso en el cuello, luego trazó una línea por el cuerpo con la lengua. Agarrándola por los glúteos, la alzó y le hizo el amor con la boca, probándola, acariciándola, excitándola… hasta que Riley arqueó la espalda y gritó su liberación. Luego rompió el paquete del preservativo, se lo puso y se zambulló en su calor.
Apoyó su peso en los antebrazos y observó su rostro acalorado.
– Mírame -jadeó.
Unos ojos castaño dorados, vidriosos por la excitación, se abrieron. Cuando se centraron en él, ambos simplemente se miraron durante varios segundos. Ella alzó una mano y mesó sus cabellos. Con un sonido parecido a un gruñido, le bajó la cabeza para darle un beso profundo y lujurioso. Él se retiró casi en su totalidad para volver a embestirla, apretando los dientes ante el inmenso placer y tratando de retener el poco control que aún le quedaba ante la necesidad cada vez más desesperada de eyacular. Cuando ella lo rodeó con brazos y piernas, instándolo a ir más deprisa y más hondo, tuvo la batalla perdida. Su liberación atronó por todo su cuerpo. Después, hundió los hombros, apoyó la frente húmeda sobre la de Riley y los alientos entrecortados se mezclaron.
Él aún luchaba por recobrar el aliento cuando ella habló:
– De acuerdo -murmuró-. Este pequeño episodio ha demostrado más allá de cualquier duda que posees un efecto perturbador sobre mi control. Basta un simple contacto y, puuuf, estoy perdida.