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– Yo también te quiero -musitó con un nudo en la garganta.

Tara se subió a la furgoneta, arrancó y, con una sonrisa alegre y un gesto de despedida a través de la ventanilla, fue hacia la salida. Riley continuó con la vista clavada en la esquina después de que el vehículo hubiera girado y desaparecido de vista, hasta que Jackson carraspeó y capturó su atención.

– ¿Estás bien? -le tocó el brazo.

Para consternación de Riley, el labio inferior le tembló y unas lágrimas ardientes se agolparon detrás de sus párpados. Parpadeó con rapidez y asintió… luego negó con la cabeza a medida que una lágrima grande se deslizaba por su mejilla.

– Oh, Riley. Ven aquí, cariño.

Le abrió los brazos y Riley entró en ellos y le rodeó la cintura con sus propios brazos. Enterró la cara en el pecho de Jackson y liberó los sollozos que ya no pudo contener mientras él le palmeaba la espalda, le daba besos suaves en el pelo y le murmuraba palabras de consuelo al oído.

Finalmente, alzó la cara húmeda.

– No sé qué me pasa -movió la cabeza con los ojos anegados-. Pensé que me sentiría feliz de verla irse, pero mírame… estoy hecha una pena.

Él le secó las lágrimas con movimientos delicados de los dedos pulgares.

– En absoluto. Sólo un poco mojada por las lágrimas.

– Hablo aquí -se palmeó el pecho a la altura del corazón-. Una mitad de mí se siente feliz de que se haya ido, otra mitad se siente muy culpable por sentirse así, mientras que la otra mitad ya la echa de menos.

Él esbozó una sonrisa.

– Es evidente que estás alterada, porque eso son tres mitades. Si tus números no cuadran, necesitas ayuda -le plantó un beso en la punta de la nariz-. Entiendo cómo te sientes. Cuando Brian se marchó de mi casa, pensé que me pondría a dar botes de alegría… que una parte de mí hizo, créeme. Pero había otra parte que, de repente, comprendió lo que debieron sentir mis padres cuando abandonamos el nido.

Riley asintió.

– Es eso. Sufro el síndrome del nido abandonado, y ni siquiera soy madre todavía.

– Considéralo una buena práctica para el futuro -su mirada de pronto se tornó pensativa-. Has hecho un buen trabajo con tu hermana, Riley. Eres comprensiva, responsable y paciente. Amable y cariñosa. Algún día, serás una buena madre.

Algo en su voz, en la súbita seriedad que reflejaban sus ojos, le cortó el aliento. Antes incluso de poder pensar en una respuesta, sonó un bip musical. Él se puso tenso de inmediato, luego se llevó la mano al bolsillo de atrás.

– Es mi teléfono.

– ¿Es la llamada que estabas esperando? -le había hablado de su hermana, del embarazo de ésta y de la ecografía a que la someterían ese día.

– Es Shelley -confirmó después de identificar el número en la pantalla.

Riley le indicó que lo esperaría dentro, pero él le tomó la mano y movió la cabeza.

– Quédate conmigo -luego habló al aparato-: Hola, Shell. ¿Cómo estás, pequeña?

Riley vio que fruncía el ceño, percibió la tensión de sus hombros y cómo apretaba el teléfono. Rezó para que las noticias de su hermana fueran buenas. Él cerró los ojos, luego soltó el aliento contenido. Al abrirlos, la amplia sonrisa que exhibía podría haber iluminado un cuarto oscuro.

– Son unas noticias estupendas, Shell. ¿Sabemos ya si es niño o niña? -escuchó varios segundos, luego la sonrisa se amplió. Apartó el teléfono de su boca y le susurró a Riley que iba a ser una niña. Luego volvió a concentrarse en lo que escuchaba y asintió varias veces, después rió y dijo-: Tengo ganas de verte y de darte un gran abrazo. Y prepara la habitación de la niña. Llevaré un montón de cosas rosas desde Atlanta -miró a Riley mientras escuchaba, luego musitó-: Sí, Atlanta está realmente… bien. De acuerdo. Saluda a todos de mi parte. Te llamaré la semana próxima. Yo también te quiero. Adiós.

Cerró el teléfono, se lo metió en el bolsillo, luego alzó a Riley del suelo, y dio varias vueltas con ella, al tiempo que le plantaba un beso entusiasmado en los labios. Volvió a dejarla de pie, pero la mantuvo abrazada y sonrió.

– ¿Qué te parece la noticia?

– Fantástica -Riley le devolvió la sonrisa contagiosa-. Me siento muy feliz por todos vosotros… tío Jackson.

– Voy a tener una sobrina. Eh, ¿cuál es el mejor sitio para hacer compras aquí? Quiero comprar montones de cosas infantiles.

Riley no pudo evitar reír.

– Eres el primer hombre que oigo que pide ir de compras.

Antes de que ella pudiera recobrar el aliento, la alzó en brazos y se dirigió al apartamento.

– Entre el éxito de la mudanza de Tara y la noticia del bebé de Shelley, ha sido un día perfecto.

– Estoy de acuerdo. Celebrémoslo.

– Excelente idea. Y sé exactamente lo que deberíamos hacer.

– ¿Qué?

– Desnudémonos y te lo mostraré.

El calor le llegó a ella hasta los dedos de los pies.

– Ya tengo planeada una sorpresa para esta noche. Será la celebración perfecta.

– ¿Involucra estar desnudos? -preguntó él, mordisqueándole con suavidad la piel y provocándole escalofríos-. Porque de verdad, de verdad, quiero estar desnudo contigo.

Como a ella le sucedía lo mismo, no lo cuestionó.

– ¿Qué te parece si nos desnudamos y nos damos una ducha juntos?

– Una forma imaginativa de ahorrar agua. ¿He mencionado que admiro tu naturaleza ahorrativa?

– En realidad, no -le acarició el cabello de la nuca y se estiró para poder besarle mejor el cuello-. De hecho, y si no recuerdo mal, tiende a irritarte.

– He cambiado de idea. Ahora figura en uno de los puestos más altos de mi lista de Cosas Que Me Gustan de Ti.

Llegaron al apartamento. En vez de depositarla en el suelo, simplemente abrió la puerta y Riley se ocupó de cerrarla con el pie después de entrar en el vestíbulo.

– ¿Tienes una lista?-preguntó sin apartar los brazos de su cuello al tiempo que él se dirigía decidido hacia el cuarto de baño.

– Sí. ¿Sabes qué ocupa el primer lugar ahora?

– ¿El que me vaya a desnudar y a enjabonar contigo?

– Creo que realmente tienes poderes de clarividencia. Podrías ganarte la vida así si no te funcionara la contabilidad.

Le mordió con suavidad el lóbulo de la oreja y, como recompensa, obtuvo un ligero gemido.

– Espera que prediga lo que te espera en los próximos treinta minutos de tu vida.

– Adelante, preciosa.

A las ocho de aquella tarde, Jackson estiró el cuello para echar un buen vistazo a su alrededor, luego movió la cabeza, sin saber muy bien todavía cómo había acontecido todo.

– Cuando dijiste que lo celebraríamos, yo pensaba en champán y sexo. No en él béisbol.

Ella le dedicó una sonrisa seductora y de algún modo, logró que él olvidara el ruido de los miles de aficionados de los Braves que lo rodeaban.

– Además, tuvimos sexo en la ducha, ¿lo recuerdas?

Él hizo una mueca, luego movió la cabeza.

– Tengo una laguna ahí. Mi memoria necesita refrescarse.

Ella le pasó los dedos por el muslo y se acercó para murmurarle:

– Será un placer refrescártela en cuanto volvamos a mi apartamento.

– Mmm. Puede que no esté tan mal del todo haber venido al estadio.

– Y si los Braves ganan el partido, esto es lo que tengo planeado para ti -pegó los labios a su oreja y se puso a susurrar. Cuando terminó, se reclinó en el asiento, enarcó las cejas y sonrió-. ¿Qué me dices a eso, tenista?

No era fácil pensar con toda la sangre que había bajado en picado a su entrepierna, pero Jackson respiró hondo, soltó un leve silbido y alzó el puño.

– ¡Adelante, Braves!

Jackson despertó al calor del sol que se filtraba a través de las persianas, con el alegre trinar de los pájaros fuera de la ventana y el tentador aroma a beicon y a café recién hecho.