Se puso boca arriba, juntó las manos bajo la cabeza y miró el espacio vacío donde, en las últimas once noches, el cuerpo cálido y generoso de Riley había estado a su lado. Debajo. Arriba.
Pero ese día era domingo y su vuelo a Nueva York salía a las ocho de la tarde. Su proyecto en Atlanta se había completado con éxito, se había quedado el fin de semana, pero ya era hora de volver a casa.
Clavó la vista en el techo. Despertar cada mañana con Riley acurrucada contra él. Risas y besos. Sorprenderla en la ducha. Verse sorprendido por ella. Compartir un café mientras se preparaban para ir a trabajar. Soportar días ajetreados, llenos de reuniones y pensamientos de ella. Horas dedicadas a la exploración sensual, que no habían hecho nada por reducir la chispa que ardía entre ellos. En todo caso, la llama ardía más intensa con cada cosa nueva que descubría sobre ella, algo que lo confundía. ¿Por qué aún no se había apagado? ¿Cuánto haría falta para que se extinguiera?
Aunque no habían hablado mucho sobre el futuro de su relación, sabía que era algo que pronto tendrían que discutir. Según las conversaciones que había mantenido durante la semana con el presidente de Élite, daban la impresión de que la fusión con Prestige se iba a producir. Y aunque aún no había tenido noticias de Winthrop Hoteles acerca de la entrevista, que había ido muy bien, las esperaba pronto. ¿Le ofrecerían el puesto?
Aún debatía consigo mismo hablar con Riley acerca de la posibilidad del trabajo con Winthrop, pero cada vez que se lo planteaba, decidía postergarlo. Ya le había comunicado que un traslado a Atlanta no era una certeza para él. Que su profesión había sido y necesitaba seguir siendo su principal prioridad.
Y la verdad descarnada era que temía que, si hablaba con Riley sobre el potencial trabajo en Winthrop, ella pudiera influir en él de un modo que luego lamentara. Era mejor estar en la encrucijada solo… siempre que le llegaran a ofrecer el puesto. Siempre podrían disfrutar de la relación a larga distancia que tenían en ese momento. No había nada de malo en ello. De hecho, haría que cada vez que se vieran fuera como la primera vez.
Un ligero movimiento en la puerta captó su atención y giró la cabeza. Riley estaba apoyada en el marco, con una camiseta negra y una sonrisa perversa en la cara.
– Pareces perdido en tus pensamientos -comentó ella con voz ronca-. ¿Piensas en el desayuno?
– Sí. Y en la mujer que lo prepara -clavó la vista en las piernas desnudas-. Pero, te imaginaba desnuda.
– En una ocasión, oí en un programa de cocina que no era una buena idea freír beicon desnuda. Decidí seguir el consejo del chef. Pero eso tiene fácil remedio -agarró el bajo de la camiseta y con un movimiento fluido, se la quitó por encima de la cabeza y la hizo volar hacia un rincón.
Jackson se movió bajo las sábanas.
– El desayuno está listo -anunció ella-. Pero lo puse en el horno para que se mantuviera templado… por las dudas.
Riley lo miró, tendido en su cama, los ojos oscurecidos por el deseo y el ardor, y en su interior experimentó una reacción similar. Con cada experiencia nueva, con cada día que compartían, cada conversación, cada exploración sensual, se iba acercando más y más al abismo emocional que se abría ante ella. Como era impotente para ponerle fin, sólo podía aguantar y esperar que sucediera lo mejor.
Alzó los brazos y se pasó los dedos por el cabello revuelto, luego bajó lentamente las manos por su cuerpo, coronándose los pechos y excitándose los pezones, encantada por el modo y la intensidad con que la miraba. Se acercó al borde de la cama y con un movimiento de la muñeca apartó la sábana.
Luego se inclinó y pasó un único dedo por la extensión de la erección. Una gota de un líquido claro coronaba la punta, y con la yema de un dedo lo extendió por el glande.
– Vaya, vaya -murmuró-. Parece que algo se ha levantado. Menos mal que fui previsora.
– Menos mal -corroboró él con voz ronca.
Su intención había sido tomarse su tiempo, provocarlo, excitarlo, pero era evidente que ya estaba bien excitado, y que Dios la ayudara, también ella.
Ya podría tomarse su tiempo con él más tarde. Lo quería dentro de ella, y lo quería en ese momento.
Sacó un preservativo de la mesilla y se subió a la cama hasta situarse a horcajadas sobre él. Después de ponérselo con celeridad, guió el pene erecto hasta su abertura húmeda y lentamente se hundió en él. Cerró los ojos y todo su cuerpo pareció suspirar una única palabra: Jackson.
Apoyó las manos sobre sus muslos y meció las caderas, entregada a la oleada de placer que la sacudió. Presionó la erección hasta llevarla más adentro, enviando lanzas de calor hasta su núcleo. Se movió sinuosamente, observándolo con rojos entrecerrados, disfrutando de la absorta atención de él.
Él la embistió profundamente y le provocó un jadeo de placer. Antes de que Riley tuviera la oportunidad de respirar, Jackson se irguió y cerró una mano en su cabello, atrayéndola para una profunda y exuberante unión de las bocas y las lenguas. Se llenó las manos con los senos palpitantes y le frotó implacablemente los pezones excitados. Abandonó sus labios y le besó la línea de la mandíbula, luego abrió un camino de fuego por el cuello hasta llegar a los pechos. Ella experimentó una sacudida honda cuando se introdujo un pezón en la boca y comenzó a lamerlo con movimiento circulares. Riley lerdeó las caderas con las piernas y se dejó ahogar en las sensaciones que la bombardeaban.
Y entonces le dio la impresión de que las manos de Jackson estaban por todas partes. Coronándole los pechos. Acariciándole la espalda. Agarrándole las caderas, explorándole los contornos de los glúteos. Introduciéndose entre sus cuerpos tensos para acariciarle el núcleo sensible e hinchado.
Temblando de necesidad, le apretó las caderas con las piernas y los unió, más.
– Es tan agradable estar dentro de ti -jadeó él sobre sus labios-. Tan caliente. Tan húmeda.
– Tan duro. Tan profundo. Tan… oohhh.
Las palabras se convirtieron en un gemido cuando él se elevó con fuerza. Ella siguió el ritmo cada vez más veloz, hasta que se quebró. Un grito ronco salió de sus labios. Lo aferró por los hombros y arqueó la espalda, sacudida por el orgasmo, reduciendo todo su mundo al lugar exquisito en el que sus cuerpos se unían íntimamente. En algún rincón lejano de su mente, lo oyó gemir, lo sintió agarrarla de las caderas y embestirla con fuerza, notando los temblores que lo sacudían a medida que él experimentaba su propia liberación.
Cuando los temblores de Riley se mitigaron, se derrumbó y apoyó la frente mojada sobre la de Jackson. Cuando pudo volver a respirar de forma pausada, se echó para atrás y lo miró.
Él le apartó un mechón de pelo de la mejilla y luego se la acarició.
– Tu piel es preciosa. Tan suave.
Ella logró esbozar una sonrisa.
– Gracias a toda la leche que bebo con los donuts y los brownies.
– En ese caso, eres un testimonio andante de lo buena que es la leche para el cuerpo. Deberías exigir un porcentaje de la industria láctea -continuó acariciándole la piel hasta bajar y coronarle el trasero. Se lo apretó con suavidad y le guiñó un ojo-. Buenos activos.
– Gracias.
– Creo que deberíamos ir a la cocina a comprobar ese beicon. Gracias a ti, he desarrollado un apetito feroz. Después de haber comido, quizá vuelva a dejar que hagas lo que quieras conmigo.
– ¿Dejarme? -bufó-. ¡Ja! Puedes besar mis activos, tenista.
– Cuando tú quieras, cariño. Cuando tú quieras.
Lo miró a los ojos. El corazón le dio un vuelco y de manera irrevocable, cayó por el precipicio. Qué Dios la ayudara, pero lo amaba. Completamente. Su risa. Su sonrisa. Su sentido del humor. Su amabilidad y generosidad. Su inteligencia y paciencia. Su dedicación a la familia y el trabajo. Cómo la hacía sentir.
Pero, ¿sentía él lo mismo por ella? Era evidente que le gustaba. ¿Sería posible que sus sentimientos fueran igual de fuertes? ¿Qué haría, qué diría, si le comentara allí mismo que lo amaba? El simple pensamiento le atenazó las entrañas.