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De la espera no podía salir nada malo, pero sí podían suceder todo tipo de catástrofes si mostraba sus cartas demasiado, pronto. Era mejor esperar. Se marchaba, esa noche, pero volverían a verse. Pensaba ir a visitarlo a Nueva York el mes próximo, oportunidad perfecta para llegar a conocerlo en su propio terreno, y él regresaría a Atlanta. Con la fusión casi cerrada, el trabajo de Jackson se trasladaría a Atlanta, una perspectiva que la llenaba de esperanza para el futuro. En cuanto lo visitara, en cuanto se cerrara la fusión, le diría lo que sentía.

Era un buen plan. Tan bueno, que se negó a estropearlo pensando que necesitaba un plan B.

Capítulo 11

Cuando Jackson llegó al trabajo el lunes por la mañana, treinta minutos tarde debido a un retraso en el metro, la oficina ya bullía con la noticia oficial que había llegado a través del correo electrónico de la compañía: Prestige se fusionada con Élite Commercial Builders. La empresa resultante retendría el nombre Prestige y tendría sus oficinas en Atlanta. Los departamentos que en ese momento tenían su sede en Nueva York serían trasladados. A todos los empleados se les daría a elegir entre el traslado o una generosa indemnización por despido. Al día siguiente por la tarde se había convocado una reunión para discutir los detalles. Marcus quería que la transición y el traslado físico se llevaran a cabo con la máxima fluidez y rapidez posible, declarando que el objetivo era de tres meses.

Jackson se sirvió un café, escapó del grueso de empleados reunido en la sala de descanso y fue a su despacho para meditar la situación. Desde luego, su decisión dependía de factores que aún eran una incógnita… la oferta que le haría Prestige y si Winthrop entraría en el juego. Si Winthrop le hacía una oferta, cuál sería. Siempre había sabido que se le plantearía una decisión de ese tipo. Con lo que no había contado era con la introducción de otros factores. Como Riley.

Maldijo para sus adentros. Había trabajado mucho y duramente como para tomar una importante decisión profesional basada en una mujer a la que sólo hacía unas semanas que conocía.

En ese momento sonó el teléfono, una interrupción bienvenida para sus pensamientos atribulados.

– Aquí Jackson Lange.

– Acabo de leer la noticia de la fusión -dijo Riley-. Tu duro trabajo ha dado sus frutos. Felicidades.

– Gracias -se reclinó en el sillón de cuero y cerró los ojos, imaginándosela en la oficina. Un anhelo que no fue capaz de definir, el mismo que experimentó la noche anterior solo en su cama y que se repitió al despertar solo esa mañana, le retorció las entrañas-. Es un buen trato.

– Estoy de acuerdo. Desde luego, los próximos meses van a ser una locura mientras se lleve a cabo la transición. Cuando pienso en la pesadilla contable que está a punto de caer sobre mi departamento al tener que integrar sistemas y procedimientos múltiples, me siento tentada a flagelarte el trasero por hacer que esto sucediera.

– ¿Es una promesa?

Ella rió.

– Con todo, el trabajo que va a generar esto, puede que no vuelva a vertía luz del día.

– Te enviaré una caja de bombillas.

– Preferiría de donuts.

– Tomaré nota de ello.

– Como quieren realizar el traslado con celeridad, supongo que no tardarán en plantearte la oferta para que aceptes el cambio. Probablemente, esta semana.

– Probablemente -convino él.

– Me encantará ayudarte a buscar una casa aquí.

– Eso… me gustaría -«si surge la necesidad».

Experimentó, una sensación incómoda en el pecho, y no hacía falta ser un genio pasa averiguar qué era: culpabilidad. Aunque no había mentido, se sentía mal. Pero no quería decírselo hasta que hubiera algo que decir, por miedo a que comentara algo del estilo de «Por favor, no aceptes otro trabajo en Nueva York. Por favor, ven a Atlanta». Y él respondería: «De acuerdo». No podía arriesgarse a tomar la decisión equivocada por los motivos equivocados.

Sonó su otra línea de teléfono y se sintió avergonzado de pensar que lo había salvado la campana.

– Me está entrando otra llamada -indicó-. Te lo haré saber en cuanto sepa algo -debería haber terminado en ese instante, pero antes de poder contener las palabras, añadió-: Te echo de menos.

– Yo también -corroboró ella con voz levemente sensual-. Adiós.

– Adiós -cortó, luego respiró hondo antes de aceptar la otra llamada-: Jackson Lange.

– Jackson, soy Ted Whitman de Winthrop Hoteles. Me preguntaba si hoy está libre para el almuerzo.

Jackson consultó la agenda.

– Sí -después de acordar el lugar y la hora, colgó despacio.

Ted no lo incitaría a comer si no pensaran ofrecerle el puesto en Winthrop. Las cosas se movían deprisa. Aún tenía la mano en el teléfono cuando volvió a sonar, en esa ocasión con el timbre que indicaba una llamada interna.

Al contestar, la secretaria de Paul Stanfield le dijo:

– A Paul le gustaría verlo en su despacho a las tres de esta tarde si su agenda lo permite.

– A las tres está bien.

Una reunión con el director financiero. Sin duda para ofrecerle una oferta de traslado. Lo que significaba que iba a tener que tomar una decisión muy importante… e incluso antes de lo que había pensado.

El martes por la noche, Riley se mantuvo ocupada doblando la ropa limpia, sacando la comida caducada de la nevera, aspirando todas las motas de polvo de debajo de los sofás y sillones… haciendo cualquier cosa que la ayudara a evitar volverse loca mientras esperaba que sonara el teléfono.

Deseó que existiera una Madame Omnividente que pudiera predecir el futuro. Pero aunque no supiera con exactitud qué iba a depararle, en ningún momento dudaba de que su futuro incluía a Jackson. Lo amaba. Quería estar con él. A su lado, se sentía más relajada, atrevida y feliz que nunca en su vida. Estaba dispuesta a dar el siguiente paso.

Sólo rezaba para que él sintiera lo mismo y no le destrozara el corazón.

El teléfono sonó, sacándola de su estado de ensueño. Alzó el auricular y se lo pegó al oído.

– ¿Hola?

– Soy yo -repuso la voz profunda de Jackson-. Lamento que sea tan tarde. Pero estoy seguro de que puedes imaginar que las cosas en la oficina están desbordadas.

– Aquí también lo están -se dejó caer en el sofá-. Suenas muy cansado.

– Lo estoy.

– Me gustaría poder darte un bonito y prolongado masaje de hombros -anhelaba tocarlo.

Él soltó una breve risa.

– Ni la mitad de lo mucho que lo deseo yo.

Varios segundos de silencio se estiraron entre ambos, hasta que, incapaz de soportar por más tiempo el suspense, Riley preguntó:

– Supongo que sabes que me muero por conocer la noticia. ¿Prestige te hizo una oferta para trasladarte a Atlanta?

– Sí.

– ¿Una buena oferta?

– Muy buena.

«Gracias, Dios» Cerró unos momentos los ojos y absorbió la impresión mental de Jackson y ella juntos. De revelarle que lo amaba y él decirle qué era algo recíproco. De pedirle que se fuera a vivir con ella en vez de ponerse a buscar una casa. Del futuro juntos, lleno de infinitas posibilidades.

Abrió los ojos, y sonrió.

– Eso es maravilloso, Jackson. Estoy impaciente…

– Hay más, Riley.

Algo en su tono la llevó a apretar con fuerza el auricular.

– ¿Más?

– También he recibido una oferta de Winthrop Hoteles.

Ella frunció el ceño al oír el nombre de la conocida cadena de hoteles, de lujo.

– ¿Cómo ha sido eso?

– Me entrevisté con ellos el mismo día que viajé a Atlanta.

Tardó unos segundos en digerirlo.

– Nunca mencionaste que buscabas otro trabajo, o que hubieras tenido una entrevista para uno.