Capítulo 12
– ¿Cómo van tus planes de boda? -le preguntó a Gloria por encima del ruido que había en su cantina mexicana favorita. Bajó la vista al magnífico diamante que había adornado la mano izquierda de su amiga durante el último mes. Rob, el tenista profesional, no sólo había resultado ser un tipo estupendo, sino demostrado que también tenía un gusto magnífico en anillos de compromiso. Le dedicó una sonrisa afectuosa a su amiga.
– De maravilla, Miss Dama de Honor, así que no te preocupes -los ojos de Gloria brillaban casi tanto como el anillo-. ¿Puedes creer que en menos de seis meses voy a convertirme en esposa?
Riley no pudo evitar reír ante la expresión atónita de Gloría.
– Dado que te vas a casar, no puede representar una auténtica sorpresa -bromeó.
– Lo sé, lo sé. Es que todo parece tan… irreal. A veces, me siento tremendamente feliz, y otras me domina el pánico absoluto. ¿Y si no soy una buena esposa?
– Serás fabulosa. Rob será un marido estupendo.
– Sí, lo será -la sonrisa de Gloria irradiaba amor-. Lo supe desde el primer momento que lo vi, desde la primera vez que hablé con él. Dentro de mí, supe que era él.
Riley desterró con firmeza el aguijonazo que sintió. Agradeció que las cosas le hubieran salido mejor a Gloria que a ella.
– Estoy impaciente por presentarte a los amigos de Rob -dijo Gloria después de devorar un nacho lleno de salsa-. Ahora que la locura inicial de la fusión se ha tranquilizado un poco, no tienes más excusas para evitar conocer a esos hombres… jóvenes, atractivos, solteros, atléticos.
– Suena estupendo -Riley forzó una sonrisa.
Gloria le apretó la mano.
– No, no es así -manifestó con simpatía-. Y ojalá lo fuera. Pero pasará pronto… tiene que pasar. Han transcurrido dos meses, Riley.
Ni siquiera fingió no entender de qué hablaba.
– Dos meses, ocho días y diecinueve horas -dijo, alzando la copa de margarita-. Y no pienses que no estoy realmente irritada conmigo misma por seguir sufriendo -el carrazón le dolía tanto como la última vez que había hablado con Jackson, algo que la molestaba aún más por el hecho de que él había seguido adelante con su vida.
– El mejor modo de olvidar a un hombre es encontrar a otro -aconsejó Gloria.
– Ése es el plan -convino Riley. Y anhelaba olvidar a Jackson. Por desgracia, hasta el momento había sido -incapaz de hacerlo-. Ahora que el trabajo se encuentra bajo control, estoy ansiosa por volver a la escena de las citas.
No era verdad, pero después de entregarse dos meses a la autocompasión, y de comer demasiados donuts, estaba preparada, o al menos determinada, a empezar a conocer a hombres nuevos.
– Uno de los amigos de Rob va a celebrar una fiesta dentro de una semana. ¿Por qué no vienes con nosotros?
Riley acalló el inmediato «No gracias» que quiso asomar a sus labios y sonrió.
– Suena divertido.
Y necesitaba divertirse un poco. Era hora de que también ella siguiera adelante con su vida.
Tres semanas después de la cena con Gloria, Riley estaba en su despacho repasando los presupuestos para el año siguiente, con el almuerzo junto a su codo a la espera de que le prestara atención. Un golpe leve al marco de la puerta hizo que alzara la cabeza. Marcus se hallaba ante la puerta abierta con una sonrisa en la cara.
– ¿Hoy comes en tu despacho, Riley?
Ella le devolvió la sonrisa.
– Sí, pero no es cualquier almuerzo. Es el sándwich de pavo de The Corner Bread Shop.
– Te doy cincuenta dólares por él -ofreció Marcus con expresión de absoluta seriedad.
– Olvídalo.
Su jefe sonrió.
– Me marcho, pero quería pasar a verte para darte una noticia. Al fin hemos cubierto el puesto de jefe de marketing. Tardamos más de lo previsto, pero queríamos al mejor hombre para el cargo. Era complicado cubrir la baja de Jackson Lange.
Riley soslayó la punzada de dolor que la atravesó.
– ¿Alguien de la empresa? -preguntó.
– No, hemos recurrido al exterior. Empieza hoy. De hecho, lo acabo de dejar en su despacho en la sexta planta. Le dije que te enviaría a verlo para que pudierais charlar. Así los dos departamentos pueden empezar con el pie derecho. Buena suerte -le deseó y se marchó.
Riley le dedicó una mirada de añoranza a su sándwich, luego se puso de pie y se dirigió a los ascensores. Lo mejor era quitarse de encima las presentaciones primero. No quería empezar con otra batalla en los departamentos de contabilidad y marketing como la que había tenido con Jackson.
Jackson, Jackson, Jackson. ¿Cuándo iba a dejar de pensar en él? Irritada Consigo misma, entró en el ascensor y apretó el botón de la sexta planta, luego cerró los ojos. Mala idea, ya que en su mente apareció una imagen de Jackson sonriente, con el pelo caído sobre la frente. Los abrió de inmediato e irguió la espalda.
Las puertas del ascensor se abrieron y siguió la alfombra azul hasta el despacho del departamento de marketing. La puerta se hallaba abierta y se detuvo en el umbral. Había cajas apiladas por todas partes alrededor del escritorio, en cuya superficie había un ordenador nuevo.
– ¿Hola? ¿Hay alguien en casa?
Calló y, desconcertada, miró fijamente la figura dolorosamente familiar que se incorporó de debajo de la mesa.
– Estoy en casa -repuso Jackson. Rodeó despacio la mesa y apoyó las caderas en el borde al tiempo que cruzaba los pies a la altura de los tobillos. Se pasó una mano por el pelo y le ofreció una sonrisa insegura-. Enchufaba el ordenador.
Riley sólo podía mirarlo. Se había quitado la chaqueta del traje gris marengo y aflojado la corbata azul, a la vez que se había subido las mangas de la camisa blanca, lo que revelaba unos antebrazos fuertes. Frunció el ceño y, con esfuerzo, salió de su estupor.
– ¿Qué haces aquí? -preguntó, orgullosa de que la voz le saliera casi normal.
– Intentar organizar mi despacho -agitó la mano, abarcando la docena de cajas-. Como puedes ver, me queda mucho trabajo.
– ¿Tu despacho? Creía que le correspondía al director de marketing.
– Y así es -se presentó-. Jackson Lange, director de marketing, a tu servicio.
Un silencio atronador reinó entre ellos. Un montón de preguntas danzó en la mente de Riley mientras se afanaba por mantener la calma… al menos por fuera. Cuando sus ojos volvieron a encontrarse, el impacto fue como una sacudida del corazón. La estudiaba con una expresión seria e inescrutable que le puso la piel de gallina.
En el momento en que pudo volver a confiar en su voz, logró preguntarle:
– ¿Qué ha sucedido con tu trabajo en Winthrop Hoteles?
– Pasa y te lo cuento.
Titubeó durante un segundo, luego cruzó el umbral y esquivó varias cajas hasta situarse ante la ventana. Él se apartó del escritorio y fue a cerrar la puerta. Riley pareció perder el aliento al oír el suave clic que los envolvía en intimidad.
– Te ofrecería un asiento -dijo con una media sonrisa-, pero aun no tengo ninguno.
– No hay problema. De todos modos, prefiero permanecer de pie -él no se detuvo hasta que sólo los separó medio metro; Riley apenas logró contenerse para no retroceder a sus brazos. Alzó la barbilla y volvió a preguntar-: ¿Cómo se explica todo esto?
– Hace dos semanas llamé a Marcus y a Paul para tratar sobre posibilidades de empleo en Prestige. Cuando me dijeron que aún no habían ocupado mi antiguo puesto, lo volví a solicitar. Aceptaron, dimití de Winthrop y aquí estoy.