Riley frunció el ceño.
– ¿No estabas contento en Winthrop?
– El trabajo era fantástico -la miró a los ojos y añadió despacio-: Pero todo lo demás era terrible.
El corazón le dio un vuelco y tuvo que apretar los labios para no decirle: «Bienvenido a mi mundo».
– ¿Todo lo demás? -repitió-. ¿Eso qué significa?
– Que no me he sentido tan bien en los últimos tres meses como en los últimos tres minutos, desde que tú entraste. Que desde el día que me dijiste que no querías volver a verme, me he sentido desdichado -le tomó las manos-. Cuando finalmente tomé la decisión profesional que siempre había querido -continuó, acariciándole el dorso de las manos-, descubrí que en realidad no era lo que quería.
La seriedad con que la miraba, las sensaciones de su contacto, sus palabras… y ni una silla a la vista. Después de humedecerse los labios secos, preguntó:
– ¿Qué quieres?
– A ti.
Esas dos palabras parecieron reverberar en la habitación.
Él alzó una de sus manos y le dio un beso cálido.
– Nada estaba bien sin ti, Riley. Nada. Me esforcé en tratar de convencerme de que podría ser, pero al final me di cuenta de que no había salida. Pensé que lo que habíamos compartido se apagaría, pero continuó ardiendo con igual intensidad. Te amo. Quiero que estemos juntos. Más que mi trabajo, más que cualquier posición que pueda alcanzar. Más que cualquier otra cosa.
Posiblemente, Riley podría contar con los dedos de una mano las veces que se había quedado sin habla, pero era como si su corazón le flotara en el pecho, y tuvo que preguntarse si de verdad había oído lo que creía haber oído. Para estar segura, preguntó despacio:
– ¿Te has trasladado a Atlanta?
– Sí.
– ¿Qué te hace pensar que esta decisión me hará feliz…? Otra, he de apuntar, que no me consultaste.
– No sé si te hará feliz. Sólo sé que me dijiste que te estabas enamorando de mí y que espero que no hayas, cambiado de parecer. Sólo sé que estoy profunda, dolorosamente enamorado de ti, y que si tus sentimientos han cambiado, voy a hacer todo lo que esté a mi alcance para recuperarlos.
– Has corrido un gran riesgo.
– Lo sé. Pero creo que la retribución merece la pena -sus ojos azules la estudiaron. ¿Han cambiado tus sentimientos, Riley? -preguntó en voz baja.
Ella reflexionó en la pregunta varios segundos, luengo contestó con expresión seria.
– Me temo que sí, Jackson.
Fue evidente el dolor que reflejaron sus facciones. Un músculo se le contrajo en la mandíbula y bajó la vista a la alfombra.
– Com… comprendo.
– Me temo que se han hecho más fuertes.
Alzó rápidamente la vista y sus miradas se encontraron.
– ¿Más fuertes?
– Más fuertes -repitió-. Y no por no haber intentado que mis sentimientos desaparecieran, créeme -dio un paso hacia él, y se detuvo casi cuando se tocaban-. Algo me sucedió la primera vez que te vi, Jackson.
– Probablemente, la lluvia radiactiva de la descarga que me abatió la primera vez que yo te vi a ti.
– Pensé que estos sentimientos no durarían, pero sólo se han vuelto más poderosos. Te amo -susurró.
Con un gemido, la pegó a él y bajó la boca. Las entrañas de Riley se derritieron y se aferró a él con una profunda sensación de alivio y amor. Cuando al final Jackson alzó la cabeza, se miraron durante varios segundos. Luego sonrieron.
Envuelta en sus brazos, ella preguntó:
– Entonces, ¿qué te hizo comprender que no podías vivir sin mi?
– Lo creas o no, una charla con mi hermano Brian fue lo que al final me hizo abrir los ojos.
– ¿Da buenos consejos?
– Dios, no. Por lo general, son horribles. Pero esta vez dio en el blanco. Lo resumió en que para volver a ser feliz no me quedaba más opción que volver a reunirme contigo.
Riley sonrió.
– Parece calcada a la conversación que tuve con Tara el día que se marchó. Nuestros hermanitos están creciendo.
– Sí. Tal vez deberíamos presentarlos.
– No sé si es una buena idea. Podría ser como el choque de dos fuerzas de la naturaleza.
– Se conocerán el día de la boda.
– ¿Boda? ¿Qué boda?
– La nuestra.
Riley se quedó absolutamente quieta. Tuvo que tragar saliva dos veces para encontrar la voz.
– ¿Nuestra boda? -logró preguntar-. Mmmm, ¿qué te hace pensar que estaré allí?
– ¿Y por qué no ibas a estar?
Enarcó una ceja.
– Quizá el hecho de que nadie me lo ha pedido.
Jackson cerró los ojos y movió la cabeza.
– Maldición. ¿Ves lo que pasa? Con sólo mirarte una vez, olvido lo que hago -para sorpresa de Riley, se apoyó sobre una rodilla, le tomó ambas manos y la miró con ojos llenos de amor-. Riley, no estoy seguro de la cantidad de personas que pueden decir que entraron en la tienda de una vidente y su vida sufrió un vuelco, pero yo soy una de ellas. Te amo. Me haces reír. Estar contigo hace que me sienta bien. He pasado los últimos tres meses descubriendo que estar sin ti me hace sentir muy mal. Me encanta que nos gusten cosas diferentes. Quiero pasar los próximos cincuenta años descubriendo todas las demás cosas que te gustan.
A Riley le temblaron los labios y las lágrimas amenazaron con anegar sus ojos. Santo cielo, ese hombre maravilloso y romántico la estaba matando. Con sonrisa trémula, preguntó:
– ¿Qué sucede pasados los cincuenta años? ¿Planeas cambiarme por dos de veinticinco?
Él le sonrió.
– Tú y las matemáticas. Tendrán que ser tres de veinticinco, ya que ambos rondaremos los ochenta por entonces. ¿Crees que me querrás a tu lado o me dejarás por un boy?
– Mmmm. Depende de si el boy sabe cocinar.
– Creo que tendré que recordarte constantemente que no té vas a casar conmigo por mis habilidades culinarias.
Ella rió.
– Eso es cierto. Bueno, si no funciona pasados los primeros cincuenta años, creo que podremos llevar a cabo una auditoría, reevaluar la situación y recomendar un curso de acción alternativo.
– Bueno, ¿qué me dices?
– Que eres el hombre más increíble que jamás he conocido y que estoy impaciente por ser tu esposa.
Se incorporó y la abrazó.
– Gracias a Dios -murmuró sobre sus labios-. La rodilla empezaba a dolerme -entonces le reclamó la boca en un beso profundo, lleno de amor y pasión. Cuando levantó la cabeza, preguntó-: ¿Qué predice para nosotros Madame Omnividente?
Riley se acomodó e el círculo de sus brazos y sonrió.
– Amor. Risas. Júbilo. Hijos. Béisbol. Tenis. Y un montón de donuts.
Él rió y la abrazó.
Jacquie D’Alesandro
Jacquie se crió en Long Island (Estados Unidos). Se educó en un ambiente familiar, en el que sus padres alimentaron en ella su pasión por la lectura. Su hermana también le prestaba sus libros de Nancy Drew. Más tarde, adquirió cierta predilección por las novelas de corte sentimental y aventuras.
Tras graduarse se casó con Joe, y el matrimonio que ha tenido un hijo, Christopher, alias "Júnior", con quien residen junto a su gato en Atlanta, estado de Georgia.
A principios de los 90, el matrimonio adquirió un ordenador, por lo que se animó a escribir todas las historias que pasaban por su mente, y lógicamente se decantó por el género romántico.
Logró publicar su primer libro en 1999. Escribe tanto novelas situadas en la Regencia como cuentos actuales para Harlequin. Dueña de un estilo elegante no exento de cierto toque humorístico, y con un hábil dominio de la técnica narrativa, Jacquie es una de las autoras más sobresalientes del género. También puede destacarse que en sus novelas ha abordado temas como los malos tratos a las mujeres.