Él imitó el gesto y también adelantó el torso.
– Simplemente, dobla el presupuesto. Devolveré cualquier excedente.
Riley lo estudió, luego movió la cabeza.
– Lo qué de verdad asusta es que puedo ver que vas en serio.
– Sí. Eso no habría planteado ningún problema en mi antigua empresa.
– Entonces es una pena para todos que no te quedaras allí. Mi departamento no trabaja de esa manera.
– ¿No podemos alcanzar un compromiso respecto al presupuesto que ya te envié? No tengo tiempo para ahondar en las nimiedades de cada gasto proyectado hasta el último céntimo.
– Es una pena… para ti. No puedo establecer un compromiso con números nebulosos que te has sacado del sombrero. No estamos en un mercadillo en el que regateamos y nos ponemos de acuerdo en algún punto intermedio. Necesito cantidades exactas y justificadas.
– Y yo necesito un aumento de presupuesto. Hace cinco minutos.
– Hablando de cinco minutos atrás; es cuando debería haberme ido.
Se deslizó hacia el extremo del asiento curvo, pero se detuvo cuando él posó la mano en su antebrazo.
– Riley, espera.
Apretó los dientes con irritación al sentir que la recorría un hormigueo cálido. Ese hombre era Jackson Lange, y eso cancelaba cualquier cosa positiva que pudiera tener. Por desgracia, sus hormonas no habían recibido el mensaje.
– ¿Esperar qué? -inquirió-. Ya tienes mi respuesta. Además, oficialmente estoy fuera de servicio. Las horas de oficina empiezan a las nueve de la mañana del lunes. No quiero hablar de trabajo hasta entonces.
– Pues no lo hagamos.
Algo en su voz la inmovilizó y lo miró con cautela. Él la observaba con una expresión que no podía descifrar.
– ¿De qué otra cosa podemos hablar? -preguntó despacio, sintiendo como si se moviera por un, campo de minas.
– De cualquier cosa. No nos faltaban temas de conversación antes de presentarnos.
– Es cierto. Y eso fue porque no nos habíamos presentado. Si hubiera sabido que eras Jackson Lange, créeme, tu lectura de la palma de la mano habría sido bien distinta.
Algo parecido a una chispa de diversión se encendió en los ojos de él.
– Sí, puedo imaginar qué clase de futuro espantoso me habrías predicho. No obstante, no puedes negar que hasta hace unos momentos, realmente nos llevábamos bien.
– Físicamente, supongo que sí -la obligó a reconocer su conciencia.
– ¿Lo supones? No hay nada de suposiciones al respecto. Tú sentiste la misma chispa que yo.
– Bien. La sentí. En pasado.
– No estoy de acuerdo.
– No me sorprende, ya que hemos estado en desacuerdo desde el primer día.
– Esto no tiene nada que ver con el trabajo -la miró-. Bueno, ¿qué hacemos ahora?
Ella enarcó las cejas.
– ¿Ahora? ¿Bromeas? Yo me largo de aquí.
– ¿De modo que no quieres comprobar adonde conduciría ese beso?
Eso la frenó en seco y le hizo maldecir la suerte que había hecho que ese hombre resultara ser Jackson Lange. Claro que quería saber adonde habría conducidos el beso… pero no con él.
No obstante, preguntó:
– ¿Doy por hecho que tú lo quieres saber?
Él clavó la vista en sus labios y Riley sintió como si fuera una caricia encendida.
– Sí, quiero. Me siento confuso, pero no puedo negar que me gustaría saber adonde conduciría -pudo ver por su expresión que ella pensaba que no estaba siendo sincero, y añadió-: Sin importar todo lo demás que puedas pensar de mí, no soy un mentiroso. Me sentí atraído por ti en cuanto te vi. Aunque deseara lo contrario, me sigues gustando. Mi mente sabe que eres Riley Addison. Enemiga Pública Número Uno, pero me temo que mi cuerpo aún no lo ha asimilado.
Ella parpadeó. Las palabras eran casi un reflejo exacto de lo que ella pensaba. Supuso que también debía aportar su grado de sinceridad. Respiró hondo.
– Escucha. Sé exactamente adonde nos llevaría ese beso. Al desastre.
– ¿Por qué?
– ¿Necesitas preguntarlo? Somos como aceite y agua. Trabajamos para la misma empresa. En departamentos antagónicos. No nos gustamos. Como sé muy bien que lo sabes, tienes fama de ser un tiburón y, con franqueza, es un rasgo que no admiro. Una mayor intimidad haría que una relación laboral ya difícil se convirtiera en algo imposible.
Algo titiló en los ojos de él.
– No sé cómo es aquí en Atlanta, pero en Nueva York, ser considerado un «tiburón» es algo necesario para sobrevivir en el despiadado mercado laboral. Y para tu información, también tengo fama de ser un trabajador incansable y un tipo recto. No hay nada malo en ser ambicioso y querer llegar a la cima.
– Lo hay si para ello pisas cabezas.
– ¿De qué estás hablando? No juego sucio y no he aplastado a nadie. Jamás.
– Había unos cuantos empleados cualificados de Prestige que podrían, que deberían, haber sido ascendidos al puesto sobre el que te lanzaste tú.
– He tenido suerte de que ésa decisión no dependiera de ti -espetó-. Que me hayan contratado a pesar de no ser empleado no significa que haya pisado a alguien.
Aunque a regañadientes, Riley tuvo que reconocer que era cierto. Y eso la irritó aún más.
Antes de que ella pudiera decir algo, él añadió:
– ¿Te das cuenta de que ahora mismo podríamos estar compartiendo todo tipo de «mayores intimidades» si me hubiera llamado John Smith?
A pesar de lo mucho que quería negarlo, su fastidiosa conciencia no se lo permitió.
– Pero no te llamas John Smith.
– Estoy, dispuesto a olvidar tu nombre si tú haces lo mismo con el mío -musitó, rozándole suavemente los dedos.
Ella movió la cabeza.
– El fuego se extinguió en cuanto mencionaste el nombre de Jackson Lange -afirmó, deseando que fuera verdad.
– Tu pulso desbocado y el deseo que hay en tus ojos indican lo contrario.
Ella apartó la mano.
– Si tengo el pulso veloz, se debe a mi enfado.
– Yo tampoco estoy encantado. Pero no nos encontramos en la oficina ni trabajando. Ahora mismo, lo único que veo es a una mujer hermosa con un sexy vestido rojo a quien me gustaría conocer mejor. Y en lo único en lo que puedo pensar es que tu presencia aquí indica que tú también quieres conocerme mejor.
– Y lo he hecho. He averiguado que estoy convencida de que esto jamás llegaría a funcionar. Nunca -se puso de pie. El fue a imitarla, pero lo contuvo con un gesto de la mano-. Por favor, no te levantes. Me voy a casa. Voy a olvidar que esto tuvo lugar alguna vez. Te sugiero que hagas lo mismo.
Sin darle la oportunidad de responder, se marchó con celeridad del bar. No respiró tranquila hasta no abrocharse el cinturón de seguridad y abandonar el aparcamiento del hotel.
De pronto, ese iba a convertirse en un largo fin de semana.
A la tarde siguiente, Riley estaba apoyada en la barandilla de la amplia terraza de Marcus Thornton y admiraba la vista espectacular de Lake Lanier. Construida en un extremo de una cala abrigada, la casa ofrecía vistas de las centelleantes aguas azul verdosas del extenso lago. El horizonte estaba moteado de velas coloridas, junto con casas flotantes, cruceros, fuerabordas y motos acuáticas.
Con los ojos protegidos por sus oscuras gafas de sol, comprobó con disimulo el grupo de pie en el muelle, conversando y disfrutando del sol; Marcus, que sostenía una jarra helada de cerveza, con el distinguido pelo plateado cubierto por una gorra de béisbol con el logo de Prestige, mientras el director financiero, Paul Stanfield, se daba el gusto de fumarse un puro y asentía a lo que fuera que le dijera Marcus.
Y Jackson Lange.
Vestido con un polo amarillo y unos pantalones de color caqui, el pelo oscuro brillando al sol, tenía un aspecto muy masculino. Apartó la vista del trío y fue hasta la nevera que había en un rincón en sombra, de la terraza para sacar un refresco.
Nada más quitarle la tapa, Gloria apareció en la terraza. Al verla, fue directamente hacia ella.