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– El béisbol -movió la cabeza-. De nuevo no me sorprende que tu deporte favorito sea uno que requiera una organización excesiva, hasta el punto de que la excitación resulta inexistente.

– ¿Es un modo poco sutil de dar a entender que soy aburrida? -espetó.

– No soy yo quien teme montar en una moto acuática. En cuanto a mí, me gusta el tenis… un juego veloz en el que te mueves de acuerdo con los golpes -la mirada de ella se trasladó hacia el muelle, donde la moto oscilaba al ritmo del agua. Jackson se sintió un poco culpable por provocarla-. Escucha, como es evidente que te pone nerviosa…

– No estoy nerviosa. Exactamente -se mordió el labio inferior-. No pienso que las motos acuáticas sean inseguras. Es que si les añadimos mi suerte multiplicada por mi falta de coordinación, es una ecuación que no me atrae.

– Comprendo. Bueno, en ese caso, iré tan despacio como tú quieras -se acercó un paso a ella y notó con satisfacción que contenía el aliento. Decididamente, no estaba tan serena como quería que creyera. Excelente-. Tú dime lo rápido, o despacio que quieres que vaya, Riley -musitó-, y me encantará satisfacerte.

Ella se ruborizó y tragó saliva. Entreabrió un poco los labios y el recuerdo intenso del beso compartido lo golpeó en el pecho.

– ¿Seguimos hablando de la moto de agua? -preguntó Riley con voz trémula.

«No».

– Por supuesto.

– ¿Sabes?, siendo economista, tiendo a los números, y desde que me rompí el brazo haciendo esquí acuático, los números de los deportes acuáticos no me cuadran.

– ¿Qué números?

– Un minuto en la moto de agua, dos segundos de descoordinación, tres docenas de lesiones, diez años de pesadillas traumáticas… -movió la cabeza-. Los débitos no se equiparan al haber.

– Pero no has incorporado todo a la ecuación. ¿Qué me dices de la satisfacción de demostrarle a Marcus que no eres cobarde?

– Mmm. Eso es tentador.

– Y, por supuesto, de la satisfacción de decirme lo mismo a mí.

– Extremadamente tentador -suspiró-. ¿No buscarás romper las olas?

– No a menos que tú quieras que lo haga -alzó la mano derecha-. Palabra de boy scout.

– Ja. No eres de ese tipo.

– Te equivocarías. Estuve siete años en los Exploradores.

– Eso fue hace muuuuuuuucho tiempo.

– Puede, pero hasta los antiguos Exploradores respetan la promesa dada. Bueno, ¿qué va a ser? ¿Aceptas el desafío? ¿O vas a rajarte, permitiendo que me burle de ti durante los próximos cincuenta años?

– Lo harías, ¿verdad?

Él sonrió.

Ella apretó los labios y Jackson tuvo que contenerse para no volver a sonreír. Era evidente que no quería ir, pero tampoco deseaba arrojar la toalla. Al final dijo:

– Bien. Iré. Pero como vayas deprisa, te voy a agarrar de las orejas y tiraré de ellas hasta que pueda anudarlas juntas. Supongo que cuanto antes salgamos, antes terminará la tortura.

Él rió ante el tono descontento de ella.

– Ése es el espíritu.

– Iré a cambiarme.

– Yo también. Nos vemos en el muelle en diez minutos.

Ella musitó algo ininteligible y entró en la casa con aspecto disgustado. Jackson rió entre dientes. Probablemente, debería sentirse avergonzado de sí mismo, pero no lo estaba. La tarde estaba resultando mucho más divertida de lo que había esperado. Y no podía negar la expectación que le causaba saber que iba a tenerla rodeándolo con sus brazos.

Diez minutos más tarde, se hallaba en el embarcadero con el grupo de esquiadores. Todos subieron a la lancha entre risas y Jackson aceptó las llaves de la moto acuática y dos chalecos salvavidas anaranjados que le entregó Marcus. Acababa de ponerse uno cuando vio acercarse a Riley. Los dedos se le paralizaron en la cremallera del chaleco mientras trataba, sin éxito, de no mirarla fijamente.

Llevaba puesto un biquini sencillo de color amarillo brillante. El traje revelaba unos centímetros de abdomen firme… una visión tentadora y mucho más sexy que lo que podría mostrar cualquier otro traje más escueto.

Bajó aún más la vista al pareo a juego que con cada paso que daba resaltaba unas piernas largas y bien torneadas. Los pies estaban adornados con unas chanclas de color verde y amarillo neón.

Siguió avanzando hacia él y Jackson tuvo que cerrar con firmeza los labios para no quedarse boquiabierto. Maldición. El modo en que caminaba lo excitaba. Y no era capaz de explicar por qué. El biquini o su andar no tenían nada abiertamente sexy. Sin embargo, no podía negar el calor que le inspiraban.

Se obligó a terminar de subirse la cremallera del chaleco. Cuando ella llegó al embarcadero, le entregó el otro.

– ¿Preparada?

– Como nunca lo estaré.

El modo en que miraba la moto de agua, le indicó que realmente se sentía nerviosa.

Dio un pasó atrás y extendió una mano hacia la moto.

– Las damas primero.

Le dedicó una sonrisa y caminó hacia el extremo del embarcadero al tiempo que se ponía el chaleco salvavidas. Jackson la siguió, y aunque trató de no hacerlo, no pudo dejar de apreciar el paisaje trasero. Le pareció magnífico.

– Subiré primero -dijo él-, así podré ayudarte a bordo -después de acomodarse en el asiento, alargó la mano hacia Riley.

Ella respiró hondo y luego la aceptó. Sus palmas se encontraron y los dedos de Jackson la sujetaron con un apretón firme. Con cuidado, ella subió a la moto y se sentó a horcajadas detrás de él.

Jackson se quedó completamente quieto ante la sensación de las caras interiores de los muslos de ella acunándole las piernas. La sangre le corrió hacia la entrepierna ¿y se movió un poco, aliviado de que la apostura le camuflara la creciente erección. Luego ella, se acomodó, acercándose aún más, y él hizo una mueca por la veloz reacción de su cuerpo.

Riley lo rodeó con los brazos y bajó la vista; vio que los nudillos de las manos de ella estaban blancos cerrados sobre su chaleco salvavidas.

– No me importa que te sujetes a mí, pero me estás cortando el suministró de aire -comentó por encima del hombro.

– Sólo quiero estar preparada ante un posible bote en el agua. No quiero caerme de esta cosa.

– Hay pocas probabilidades con el modo en que te sujetas a mí.

– Eh, si yo me caigo, tú me acompañarás.

– Lo creo. Y eso no me consuela mucho. Intenta no romperme una costilla, ¿de acuerdo?

– No vayas deprisa y no tendré motivo para hacerlo.

Justo en ese momento, Marcus y los otros soltaron amarras.

– Qué os divirtáis -dijo mientras los de-, más saludaban con las manos.

Jackson les devolvió el gesto, luego gruñó cuando los brazos de Riley se tensaron con más fuerza.

– Mantén las manos en el manillar en todo momento, capitán.

Si hubiera podido respirar, habría soltado una carcajada.

– Riley, ni siquiera he encendido el motor.

Ella se relajó un poco.

– Oh. Bueno, manos a la obra para que podamos acabar de una vez. Aún no hemos salido del embarcadero y ya siento que llevo sentada en este aparato tres días.

Él insertó la llave y arrancó el motor. Luego soltó las amarras y en vez de poner rumbo al lago abierto, se dirigió hacia la cala.

– Vaya, diablo de la velocidad… ¿a cuántos kilómetros por hora vamos? -le gritó ella directamente en el oído por encima del zumbido del motor.

– A unos cinco por hora. Podríamos nadar más deprisa. Si aminoro más, él motor se calará. Y, Riley… cuidado con mis tímpanos, ¿de acuerdo?

Ella suspiró y el aliento cálido que Jackson sintió en la mejilla supuso otra descarga de calor por su cuerpo.

– Lo siento. No era mi intención estrujarte ni desahogarme con tu tímpano. Sólo estoy un poco nerviosa.

– ¿De verdad? No lo había notado -bromeó.

– Ja, ja.

– No hay nada por lo que estar nerviosa. No es tan terrible, ¿verdad?