– ¿Sin recibo? -preguntó Brunetti.
Canale se rió de buena gana.
– Por supuesto. Es dinero contante y sonante.
Y, por consiguiente, eso lo sabían los dos, no constaba como ingresos. Y no pagaba impuestos. Era un fraude bastante corriente: probablemente, muchos arrendatarios hacían algo similar.
– Pero, además, pago otro alquiler -dijo Canale.
– ¿Sí?
– Ciento diez mil liras.
– ¿A quién?
– Lo deposito en una cuenta bancaria, y el recibo que me dan no lleva nombre, de modo que no sé de quién es la cuenta.
– ¿Qué banco? -preguntó Brunetti, aunque creía saberlo.
– Banca di Verona. Está en…
– Ya sé dónde está -cortó Brunetti-. ¿Es grande el apartamento?
– Cuatro habitaciones.
– Un millón y medio parece un alquiler muy alto.
– Sí; pero incluye ciertas cosas -dijo Canale, y se revolvió en la silla.
– ¿Por ejemplo?
– Pues que no se me molestará.
– ¿No se le molestará en sus actividades? -preguntó Brunetti.
– Sí. A nosotros nos es difícil encontrar vivienda. En cuanto la gente se entera de lo que somos y lo que hacemos, quieren que nos marchemos de la casa. Me aseguraron que allí no me ocurriría esto. Y no me ha ocurrido. Los vecinos están convencidos de que estoy en el ferrocarril y por eso trabajo de noche.
– ¿Por qué lo creen así?
– No lo sé. Ya parecían tener esa idea cuando fui a vivir allí.
– ¿Cuánto hace de eso?
– Dos años.
– ¿Y siempre ha pagado el alquiler de este modo?
– Sí; desde el primer día.
– ¿Cómo encontró el apartamento?
– Me habló de él una de las chicas.
Brunetti se permitió una leve sonrisa.
– ¿Una persona a la que usted llama chica o a la que se lo llamaría yo, signor Canale?
– Una persona a la que yo llamo chica.
– ¿Su nombre? -preguntó Brunetti.
– Su nombre no le serviría de nada. Murió hace un año. Sobredosis.
– ¿Otros de sus amigos… colegas… utilizan una modalidad similar?
– Algunos, los más afortunados.
Brunetti reflexionó sobre el sistema y sus posibles consecuencias,
– ¿Dónde se cambia, signor Canale?
– ¿Me cambio?
– Me refiero a dónde se pone su… -Brunetti buscó la definición-…su ropa de trabajo. Los vecinos lo consideran un empleado del ferrocarril.
– Oh, en un coche o detrás de un arbusto. Con el tiempo adquieres práctica y no te lleva ni un minuto.
– ¿Le contó esto al signor Mascari? -preguntó Brunetti.
– Una parte. Él quería saber lo del alquiler. Y las direcciones de los otros.
– ¿Se las dio?
– Sí. Como le he dicho, creí que era policía, y se las di.
– ¿Le pidió algo más?
– No; sólo las direcciones. -Canale hizo una pausa y agregó-: Sí, me preguntó una cosa más, pero me parece que fue para dar a entender que se interesaba por mí. Como ser humano, quiero decir.
– ¿Qué le preguntó?
– Me preguntó si aún vivían mis padres.
– ¿Y qué le contestó?
– La verdad. Los dos han muerto. Murieron hace años.
– ¿Dónde?
– En Cerdeña. Yo soy de allí.
– ¿Le preguntó algo más?
– No, nada más.
– ¿Cuál fue su reacción ante lo que usted le dijo?
– No entiendo qué quiere decir.
– ¿Le pareció que le sorprendía lo que usted le dijo? ¿Que le enfurecía? ¿Que era lo que esperaba oír?
Canale meditó la respuesta.
– Al principio, pareció sorprenderse un poco, pero siguió haciendo preguntas sin parar. Como si se hubiera preparado una lista.
– ¿Le hizo algún comentario?
– No; me dio las gracias por la información. Esto me sorprendió, porque creí que era un policía y generalmente los policías no son muy… -Buscó la expresión menos dura-…no nos tratan muy bien.
– ¿Cuándo recordó quién era él?
– Ya se lo he dicho, cuando vi su foto en el periódico. Un director de banco, era director de banco. ¿Cree que por eso estaba tan interesado en los alquileres?
– Es posible. Una posibilidad que comprobaremos, signor Canale.
– Bien. Ojalá encuentren al que lo hizo. No se merecía eso. Era un hombre muy amable. Me trató con educación. Lo mismo que usted.
– Gracias. Me gustaría que mis colegas hicieran otro tanto.
– Eso estaría bien -dijo Canale con una sonrisa seductora.
– ¿Podría darme la lista de los nombres y direcciones que le dio a él? Y, a ser posible, las fechas en que sus amigos se instalaron en los apartamentos.
– Desde luego -dijo el joven, y Brunetti le acercó un papel y un bolígrafo. Mientras su visitante escribía, Brunetti observó la robusta mano que sostenía el bolígrafo como si fuera un objeto extraño. La lista era corta. Cuando acabó de escribir, Canale dejó el bolígrafo en la mesa y se levantó.
Brunetti se puso en pie a su vez, rodeó la mesa y fue con Canale hasta la puerta. Una vez allí, preguntó:
– ¿Y de Crespo, sabía algo?
– No; nunca he trabajado con él.
– ¿Tiene idea de lo que puede haberle ocurrido?
– Muy estúpido tendría que ser para pensar que su muerte no tiene que ver con la del otro.
Esto era tan evidente que Brunetti ni se molestó en asentir.
– En realidad, puestos a hacer conjeturas, yo diría que lo mataron por haber hablado con usted. -Al ver la expresión de Brunetti, explicó-: No me refería a usted personalmente, sino a la policía. Creo que sabía algo sobre el otro asesinato y por eso lo eliminaron.
– ¿Y, a pesar de todo, usted ha venido a verme?
– Verá, él me habló como si yo fuera una persona normal. Y usted también, comisario. Me habló como si fuera un hombre como los demás, ¿no? -Cuando Brunetti asintió, Canale dijo-: Tenía que venir a decírselo, comisario, tenía que venir.
Los dos hombres volvieron a estrecharse la mano y Canale se alejó por el pasillo. Brunetti lo siguió con la mirada hasta que su oscura cabeza desapareció por la escalera. Tenía razón la signorina Elettra: era un hombre muy guapo.
21
Brunetti volvió a su despacho y marcó el número de la signorina Elettra.
– ¿Tendría la bondad de subir a mi despacho, signorina?. -preguntó-. Y traiga toda la información que haya podido reunir acerca de los hombres que le indiqué.
Ella dijo que estaría encantada de subir, y a él no le cabía la menor duda de que era verdad. No obstante, Brunetti estaba preparado para observar su desencanto cuando ella, después de llamar a la puerta, entró y descubrió que el joven ya se había marchado.
– Mi visitante se ha ido -dijo Brunetti en respuesta a su implícita pregunta.
La signorina Elettra reaccionó de inmediato.
– Ah, ¿sí? -dijo con voz átona de indiferencia, y le entregó dos carpetas-. La primera es del avvocato Santomauro. -Pero, antes de que él pudiera abrirla, explicó-: No hay absolutamente nada de particular. Natural de Venecia. Licenciado en derecho por Ca'Foscari. Siempre ha trabajado aquí. Es miembro de todas las organizaciones profesionales. Contrajo matrimonio en San Zaccaria. Encontrará declaraciones de impuestos, solicitudes de pasaporte y hasta el permiso para cambiar el tejado de su casa.
Brunetti hojeó la carpeta y encontró exactamente lo que decía la mujer y nada más. Volvió su atención a la segunda carpeta, bastante más gruesa.
– La otra carpeta es de la Lega della Moralità -dijo, y Brunetti se preguntó si todo el mundo que pronunciaba este nombre le imprimía el mismo acento de sarcasmo o si tal vez eso distinguía únicamente a la clase de personas con las que él trataba habitualmente-. Aquí hay cosas más interesantes. Cuando la repase verá a qué me refiero. ¿Desea algo más?