– Siéntese, comisario -dijo-. ¿Para qué deseaba verme? -Extendió el brazo y movió un marco de plata ligeramente hacia la derecha, para ver mejor a Brunetti y para que Brunetti pudiera ver mejor la foto, en la que aparecían una mujer de la edad de Santomauro y dos jóvenes que se parecían a Santomauro.
– Por varias razones, avvocato Santomauro -respondió Brunetti sentándose frente a él-. Para empezar, deseo hacerle unas preguntas sobre la Lega della Moralità.
– Para eso tendrá que hablar con mi secretaria, comisario. Mi relación con la Liga es de índole casi enteramente ceremonial.
– No sé si he comprendido eso, avvocato.
– La Liga necesita una figura representativa, alguien que actúe de presidente. Pero estoy seguro de que usted ya habrá averiguado que los miembros del consejo no intervenimos en la gestión diaria de los asuntos de la Liga. Quien hace todo el trabajo es el director del banco que maneja las cuentas.
– ¿Cuál es entonces su función concreta?
– Como le decía -explicó Santomauro con una leve sonrisa-, soy sólo una figura representativa. Tengo una cierta… una cierta… ¿podríamos llamarlo relevancia? en la comunidad y por ello se me ofreció la presidencia, pero es un cargo meramente honorífico.
– ¿Quién se lo ofreció?
– La dirección del banco que gestiona las cuentas de la Liga.
– Si el director del banco se encarga de los asuntos de la Liga, ¿cuáles son sus funciones, avvocato?
– Hablo en nombre de la Liga cuando la prensa formula alguna pregunta o se solicita la opinión de la Liga sobre algún caso.
– Comprendo. ¿Y qué más?
– Dos veces al año me reúno con el empleado del banco encargado de la cuenta de la Liga, para hablar de la situación financiera de ésta.
– ¿Y cuál es esa situación, si me permite la pregunta?
Santomauro apoyó las palmas de las manos en la mesa delante de sí.
– Como usted sabe, somos una institución sin ánimo de lucro, por lo que, en el aspecto económico, nos damos por satisfechos simplemente con mantenernos a flote.
– ¿Y eso qué significa? ¿En el aspecto económico?
La voz de Santomauro se hizo aún más sosegada, su paciencia aún más audible.
– Que recaudamos suficiente dinero para poder seguir favoreciendo con nuestras donaciones a las personas seleccionadas para beneficiarse de ellas.
– ¿Y quién selecciona a esas personas?
– El empleado del banco, por supuesto.
– ¿Y quién decide la adjudicación de esos apartamentos que administra la Liga?
– La misma persona -dijo Santomauro permitiéndose una ligera sonrisa y agregó-: El consejo se limita a aprobar formalmente sus recomendaciones.
– Usted, en su calidad de presidente, ¿tiene alguna influencia en esto, algún poder de decisión?
– Creo que podría tenerlo, en el caso de que deseara ejercerlo. Pero, como le decía, comisario, nuestros cargos son meramente honoríficos.
– ¿Qué significa eso, avvocato?
Antes de contestar, Santomauro apoyó la yema de un dedo en la mesa para recoger una mota de polvo, llevó la mano a un lado de la mesa y la agitó para desprenderse de la mota.
– Como le decía, mi cargo es sólo representativo. No me parecería correcto que, conociendo a tanta gente de la ciudad como conozco, tratara de escoger a los beneficiarios de la Liga. Y, si puedo tomarme la libertad de hablar en su nombre, estoy seguro de que lo mismo opinan mis compañeros de consejo.
– Ya -dijo Brunetti sin esforzarse por disimular su escepticismo.
– ¿Le resulta difícil de creer, comisario?
– Sería una imprudencia por mi parte decirle qué es lo que me resulta difícil de creer, avvocato -dijo Brunetti. Y preguntó-: ¿Y el signar Crespo? ¿Se ocupa usted de sus bienes?
Hacía años que Brunetti no veía a una persona fruncir los labios, y esto precisamente hizo Santomauro antes de contestar:
– Yo era el abogado del signor Crespo y, por lo tanto, me ocupo de sus bienes, por supuesto.
– ¿Son muy cuantiosos?
– Ésa es información confidencial, comisario, como usted debe de saber, siendo licenciado en derecho.
– Y supongo que la índole de su relación con el signor Crespo, cualquiera que sea, también será confidencial.
– Veo que recuerda el código, comisario -dijo Santomauro con una sonrisa.
– ¿Podría decirme si ya se han entregado a la policía las cuentas de la Liga?
– Habla de la policía como si no formara parte de ella, comisario.
– Las cuentas, signor Santomauro, ¿dónde están?
– Pues en manos de sus colegas, comisario. Esta mañana he pedido a mi secretaria que sacara copias de todo.
– Queremos los originales.
– Desde luego, les he dado los originales, comisario -dijo Santomauro dispensando otra pequeña sonrisa-. Me he tomado la libertad de sacar copias para mí, por si se extravía algo mientras están en su poder.
– Muy precavido, avvocato -dijo Brunetti, pero él no sonrió-. No le entretengo más. Imagino lo precioso que ha de ser el tiempo de una persona de su relevancia social. Sólo una pregunta más. ¿Puede decirme quién es el empleado del banco que gestiona las cuentas de la Liga? Me gustaría hablar con él.
La sonrisa de Santomauro floreció.
– Me temo que eso será imposible, comisario. Las cuentas de la Liga siempre fueron gestionadas por el difunto Leonardo Mascari.
25
Brunetti volvió a su despacho admirado de la habilidad con que Santomauro había sugerido la culpabilidad de Mascari. El caso se apoyaba en unos presupuestos muy frágiles: si ahora se descubría alguna irregularidad en los documentos del banco, se podría alegar que de ellos se encargaba Mascari; los empleados del banco no sabrían, o podrían ser inducidos a no recordar, si alguna otra persona había llevado las cuentas de la Liga, y los asesinatos de Mascari y Crespo nunca serían aclarados.
En la questura, Brunetti fue informado de que los papeles de la Banca di Verona y la Liga habían sido entregados a los agentes que habían ido a recogerlos y que tres hombres de la Guardia di Finanza ya habían empezado a repasarlos, en busca de algún indicio de quién supervisaba las cuentas en las que se ingresaban los alquileres y con cargo a las cuales se extendían los cheques de los donativos de la Liga.
Brunetti comprendió que nada adelantaría quedándose a su lado mientras trabajaban, y como no podía reprimir el deseo de, por lo menos, pasar por delante del despacho en el que se les había instalado, para huir de la tentación salió a almorzar y eligió un restaurante del Ghetto, a pesar de que, para ir y volver, tendría que andar mucho, a la hora de más calor. Eran más de las tres cuando volvió, con la chaqueta empapada y los zapatos aprisionando unos pies que le ardían.
A los pocos minutos, Vianello entró en su despacho y dijo sin preámbulos:
– He comprobado la lista de los que reciben cheques de la Liga.
Brunetti conocía el tono.
– ¿Y qué ha encontrado?
– Que la madre de Malfatti ha vuelto a casarse y tomado el apellido del nuevo marido.
– ¿Y qué más?
– Que recibe cheques a nombre del primer marido y del segundo. Lo que es más, el segundo también cobra, y dos primos, y parece que cada uno recibe cheques con dos nombres distintos.
– ¿A cuánto asciende todo lo que percibe la familia Malfatti?