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Don Juan imitó los movimientos de quien persigue un objeto que rueda. Dijo que los guajes del anciano cayeron y rodaban calle abajo. Al verlos, el joven pensó haber hallado su comida para ese día.

Ayudó al viejo a levantarse e insistió en ayudarlo a cargar los pesados guajes. El viejo le dijo que iba camino a su casa en las montañas, y el joven insistió en acompañarlo, por lo menos parte del camino.

El viejo tomó el camino a las montañas, y mientras caminaban dio al joven parte de la comida que había comprado en el mercado. El joven comió hasta llenarse y, ya satisfecho, empezó a notar cuánto pesaban los guajes y los aferró con fuerza.

Don Juan abrió los ojos y sonrió diabólicamente al decir que el joven preguntó: "¿Qué lleva usted en estos guajes?" El anciano, en vez de responder, le dijo que iba a mostrarle un compañero que podía aliviar sus penas y darle consejo y sabiduría en los caminos del mundo.

Don Juan hizo un gesto majestuoso con ambas manos y dijo que el anciano hizo venir al venado más hermoso que el joven había visto en su vida. El venado era tan manso que se acercó a él y caminó en torno suyo. Resplandecía y brillaba. El joven, cautivado, supo en el acto que se trataba de un "espíritu venado". El viejo le dijo que, si deseaba tener ese amigo y su sabiduría, lo único que debía hacer era soltar los guajes.

La sonrisa de don Juan expresó ambición; dijo que los deseos mezquinos del joven se avivaron al oír tal petición. Los ojos de don Juan se hicieron pequeños y diabólicos cuando prestó voz a la pregunta del joven: "¿Qué lleva usted en estos cuatro guajes enormes?"

El anciano, dijo don Juan, repuso serenamente que llevaba comida: pinole y agua. Don Juan dejó de narrar la historia y caminó en circulo un par de veces. Yo no supe qué estaba haciendo. Pero aparentemente era parte de la historia. El círculo parecía representar las deliberaciones del joven.

Don Juan dijo que, por supuesto, el joven no creyó una sola palabra. Calculó que si el viejo, quien obviamente era un brujo, se hallaba dispuesto a dar un "espíritu venado" a cambio de sus guajes, éstos debían estar llenos de un poder más allá de lo imaginable.

Don Juan contrajo nuevamente su rostro en una.sonrisa demoniaca y dijo que el joven declaró que deseaba quedarse con los guajes. Hubo una larga pausa que al parecer marcaba el final del cuento. Don Juan permaneció callado, pero me sentí seguro de que deseaba una pregunta mía, y la hice.

– ¿Qué pasó con el joven?

– Se llevó los guajes -repuso él con una sonrisa de satisfacción.

Hubo otra larga pausa. Reí. Pensé que éste había sido un verdadero "cuento de indios".

Los ojos de don Juan brillaban; me sonreía. La circundaba un aire de inocencia. Empezó a reír en suaves estallidos y me preguntó:

– ¿No quieres saber de los guajes?

– Claro que quiero saber. Creí que allí acababa el cuento.

– Oh no -dijo con una luz maliciosa en los ojos-. El joven tomó sus guajes y corrió a un sitio apartado y los abrió.

– ¿Qué halló? -pregunté.

Don Juan me observó y tuve el sentimiento de que se hallaba al tanto de mi gimnasia mental. Meneó la cabeza, riendo por lo bajo.

– Bueno -lo insté-. ¿Estaban vacíos los guajes?

– Sólo había pinole y agua adentro de los guajes -dijo él-. Y el joven, en un arranque de furia, los rompió contra las piedras.

Dije que su reacción era naturaclass="underline" cualquiera en su lugar habría hecho lo mismo.

La respuesta de don Juan fue que el joven era un tonto que no sabía lo que andaba buscando. Ignoraba lo que era el "poder", de modo que no podía decir si lo había encontrado o no. No se hizo responsable de su decisión, por ello lo enfureció su error. Esperaba ganar algo y en vez de ello no obtuvo nada. Don Juan especuló que, si yo hubiera sido el joven y hubiese seguido mis inclinaciones, me habría entregado a la furia y al remordimiento para, sin duda, pasar el resto de mi vida compadeciéndome por lo que había perdido.

Luego explicó la conducta del viejo. Astutamente, alimentó al joven para darle el "valor de un estómago lleno", de modo que el joven, al hallar sólo comida en los guajes, los rompió en un arrebato de ira.

– Si hubiera estado consciente de su decisión y se hubiera hecho responsable de ella -dijo don Juan-, se habría dado por bien satisfecho con la comida. Y a lo mejor hasta se hubiera dado cuenta de que esa comida también era poder.

VI. VOLVERSE CAZADOR

Viernes, junio 23, 1961

APENAS tomé asiento empecé a bombardear a don Juan con preguntas. Él no respondió y, con un ademán impaciente, me indicó guardar silencio. Parecía estar de humor grave.

– Estaba pensando que no has cambiado nada en el tiempo que llevas tratando de aprender los asuntos de las plantas -dijo en tono acusador.

Empezó a pasar revista, en alta voz, a todos los cambios de personalidad que me había recomendado emprender. Dije que había considerado muy seriamente el asunto, y hallado que no me era posible cumplirlos porque cada uno era contrario a mi esencia. Replicó que considerar el asunto no era suficiente, y que lo que me había dicho no era ningún chiste. Insistí en que, pese a lo poco que había hecho. en lo referente a ajustar mi vida personal a sus ideas, yo quería realmente aprender los usos de las plantas.

Tras un silencio largo e incómodo, le pregunté con audacia:

– ¿Me va usted a enseñar cómo usar el peyote, don Juan?

Dijo que mis intenciones por sí solas no eran suficientes, y que conocer los asuntos del peyote -lo llamó "Mescalito" por vez primera- era cosa seria. Al parecer, no había nada más que decir.

pero, al anochecer, me puso una prueba; planteó un problema sin darme ninguna pista para su resolución: hallar un sitio benéfico en el área frente a su puerta, donde siempre nos sentábamos a hablar; un sitio donde supuestamente pudiera sentirme perfectamente feliz y vigorizado. Durante el curso de la noche, mientras rodaba en el suelo tratando de hallar el "sitio", noté dos veces un cambio de coloración en el piso de tierra, uniformemente oscuro, del área designada.

El problema me agotó y me quedé dormido en uno de los lugares donde percibí el cambio de color. En la mañana, don Juan me despertó para anunciar que mi experiencia había tenido gran éxito. No sólo había hallado el sitio benéfico que buscaba, sino también su opuesto, un sitio enemigo o negativo, y los colores asociados con ambos.

Sábado, junio 24, 1961

Temprano en la mañana salimos al chaparral. Mientras caminábamos, don Juan me explicó que hallar un sitio "benéfico" o "enemigo" era una importante necesidad para un hombre en el desierto. Quise llevar la conversación hacia el tema del peyote, pero él rehusó, de plano, hablar de eso. Me advirtió que no debía haber mención del asunto, a menos que él mismo lo planteara.

Nos sentamos a descansar a la sombra de unos arbustos altos, en una zona de vegetación densa. El chaparral en torno no estaba aún enteramente seco: el día era caluroso y las moscas me acosaban de continuo, pero no parecían molestar a don Juan. Me pregunté si él simplemente las ignoraba, pero luego advertí que no se posaban jamás en su rostro.

– A veces es necesario hallar aprisa un sitio benéfico, a campo abierto -prosiguió don Juan-. O a lo mejor es necesario determinar aprisa si el sitio en que uno va a descansar es o no un mal sitio. Una vez, nos sentamos a descansar junto a un cerro y tú te pusiste muy enojado y molesto. Ese sitio era enemigo tuyo. Un cuervito te lo advirtió, ¿recuerdas?

Recordé que él me había dicho, con énfasis, que evitase en lo futuro aquella zona. También recordé haberme enojado porque don Juan no me dejó reír.