Mi estómago sintió una fuerza venida del exterior. Era como si una mano me aferrara. Grité involuntariamente. Don Juan susurró que en esos parajes había tanto poder que me sería muy fácil usar "la marcha de poder".
Trotamos durante horas. Me caí cinco veces. Don Juan contaba en voz alta cada vez que yo perdía el equilibrio. Luego se detuvo.
– Siéntate, acurrúcate contra las rocas, y cúbrete la barriga con las manos -me susurró al oído.
Domingo, abril 15, 1962
En la mañana, apenas hubo luz suficiente, echamos a andar. Don Juan me guió al sitio donde dejé mi coche. Yo tenía hambre, pero por lo demás me sentía descansado y lleno de vigor.
Comimos galletas y bebimos agua mineral embotellada que yo traía. en el coche. Quise hacerle unas preguntas que me presionaban con violencia, pero él se llevó el índice a los labios.
A media tarde nos hallamos en el pueblo fronterizo donde él deseaba quedarse. Fuimos a comer a un restaurante. Estaba desierto; ocupamos una mesa junto a una ventana que miraba el ajetreo de la calle principal, y ordenamos nuestra comida.
Don Juan parecía tranquilo; en sus ojos brillaba un reflejo malicioso. Me sentí propiciado e inicié un bombardeo de preguntas. Más que nada, inquirí sobre su disfraz.
– Les enseñé un poquito mi no-hacer -dijo, y sus ojos parecían brasas.
– Pero ninguno vio el mismo disfraz -dije-. ¿Cómo le hizo usted?
– Muy sencillo -replicó-. Eran sólo disfraces, pues todo lo que hacemos es, en cierto sentido, un simple disfraz. Todo cuanto hacemos, como ya te dije, es asunto de hacer. Un hombre de conocimiento puede así engancharse con el hacer de todo el mundo y salir con cosas extrañas. Pero no son realmente ni tanto. Son extrañas sólo para quienes están atrapados en el hacer.
"Ni esos cuatro jóvenes ni tú aún se han dado cuenta del no-hacer por eso fue fácil engatusarlos a todos."
– ¿Pero, cómo nos engañó usted?
– No tendría sentido para ti. No hay modo de que lo entiendas.
– Pruébeme, don Juan, por favor.
– Digamos que, cuando nacemos, traemos un anillito de poder. Casi desde el principio, empezamos a usar ese anillito. Así que cada uno de nosotros está enganchado desde el nacimiento, y nuestros anillos de poder están unidos con los anillos de todos los demás. En otras palabras, nuestros anillos de poder están enganchados al hacer del mundo para construir el mundo.
– Deme un ejemplo para que entienda -dije.
– Por ejemplo, nuestros anillos de poder, el tuyo y el mío, están enganchados ahora mismo en el hacer de este cuarto. Estamos construyendo este cuarto. Nuestros anillos de poder están tejiendo este cuarto en este preciso momento.
– Espere, espere -dije-. Este cuarto está aquí por sí mismo. Yo no lo estoy creando. No tengo nada que ver con él.
A don Juan no parecían importarle mis protestas y argumentos. Sostuvo con mucha calma que el aposento donde estábamos recibía su ser y su orden de la fuerza del anillo de poder de todos nosotros.
– Verás -continuó-, todos conocemos el hacer de los cuartos porque, en una forma o en otra, hemos pasado en cuartos gran parte de nuestra vida. Un hombre de conocimiento, en cambio, desarrolla otro anillo de poder. Yo lo llamaría el anillo de no-hacer, porque está enganchado a no-hacer. Así, con ese anillo, puede urdir otro mundo.
Una mesera joven trajo nuestra comida y pareció recelosa de nosotros. Don Juan me susurró que le pagara, para mostrarle que traía dinero suficiente.
– No me extraña que desconfíe de ti -dijo, y soltó una carcajada-. Te ves del carajo.
Pagué a la mujer y le di propina, y cuando nos dejó solos me quedé mirando a don Juan, tratando de hallar la forma de recobrar el hilo de nuestra conversación. Él acudió en mi ayuda.
– Tu dificultad es que todavía no desarrollas tu otro anillo de poder y tu cuerpo no sabe no-hacer -dijo.
No entendí lo que decía. Mi mente estaba trabada con una preocupación realmente prosaica… Todo lo que deseaba saber era si don Juan se había puesto o no un traje de pirata.
Don Juan no me respondió; echó a reír con estruendo. Le supliqué explicar.
– Pero si acabo de explicártelo -repuso.
– ¿Es decir, que no se puso usted ningún disfraz? -.pregunté.
– Todo lo que hice fue enganchar mi anillo de poder a tu propio hacer -dijo-. Tú mismo hiciste el resto, y así hicieron los demás.
– ¡Eso es increíble! -exclamé.
– A todos nosotros nos han enseñado a estar de acuerdo en hacer -dijo suavemente-. No tienes idea del poder que ese acuerdo implica. Pero, por fortuna, no-hacer es igual de milagroso y poderoso.
Sentí una ondulación incontrolable en el estómago. Había un abismo insalvable entre mi experiencia de primera mano y la explicación. Mi último reducto fue, como siempre, un tinte de duda y desconfianza que creó la pregunta: "¿Qué tal si don Juan estaba de acuerdo con los muchachos y él mismo preparó todo?"
Cambié de tema y le pregunté por los cuatro aprendices.
– ¿Me dijo usted que eran sombras? -pregunté.
– Cierto.
– ¿Eran aliados?
– No. Eran aprendices de un hombre que conozco.
– ¿Por qué les dijo usted sombras?
– Porque en ese momento los había tocado el poder de no-hacer, y como no son tan estúpidos como tú, cambiaron a algo muy distinto de lo que tú conoces. Por ese motivo no quise que los miraras. Sólo te habría hecho mal.
No me quedaban preguntas. Tampoco tenía hambre. Don Juan comió de buena gana y parecía de un humor excelente. Pero yo me sentía deprimido. De pronto, una gran fatiga me saturó. Tomé conciencia de que el camino de don Juan era demasiado arduo para mí. Comenté que no llenaba los requisitos para convertirme en brujo.
– Quizá otro encuentro con Mescalito te ayude -dijo él.
Le aseguré que eso era lo que más lejos estaba de mi mente, y que ni siquiera tomaría en cuenta la posibilidad.
– Tienen que pasarte cosas muy drásticas para que permitas a tu cuerpo aprovechar lo que has aprendido -dijo.
Aventuré la opinión de que, no siendo indio, carecía de las cualidades básicas para vivir la insólita existencia de un brujo.
– Tal vez, si lograra desprenderme de todos mis compromisos, podría desenvolverme un poco mejor en su mundo -dije-. O si me fuera con usted al desierto, a vivir allí. Como están las cosas, el hecho de tener un pie en cada mundo me hace inútil en ambos.
Se me quedó mirando un rato.
– Éste es tu mundo -dijo, señalando la calle tumultuosa detrás de la ventana-. Eres hombre de ese mundo. Y allá afuera, en ese mundo, está tu campo de caza. No hay manera de escapar al hacer de nuestro mundo; por eso, lo que hace un guerrero es convertir su mundo en su campo de caza. Como cazador, el guerrero sabe que el mundo está hecho para usarse. De modo que lo usa hasta lo último. Un guerrero es como un pirata que no tiene escrúpulos en tomar y usar cualquier cosa que desee, sólo que el guerrero no se aflige ni se ofende cuando lo usan y lo toman a él.
XVII. UN ADVERSARIO QUE VALE LA PENA
Martes, diciembre 11, 1962
Mis trampas eran perfectas; la ubicación era correcta; vi conejos, ardillas y otros roedores, perdices, pájaros, pero nada pude capturar en todo el día.
Don Juan me dijo, cuando salíamos de su casa muy de mañana, que ese día habría de esperar un "regalo de poder", un animal excepcional que tal vez cayera en mis trampas y cuya carne podría yo secar para convertir en "comida de poder".
Don Juan parecía pensativo. No hizo una sola sugerencia o comentario. Casi al terminar el día, habló por fin.