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«La losa era tan pesada, que no había fuerza humana capaz de moverla. Ruz Lhullier, que era solamente arqueólogo y nada tenía de ingeniero, y tampoco era muy forzudo, se encontró ante un problema totalmente ajeno a su especialidad de arqueólogo y se dio cuenta de que en lo sucesivo, en sus investigaciones en aquellas ciudades ciclópeas debía prepararse para hacer frente a tareas semejantes.

«Se encontraba en una situación parecida a la del famoso Howard Carter, cuando, después de haber descubierto un cuarto de siglo antes, en el valle de Nilo, la tumba del faraón Tutankhamón se halló ante un monumental sarcófago cerrado por una tapa que pesaba más de una tonelada.

«Ruz Lhullier tuvo que empezar por familiarizarse con los secretos de la mecánica antes de que pudiese pensar en alzar la pesada losa.

«Los investigadores se sentían observados por fantasmas mientras luchaban por levantar la tapa. Tuvieron que trabajar días enteros en el montaje de postes y soportes para los tornos y las sogas pues la tumba era demasiado reducida para que cupiera la posibilidad de deslizar la tapa hacia un lado.

«Por fin, llegó el momento solemne en que la soga se puso en movimiento y la fosa se despegó poco a del sarcófago, cuyo complemento había constituido durante tantos siglos.

«La soga fue enrollándose milímetro a milímetro. La tensión nerviosa quitaba casi la respiración a los asistentes. Y cuando la tapa estuvo ya lo bastante izada para poder echar una ojeada al interior del sarcófago, vieron algo nuevo, completamente nuevo para ellos: los restos de un miembro de la oligarquía que había formado aquel imperio. Porque era evidente que sólo podía tratarse de un personaje maya muy importante.

«Los arqueólogos, hombres de ciencia ponderados y fríos, se quedaron mudos de emoción y respeto. Subieron lentamente la escalera y llegaron sin pronunciar palabra a la plataforma de la pirámide que acababa de revelar su mayor secreto.

«La tarea, empero, no hacía sino empezar. Los especialistas midieron, fotografiaron a discreción, y anotaron cuidadosamente hasta el menor fragmento encontrado en la cripta. Difícilmente hallaríase otro lugar que haya sido tan minuciosa y científicamente examinado como esta tumba secreta bajo la de Palenque.

«Cuyas maravillas del arte maya, que habían estado fuera del mundo durante un milenio, volvieron a la vida: máscaras de estuco, mascarillas mortuorias, relieves y ofrendas diversas.

«Por si esto fuera poco, esta tumba suscita una pregunta que todavía no ha podido ser contestada:

«¿Existe alguna especie de relación entre esta tumba y la de los faraones conocidas desde hace tantos siglos, aquellos hipogeos también disimulados bajo pirámides?

«¿Sería verdad, como a menudo se afírmó en voz baja, que las pirámides del Nuevo Mundo no fueron ideadas por los indios, sino que provienen de los egipcios?

«y otra cuestión no menos importante: ¿Es posible que los restos humanos hallados en el magnífico sarcófago de la tumba misteriosa bajo la pirámide de Palenque sean los de alguno de los principales personajes mayas, quizá los restos del más importante…?

«¿Los restos de su dios blanco?

«Las mascarillas de la tumba de Palenque contemplaban mudas a los arqueólogos que turbaban su reposo milenario.

«Mudas permanecían las preciosas máscaras de los ancianos barbudos que ciñen corona sobre la frente…

«Pero, pese a su silencio, hablan. Pues blancos y barbudos eran los dioses que antaño llegaron al país y trajeron la civilización a los mayas. Los dioses blancos de las leyendas indias llevaban barba.

«La tumba bajo la pirámide no fue más que una de las grandes sorpresas de Palenque; otras siguieron cuando se procedió a estudiar el monumento en todos sus detalles; a explorar el lugar científicamente.

«En una de las paredes del templo se halló reproducida una gran cruz, de ahí su nombre de «Templo de la Cruz».

«En otro templo se observó una variación de la forma del símbolo. Un bajorrelieve mural representaba una cruz cuyo pie es un rizoma, con los brazos cargados de zarcillos y hojas que encuadran un rostro humano. Esta construcción ha recibido el nombre de «Templo de la Cruz frondosa».

«Estas representaciones coinciden casi exactamente con las del árbol del cielo del este asiático que lleva precisamente un rostro de demonio en la intersección de los brazos de la cruz. Se conocen también las de Java.

«El friso del Templo de la Cruz nos muestra un reptil monstruoso con cara de persona y serpiente. A menudo, brazos humanos sostienen serpientes bicéfalas, de cuyas bocas aparecen rostros humanos.

«Los reptiles y los dragones son precisamente inseparables del arte del Asia oriental. Muchas veces hemos encontrado a seres híbridos que personifican de dioses, como los dragones o el tigre con cuernos de carnero de las máscaras chinas del año 1250 antes de J. C. aproximadamente.

«Hasta la serpiente de fuego de los mayas encontrada en Palenque es casi copia exacta del monstruo marino mítico del Asia sudoriental, con cuerpo de pescado, trompa de elefante, patas y dedos, representado también a menudo con figuras humanas en las fauces.

«En las pirámides de Palenque, se ha observado en el interior del templo la construcción del arco sagrado en forma de cruz sobre los pórticos, con figuras monstruosas, exactamente como en los templos de Camboya, donde era ya corriente la falsa bóveda, principalmente por los siglos VIII al X después de J. C.

«Después de haberse encontrado todo esto en Palenque, ya nadie puede seguir dando crédito a lo que nos enseñaron, a lo que se enseña todavía en las escuelas: que Colón fue el primer hombre que descubrió América. Es evidente que estuvieron allí mucho antes que él gentes del Viejo Mundo. De otro modo sería inexplicables las sorprendentes coincidencias que hasta en los más pequeños detalles se observan en la expresión artística de ambos mundos.

«A partir de entonces, empezaron también a considerarse bajo otro aspecto las leyendas relativas al dios blanco…»

Capítulo VIII

EL TESORO DE RUMIÑAHUI

Cuando comprendimos la inutilidad de seguir trabajando en la «tola» grande, y que todos nuestros sueños de encontrar una cámara funeraria como la de Palenque no eran más que eso, sueños, optamos por cambiar de lugar.

A esas alturas, ya habíamos consumido la mayor parte de nuestro tiempo y de nuestro dinero, y aparte el agujero practicado en la gran pirámide y del hallazgo de algunos fragmentos de cerámica y un par de vasijas casi intactas, no habíamos adelantado gran cosa.

Era cierto, sin embargo, que habíamos logrado el objetivo básico de nuestra expedición: localizar el valle, demostrar que existía y que aquel medio centenar de tumbas estaban allí, intactas, esperando que alguien viniera a estudiarlas. No nos correspondía a nosotros — y lo sabíamos — realizar la investigación o llegar a conclusiones definitivas sobre qué era todo aquello y qué significaba. No teníamos medios, ni tiempo, ni autoridad para hacerlo. Desde el momento en que concluyó el rodaje del documental que se constituiría en testimonio de lo que habíamos visto, nuestra misión había terminado.

Los auténticos científicos tendrían que llegar más tarde, y lo mejor que podíamos hacer era retiramos. Lo único que conseguiríamos con nuestros métodos poco ortodoxos sería revolverlo todo y complicar, quizá, la tarea de los que vinieran después. Si es que venían.